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‘Consume y calla’ Category

Artículo publicado en Para tod@s, todo.

La psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui desmonta los productos que “enriquecen a la industria y no mejoran nuestra salud”. “Nos han hecho creer que el que no se cuida a día de hoy es como un toxicómano de los años setenta”, sostiene la autora.

Somos lo que comemos. Cuántas veces hemos escuchado esta frase. Pero si hacemos un recorrido por las estanterías de un supermercado, lo que comemos tiene más que ver con el aire que con otra cosa.
Con bífidus, con Omega 3, sin colesterol ni grasas saturadas, sin gluten, libre de lactosa,  ayuda a reforzar nuestras defensas… Son las etiquetas con las que nos bombardean día a día. Parece que los productos normales, han dejado de serlo y que para resultar atractivos tengan que presumir también de supuestas bondades que, en realidad, no tienen, pero con las que “engañan” al consumidor para incentivar su compra.
Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga experta en trastornos de la conducta alimentaria, se encarga ahora de desmontarlos en un libro cuyo título  advierte ya de lo que vendrá después, Consume y Calla (Editorial Foca), en el que desenmascara a una industria a la que responsabiliza de “las enfermedades de la sociedad occidental”. Diabetes, hipertensión, bulimia, anorexia… Lo hace a través un trabajo pormenorizado en el que nos descubre los trucos y estrategias a los que recurre la industria alimentaria para crearnos la necesidad de consumir determinado tipo de productos.
Gutiérrez empieza a disparar. Le toca al Omega 3, tan pregonado en leches, yogures, embutidos e incluso huevos. “La cantidad que contienen estos productos es mínima en comparación, por ejemplo, con el que tienen una sardina, y el efecto en la salud también lo es. Tendríamos que tomar seis litros de leche para notar resultados. Pero, en realidad, se acaba perjudicando la salud, porque la gente deja de tomar cosas que sí son saludables y equilibradas, por ejemplo esa sardina”.
En este caso, los perjuicios para la salud vienen por defecto. Pero en otros, el consumo de ciertos productos sí se ha demostrado perjudicial por sí mismo. “Un simple diurético o laxante te puede acabar matando de un paro cardíaco si pierdes demasiado potasio”. Ambos productos se anuncian con tranquilidad.
En el acto de consumir entra en juego todo un aparato de la persuasión, más complejo de lo que pensamos. Y dentro de él, esta experta no se corta al hablar de responsabilidades.  “Aquí tenemos una especie de círculo perverso, maquiavélico. Empieza en los medios, que nos presionan de forma brutal para que estemos delgados, jóvenes y sanos. El que no se cuida a día de hoy es casi el equivalente a un toxicómano de los años setenta”, lamenta Gutiérrez,
“Tenemos obsesión por estar jóvenes, guapos y sanos. Ese es el pack. Y esos mismos medios, nos publicitan además unos productos que nos prometen estar así. Nosotros, que tenemos el cerebro lavado, nos lo creemos, porque confiamos en que exista una regulación para que no haya mentiras, y nos fiamos también de las empresas y los establecimientos que nos lo venden. Si nos lo venden en farmacias, dices, esto tiene que ser bueno. No es que sea malo, pero bueno tampoco”.
De controlarlo se encargan ciertos organismos, como la Agencia Española del Medicamento o la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Esta agencia empezó en 2007 a realizar comprobaciones de los productos, ante el auge de estos alimentos funcionales y la preocupación de los consumidores por su efectividad. Algunas marcas se someten incluso voluntariamente a ellos, aunque el veredicto no resulte a veces de su agrado. Sólo en 2010, emitió un resultado negativo sobre más de 800 supuestas propiedades saludables de estos alimentos. En algunos casos, por no estar científicamente demostradas. En otros, por no ser suficientes para publicitarlas. Ocurrió, por ejemplo, con productos que decían ayudar a regular la tensión a través de los péptidos de la leche.

Uno de los casos más conocidos fue el que obligó a Danone a retirar su publicidad sobre los beneficios del Actimel en las defensas, por considerar que inducía al engaño. La empresa aportó  varios estudios científicos para avalar el producto, pero finalmente acabó modificando su publicidad. Si bien dejando claro, que no dudaba de su eficacia.

Mensajes trampa
Para esquivar posibles sanciones, los cerebros del márketing de estas empresas han elaborado toda una serie de “mensajes trampa”, capaces de situarse en la legalidad, consiguiendo en los consumidores el efecto deseado.  “En la publicidad nos dicen… Cuida tu corazón. Pero en realidad nos están diciendo que lo cuides tú, no que lo cuide el producto. De esta forma, el mensaje que emiten puede ser perfectamente legal, pero el que la gente comprende es totalmente distinto”, dice Gutiérrez, apuntando a un caso fácilmente reconocible. “Todos conocemos un anuncio de un embutido que lleva un corazón dibujado. Esto es legal, no nos está diciendo nada, pero la gente lo interpreta como que es bueno para el corazón”.
La picaresca reside incluso en el tamaño de las letras. Así, la parte del envoltorio o de la publicidad donde se nos dice que el producto no tiene ciertas propiedades está escrita en caracteres diminutos y en un color que no contrasta con el fondo. La ley lo permite, claro, pero se trata de algo de dudosa moralidad de cara al cliente.
“Hay anuncios que permite la ley, otros que cumplen la normativa pero inducen al engaño y luego hay muchos otros que directamente vulneran la normativa existente en materia de publicidad alimentaria”, sostiene la autora.
Así, por ejemplo, la normativa prohibe que en la publicidad de alimentos salgan médicos, “o gente que parezca médicos, aunque sean actores”… pero todos conocemos casos en los que sí aparecen. También están prohibidos aquellos que publiciten “seguridad de alivio o curación cierta”, sobre todo en temas de obesidad e insomnio. En muchos casos, esto se vulnera. “Son alimentos, no medicamentos, y por tanto no se puede decir que son terapéuticos para una enfermedad”. De hecho, ¿Cuántos llevan el aval del Coelgio de Médicos? “Ninguno”, sentencia.
En otros casos, los productos son estafas en toda regla. “Son productos que anuncian: pierda 19 kilos en 10 días. Las fotos de antes y después y los testimonios de supuestos pacientes también están prohibidos”.  Y basta abrir una revista para encontrarse con dos o más comerciales que ensalzan las virtudes de un producto para bajar de peso o mantener las arrugas a raya, amparándose en los testimonios de varios “supuestos” clientes.
Vulnerar la ley sale más barato que no hacerlo
Aunque la normativa actúe, da la sensación, en cambio, de que vulnerarla sale a estas empresas más barato que no hacerlo, porque los ingresos obtenidos con estos productos superan ampliamente las cuantías de las multas. “Se suele decir que mientras la multa se abarata, a la industria le interesa arriesgarse”. Porque por el simple hecho de que un alimento ponga dos palabras,  “sin gluten”, ya se da vía libre a cobrar  más, aunque resulte un engaño. “Es como decir pera sin gluten y te lo cobramos más. La gente no sabe que las peras no tienen gluten”.
Los mecanismos no resultan a veces suficientes para controlar todos los productos del mercado, y falta conciencia de consumo responsable. “el problema es que mientras en otros países, como EEUU, se denuncia de oficio y hay un seguimiento, aquí no pasa nada. Allí la gente ve algo y por sistema denuncia. Pero aquí tiene que ser algo bestial para que llame la atención”.
Así, recuerda, por ejemplo, el anuncio de una conocida marca de pasta donde se trasladaba que mientras las ensaladas se ponían mustias, los macarrones con verdura no. La Asociación de Usuarios de la Comunicación elevó una queja a la Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Publicitaria por entender que se transmitía a los consumidores un mensaje que menoscababa “el crédito en el mercado de dicho tipo de ensaladas”. Casos como este son excepcionales.
¿Cómo evitar entonces que nos engañen? “Con más información y educación, y un control más estricto por parte de las instituciones. Una cosa es que te timen a nivel económico, pero esto puede tener consecuencias para la salud”, advierte, en referencia, por ejemplo, al auge experimentado en los últimos años en trastornos de anorexia y bulimia. “Lo raro hoy en día es tener gente normal. Tenemos obsesos, gente con trastornos de imagen. Estamos en una sociedad en la que comemos con culpabilidad. Y en este marco tenemos que tener mucho cuidado con este tipo de publicidad”.  Se considera que en España existen más de 300.000 pacientes con este tipo de trastornos de la alimentación, una cifra que en los últimos años se ha multiplicado por diez.
En esta sociedad obsesionada que dibuja la autora, amenazan cada cierto tiempo determinadas fobias. “Durante un tiempo, las proteínas estuvieron demonizadas porque se pensaba que provocaban agresividad y todo tipo de enfermedades. Después, con la Dieta Dukan, le tocó el turno a los hidratos de carbono Y ahora estamos con el gluten o la lactosa”.
El poder del lobby alimentario
El poder de la industria alimentaria va más allá de dirigir nuestro brazo hasta un lugar determinado de la estantería. También está detrás de muchas de las regulaciones del sector. Basta un recorrido por las cifras para darse cuenta de su enorme influencia. Sólo las industrias agroalimentarias-30.000 en España- facturan anualmente 84.000 millones de euros.  “El lobby presiona contra las regulaciones. Pasó, por ejemplo, con la ley de alcohol de la ministra de Sanidad, Elena Salgado. La industria del vino hizo tal presión que no se llevó a efecto. Y era una campaña bastante adecuada desde el punto de vista de la salud pública, no por el vino en sí, sino, por ejemplo, por el calimocho, responsable de muchos problemas de salud que tenemos en los jóvenes por el botellón ”.
Salgado negó presiones, pero el proyecto quedó enterrado después de que en las sucesivas reuniones no se lograse un acuerdo con el sector vinícola, muy crítico porque no se les diferenciase del resto de bebidas alcohólicas.  [Fuente: Antropología y nutrición]

“La alimentación occidental actual es rica en calorías vacías y deficitaria en nutrientes”

 

Ana Isabel Gutiérrez Salegui es licenciada en Psicología con las especialidades de Clínica y Psicología Social. Realizó un curso de especialización en Trastornos de la Conducta Alimentaria en el año 1997 y en 1999 publicó su primer libro sobre este tema. Profesora de la Escuela Internacional de Ciencias de la salud del Consejo General de Enfermería desde el año 2002, su libro “Consume y calla”, publicado en 2014, supone su primera incursión en el mundo de los libros de divulgación general.

¿Los crecientes problemas de salud en una sociedad como la actual son consecuencia del escaso tiempo que dedicamos a la cocina y a comer?
Una gran parte de la responsabilidad de las enfermedades prevalentes actuales, tanto físicas como psicológicas, se debe a que nos hemos convertido en una sociedad que corre. Hablo de correr para llegar al trabajo, correr por los pasillos del supermercado para hacer la compra, correr para llegar a tiempo a recoger a los niños al colegio, correr siempre correr.
Antes la preocupación fundamental era que hubiera dos platos y postre en la mesa y no repetir el menú muy a menudo. Nadie pensaba en carencias nutricionales, prevenir el colesterol, aportar nutrientes esenciales y mucho menos en si estaban cubiertas las necesidades diarias recomendadas.
Y tan importante era lo que se comía, como la manera de comerlo. Todos juntos, sentados, hablando, comunicándonos y nadie, absolutamente nadie, se levantaba de la mesa hasta que no se hubiera terminado de comer. Esa manera de entender la comida, como un rito familiar, no sólo alimentaba, también educaba y moldeaba.
Un meta-análisis de 24 estudios llegó a la conclusión de que las personas que comen distraídas, ya sea viendo la televisión, navegando por Internet, jugando con el móvil o leyendo, comen más y durante más tiempo sin darse cuenta. De hecho, llegan a ingerir un 10% más y hasta un 25% en la siguiente ingesta, ya que nuestro organismo siente que en la anterior no hemos comido lo suficiente.
Todo esto unido a los cambios producidos en la industria alimentaria, siempre en pos de ganar más dinero sin importar la calidad de lo que venden, han provocado que se disparen la obesidad, el colesterol, la hipertensión arterial, el síndrome metabólico, la diabetes y los trastornos alimentarios como la anorexia y la bulimia.
¿Hay un cambio en los hábitos alimentarios con un abandono progresivo de la saludable y equilibrada dieta mediterránea?
Hasta hace poco los conocimientos en materia culinaria se trasmitían de generación en generación. Nuestras madres, nuestras abuelas, no tenían ni idea de nutrición, no hacían cursos de cocina, ni necesitaban suplementos de ningún tipo para hacernos crecer fuertes, sanos y sin asomo de grasa.
El cambio en los hábitos ha ido de la mano de los cambios sociales ( la incorporación de la mujer al trabajo y el crecimiento de las grandes urbes) que convirtieron la gestión del tiempo en una cuestión primordial. Ya no se podía ir al mercado todos los días, había que optimizar ese tiempo tan escaso. Avanzó el terreno de los conservantes y se comenzó a hacer la compra para toda la semana. O cada quince días. Eso suponía añadir más conservantes para que los productos duraran más tiempo. Vaticinando el filón surgió un nuevo mercado: bollería, derivados de lácteos, comidas pre-cocinadas, preparados deshidratados…
Las legumbres, base fundamental de nuestra dieta, con sus largos tiempo de preparación se fueron abandonando por alimentos “más rápidos” y nutricionalmente peores.
La mayoría de las dietas tradicionales son ricas en nutrientes y pobres en calorías, incluyendo aquí nuestra maltrecha dieta mediterránea, que en poco se parece ya a la original. La alimentación occidental actual parece ser la única que ha conseguido invertir esta relación, rica en calorías vacías y deficitaria en nutrientes.
Cualquier dieta tradicional se basa en dos puntos fundamentales, productos frescos, obviamente de temporada y tiempo y ganas para cocinarlos.
Así, a día de hoy, muchos niños y adolescentes no sabrán cocinar cuando crezcan, porque no lo han visto hacer nunca. Sus conocimientos sobre alimentación los marcan los anuncios publicitarios y sus habilidades culinarias se limitan a calentar al microondas, al uso de la sartén o a llamar al tele-algo.
¿Somos conscientes de las consecuencias negativas para la salud de los hábitos de alimentación tan poco saludables que llevamos?
No estoy disparado al azar cuando señalo en mi libro a las empresas alimentarias como responsables de uno de los mayores problemas de salud que tenemos en nuestro país. Aunque resulte difícil de creer, España ya supera a los Estados Unidos en cifras de obesidad infantil, y la culpa de esta epidemia la tienen, casi en exclusiva, la mala alimentación y el sedentarismo.
Los pediatras ya advierten sobre las altas cifras de colesterol infantil, cuya incidencia alcanza, por el momento, a un 22% de la población infantil española. Un niño con colesterol alto es un niño que corre el riesgo de padecer problemas cardiovasculares de forma temprana.
¿Prestamos suficiente atención a las etiquetas nutricionales de los alimentos?
Te voy a contestar con otra pregunta: ¿Entendemos las etiquetas nutricionales?. De hecho, una encuesta realizada sobre alumnos de la Universidad Complutense de Madrid demostró que menos de la mitad de ellos sabían distinguir entre términos como prebiótico, probiótico, ecológico, natural o transgénico.
Sin contar con que los controles sobre el etiquetado parecen ser insuficientes, ¿son los envases y las etiquetas un reflejo fiel del producto?. En E.E.U.U, en el año 2010, lo que comenzó siendo un simple trabajo escolar de unos chavales de 17 años, reveló que muchos productos alimenticios no contenían los componentes indicados en sus etiquetas. De 66 productos alimentarios comprados en establecimientos locales, 11 no contenían lo que señalaban sus etiquetas.
Otro estudio encargado en 2012 por Freshfel, la asociación que representa el sector de frutas y hortalizas frescas en Europa, titulado “¿Dónde está la fruta?”, revelaba que la imagen y el nombre de la fruta fresca se emplean a menudo como reclamo en productos que no la contienen o lo hacen en cantidades mínimas, sobre todo lácteos, dulces y bebidas. Casi uno de cada cinco artículos analizados no contenía nada de fruta, mientras que otro 32% tenía un porcentaje inferior al 10% del peso total del producto. El informe concluía que solo el 13,5% estaban realmente autorizados a utilizar imágenes de fruta fresca en el envase o etiquetado.
Parece que solamente nos fijamos en ciertos reclamos como producto light, 0% de grasas, 0% de azúcares… ¿son realmente beneficiosos para la salud?
Hace algunos años, la aparición de los “productos light” provocó que miles de personas abrieran las puertas de sus frigoríficos a productos a los que creían haber tenido que renunciar para siempre por su alto contenido en azúcares, grasas o ambas cosas a la vez.
Mucha gente, entendió que los productos Light no engordaban, lo cual es mentira, incluso que eran más sanos que los productos no Light, siendo esta afirmación una media verdad.
Para aumentar la confusión, normalmente “lo light” viene acompañado de frases como “bajo en grasa” o “sin azúcares añadidos”, lo cual, no significa que no los lleven sino que en el proceso de fabricación no les echan más. Adicionalmente bajo en grasas no significa que sea bajo en calorías, puede llevar muchos azúcares y no les están mintiendo en absoluto. El problema es que para la inmensa mayoría de la gente bajo en grasas es sinónimo de hipocalórico.
Normalmente yo recomiendo que si pone en el paquete “bajo en grasas” miren la cantidad de azúcares, y si la referencia es sobre los azúcares le echen un vistazo a la cantidad de grasas y sobre todo a la calidad de las mismas. Según nuestra normativa para que un producto sea “light” solo debe cumplir dos requisitos:
1-Que exista el mismo alimento en su versión no-light.
2-Que se reduzca al menos un 30% la cantidad de calorías del producto original.
Como ven no se tiene en cuenta la composición del mismo, lo saludable o no de un alimento no se puede medir sólo en la cantidad de calorías que aporta, nos estamos olvidando de la calidad de las mismas.
Alimentos anticolesterol, enriquecidos Omega 3, sin gluten…¿hacia dónde vamos?
Vamos hacia una “medicalización” de la alimentación. Lo cual es de por sí enfermizo. Además, muchas veces esas alegaciones de salud y esos componentes no han demostrado en absoluto su eficacia.
Recientemente, una exhaustiva revisión de los estudios realizados sobre los omega 3 y publicada en el ‘British Medical Journal’ arrojaba como resultado final del análisis, que los ácidos grasos omega 3 no tienen ningún efecto sobre la mortalidad ni sobre los problemas cardiovasculares, independientemente de que se consuman con la dieta o en forma de suplementos alimenticios. Sólo mantenían la prescripción sobre embarazadas y personas que hubieran sufrido un infarto. Claro que la cantidad semanal recomendada se puede tomar en tres sardinas o en diez litros de leche.
El mercado de los alimentos funcionales entró en nuestros frigoríficos haciéndonos creer que eran “buenos para algo” o “que favorecían procesos normales”. Tras ser prohibidas esas afirmaciones por la EPSA, ya que en su mayoría no eran ciertas, los trucos que están utilizando para seguir poniéndolas es añadir vitaminas o similares que sí han sido aceptadas, pero que se encuentran de manera habitual en nuestra dieta. Es decir, que no las necesitamos si comemos con normalidad, de forma variada y equilibrada.
¿Este tipo de etiquetas responden a una obsesión por mantener el peso idóneo, mantenerse joven y tener una buena imagen?
Nos han convencido de que “cuidarse” es equivalente a “estar delgado” y esto no es exactamente así, sin contar con que nuestro cuerpo cambia con el desarrollo, con la edad y, en el caso de las mujeres, con el embarazo. También se obvia la cantidad de “delgados enfermos” o “falsos delgados”. Según Steve Blair, profesor de la Universidad de Carolina del Sur, los obesos en buena forma física pueden estar más sanos que los delgados en mala forma. La imposición de cánones de belleza irreales y un concepto de la salud y bienestar centrado únicamente en lograr una talla (pequeña) han dado lugar a los ‘falsos delgados’, personas que se mantienen delgadas a base de hacer ejercicio pero comen poco y mal.

Articulo original en zainduzaitez

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 Entrevista para webconsultas

Ana Isabel Gutiérrez Salegui, autora de ‘Consume y calla’

Ana Isabel Gutiérrez Salegui 

06 de Noviembre de 2014
La psicóloga Ana Isabel Gutiérrez, experta en trastornos alimentarios, nos explica en ‘Consume y calla’ cómo podemos combatir la manipulación publicitaria y llenar nuestro carro de la compra de sentido común.

“Hemos convertido la comida normal en un pecado y nos pasamos la vida cumpliendo penitencias”

Consume y Calla (Editorial Akal) es el primer libro de Ana Isabel Gutiérrez Salegui, licenciada en Psicología en las especialidades Clínica y Social y del Trabajo por la Universidad de Salamanca, y técnico especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria por la Clínica Didos. Con este minucioso trabajo de análisis del mundo de la publicidad sobre alimentación y cosmética intenta desvelar y explicar, con cierto sentido del humor, los trucos a los que recurren las marcas comerciales para alcanzar sus objetivos. En su opinión, la información es esencial para combatir la manipulación, pero también hace un llamamiento a los consumidores para que apliquen su espíritu crítico, y dejen a un lado los complejos y las falsas creencias, para vivir más sanos y felices consigo mismos.

¿Cómo surge la idea de escribir un libro contando algunas verdades sobre alimentación y cosmética?

Efectivamente, tú lo has dicho, ‘algunas’; si quisiera contar todas, este libro se habría convertido en una enciclopedia. Llevo 20 años trabajando con personas afectadas por distintos trastornos alimentarios, también imparto clases de postgrado a Enfermería, y cuando descubres que tanto tus pacientes como muchos profesionales no sólo están desinformados, sino que están perjudicando su salud y su economía siguiendo mantras falsos inculcados por la publicidad, decides que no puedes combatir los mitos erróneos uno por uno y te pones a escribir. Y puestos a intentar enseñar es mejor hacerlo con el mayor sentido del humor posible; el libro es una sucesión de pequeñas collejas para que la gente reaccione.

¿Qué pretendías con la publicación de ‘Consume y Calla’?


La única pretensión era inducir a abrir los ojos, para que la mayoría de los consumidores se diera cuenta de hasta qué punto les “están tomando el pelo”. “Eres gordo, tienes que prevenir, compra mi producto”, nos pasamos la vida escuchando mentiras tóxicas y esto, que puede parecer una tontería, a nivel de salud no lo es, ya que muchas personas piensan que por tomar determinados alimentos funcionales o suplementos ya tienen cubiertas sus necesidades nutricionales y descuidan aquellos hábitos que sí les ayudarían a prevenir. Sin contar con que hay productos que son auténticas bombas contra la salud, como los que predican 0% de grasa y esconden cantidades ingentes de azúcares, o viceversa.
Es fundamental que la gente recupere el espíritu crítico y reflexione sobre por qué, si todos esos productos son tan saludables, tenemos unos índices que rondan el 40% de sobrepeso y obesidad, tanto infantil como adulta, y las enfermedades crónicas que afectan a la mayoría de la población, como diabetes, hipertensión o colesterol alto, están relacionadas fundamentalmente con nuestros hábitos alimenticios. A lo que hay que añadir lo enfermizo que es que la gente no se pueda comer un pincho de tortilla sin sentir culpabilidad. Estamos obsesionados, hemos convertido la comida normal en un pecado, y nos pasamos la vida cumpliendo penitencias. ¿No es un tanto demencial?

La sociedad parece estar un poco ciega, no es que no pueda ver, es que no quiere. ¿Crees que has conseguido el objetivo que te habías planteado con este libro?

“La inmensa mayoría de los productos que realizan alegaciones de salud no han demostrado su eficacia y, por lo tanto, no han sido aprobados por la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria)”

Mucha gente que ha leído el libro me dice después “ya no me creo los anuncios” o “he aprendido a entender las etiquetas nutricionales”. La verdad es que teniendo en cuenta que es el primer libro que escribo me ha sorprendido gratamente el revuelo que ha causado, que revistas como National Geographic escriban un reportaje sobre él, o que haya salido en más de cien medios entre televisión, radio y prensa, y no sólo en nuestro país, me dice que hay un gran colectivo de gente a la que le interesa el tema y quiere aprender, formarse e informarse. La acogida ha sido muy buena, y ver como las personas que lo han leído lo recomiendan a su vez en foros de debate me hace pensar que una parte se ha logrado.

En Consume y Calla haces una radiografía del comportamiento del consumidor y de sus valores actuales ¿Ha habido algo que te haya sorprendido descubrir?

“Hay que cambiar el criterio; he visto a mucha gente llegar a una consulta y decir quiero estar delgado, a casi nadie quiero estar sano”

Después de 20 años de ejercicio hay pocas cosas que me sorprendan, pero te garantizo que al lector sí, cuando vea el descaro con el que las empresas sortean la ley, cuando se ve reflejado en conductas que vistas desde una perspectiva externa son absurdas, y cuando racionaliza verdades que no son tales pero que así se las han vendido, se queda anonadado.
Si nuestros abuelos levantaran la cabeza y nos vieran pensarían que nos hemos vuelto rematadamente locos: pasamos hambre, comemos engendros alimenticios en polvo, vamos a sitios para sudar sufriendo mientras nos gritan, y pedimos préstamos bancarios para que nos quiten cachos de culo. Y tendrían razón. Deberíamos tomar perspectiva, pensar si esta vida nos hace felices, y darnos cuenta de que la esclavitud de la imagen nos ha hecho perder montones de placeres.

No sabemos lo que comemos

En base al “somos lo que comemos”, buscamos alimentos que sean el no va más y que tengan cuantos más componentes saludables mejor pero, ¿realmente sabemos lo que comemos?

“La comida basura es muy cómoda, pero a la larga sale muy cara desde el punto de vista de la salud”

Rotundamente no. Cualquier nutricionista de verdad (no esos que se ponen el título después de un cursillo online de diez horas) te diría que cualquier fruta tiene muchísima más cantidad de vitaminas y fibra que los alimentos funcionales, también te diría que la cocina tradicional basada en la legumbre, en la verdura, en la hortaliza y en el aceite de oliva, es mil veces más saludable que tomar suplementos de cualquier tipo, y que el pescado, la carne, los huevos y la leche deben ser nuestra fuente de proteínas y no polvos de “vete a saber qué”.
Las voces discrepantes estamos hartas de decir que la inmensa mayoría de los productos que realizan alegaciones de salud no han demostrado su eficacia y, por lo tanto, no han sido aprobados por la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria). En estos momentos para la industria alimentaria somos conejillos consumidores a los que vender sus productos y, si de vez en cuando aparece un escándalo alimentario, aquí tampoco pasa nada.

Muchos profesionales coinciden con usted en que más que en la sociedad de la información, en alimentación y salud, vivimos en la sociedad de la confusión. ¿A qué se debe?

“Hay que volver a quererse y a cuidarse, a darse mimos y a verse bellos frente al espejo, seas como seas”

Aquí hay muchos intereses creados, y el principal interés del Gobierno debería ser la salud de sus ciudadanos. Se permiten anuncios engañosos en cosmética y alimentación, publicidad de técnicas curanderiles que repercuten en la alimentación como los test alimenticios con nula evidencia científica, etiquetas nutricionales invisibles e ininteligibles, investigaciones financiadas por las mismas empresas que casualmente arrojan siempre resultados favorables a los productos que vende esa empresa… Si empezamos así, ¿cómo quieren que la sociedad sepa lo que es información veraz y lo que es publicidad? La gente confía en que lo que sale en los medios de comunicación está regulado, y lo está, otra cosa es que se sea muy laxo, por llamarlo algo, en el cumplimiento de esa regulación. Por ejemplo, está prohibido utilizar médicos (o personajes que lo parezcan) en los anuncios de alimentación y productos saludables. ¿A que te suena haber visto más de uno? Pues a mí no me suena que hayan retirado los anuncios.

¿Cuáles son los principales mitos que deberíamos desechar?

Que la delgadez es sana per se; hay delgados con niveles de colesterol disparados y gordos bastante saludables. También hay que cambiar el criterio; yo he visto a mucha gente llegar a una consulta y decir “quiero estar delgado”, a casi nadie “quiero estar sano”. A ver si aprendemos a priorizar lo importante. Otra es que tenemos que atiborrarnos de productos milagro, las lentejas ya son suficiente producto milagro. O que las cremas mágicas nos van a cambiar la cara en un mes; la edad es la edad y hay que sentirse bella a los 20, a los 30, a los 40 y a los 80. Es enfermizo ver mujeres de sesenta operándose cada dos por tres intentando parecer quinceañeras. Como afirmo en el libro, eso es momificación en vivo y amojamamiento en directo. ¿Qué tal si nos preocupamos de estar sanos y ser felices?

Cómo detectar los engaños publicitarios

Exageración de las propiedades de los productos, verdades a medias… ¿Qué consejos darías para no caer en la trampa?

Un pequeño resumen -aunque para manejarse en la selva del supermercado yo les recomendaría que leyeran el libro, y que lo hicieran lápiz en mano- puede ser:

  1. Detectar los mensajes que contienen las palabras mágicas: natural, tradicional, libre, poderoso, joven, juventud, placer, sentidos, sensorial, vida, salud, saludable, revolucionario, milagroso, nuevo, novedoso.
  2. No fiarse de los nombres de los productos. La mayoría están buscados para que se piense que “producen determinado efecto” o “poseen alguna cualidad concreta”. Que algo se llame Viveplus o Neurocalm no significa ni que alargue la vida ni que calme las neuronas. ¿A que nadie piensa que porque alguien se apellide Bueno tiene que ser un dechado de virtudes? Pues lo mismo.
  3. Si no entiende lo que pone, no se lo crea. Una crema lo más que puede prometer es hidratar correctamente, olvídense de las nanoesferas que penetran en las células y activan genes por biomimetismo y demás palabrería pseudocientifica. ¿O no se acuerdan del estudio de la OCU y la crema de tres euros? Pues eso.
  4. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Si en algún producto especifica “0% de grasa” busque en la composición la cantidad de azúcares. Si lo que aparece es “0% de azúcares” o “Sin azúcar” busque la de grasas.
  5. Desconfíe de los que lleven “aceites vegetales”, el que echa aceite de oliva, presume de ello. Y lo cobra.
  6. Un último consejo, llévense una lupa en el bolso, la van a necesitar si quieren leer la etiqueta nutricional de muchos de los productos.
Expones y explicas diferentes anuncios publicitarios sobre alimentación y cosmética. ¿Hay alguno en especial que te resultara alarmante, indignante…?

Montones, y cada día que pasa se incorpora uno nuevo al ranking. En los anuncios de cosmética realmente te sorprende la cara dura que supone dar como resultados científicos que “a 20 mujeres les parece que funciona”, cuando lo que lees en el anuncio es “resultados probados en el 90% de las mujeres”. Claro que la primera afirmación viene en tamaño pulga, en una esquina, y con un color, llamémosle… discreto, que no llame la atención. Pero al fin y al cabo el mayor perjuicio aquí es económico, y donde realmente te llevan los demonios es con los alimentos infantiles, que muchas veces son bazofia industrial, y que ponen en grandes letras “con vitaminas D y E”. Bazofia insalubre con vitaminas. Y luego nos sorprendemos de que nos lleguen niños de 8 años con colesterol alto e hipertensión.

La alimentación infantil, ha merecido un espacio preferente en las páginas de Consume y calla. Padres deseando dar lo mejor y que acaban tomando el peor camino por estar mal informados. ¿Qué aconsejarías a estos padres? ¿Cuál es el mejor modo de que nuestros hijos estén alimentados de forma sana desde que son bebés?

“La esclavitud de la imagen nos ha hecho perder montones de placeres”

El mejor consejo es intentar recordar qué les daban a ellos de pequeños. Han crecido sanos ¿verdad? Antes no teníamos la epidemia de obesidad infantil que hay ahora; también los niños se movían, jugaban en la calle, y ese es un factor a no descuidar nunca. Pero lo principal es que nosotros sólo teníamos dulces y chuches los domingos y fiestas de guardar, y que las comidas se hacían regularmente y en la mesa. Y aunque no te gustaran las espinacas te las comías, nada de cambiarlas por comida basura. Enseñar a comer a un niño tiene trabajo, pero si empiezas con el ejemplo la mitad del mismo ya lo tienes hecho. Hay que comer con los niños y hay que volver a cocinar. La comida basura es muy cómoda, pero a la larga sale muy cara desde el punto de vista de la salud. Sobre todo con los niños.

¿Crees que nuestra forma de vida y una sociedad cada vez más materialista y obsesionada con la delgadez nos hacen más susceptibles y débiles?

Nos convierte en personas obsesionadas persiguiendo convertirnos en perfecciones de Photoshop, que han perdido el placer de disfrutar de la comida, de quererse a sí mismos, y de querer a sus cuerpos. La desnudez, cuando no es perfecta, se ha convertido en un tabú. Hay que volver a quererse y a cuidarse, a darse mimos y a verse bellos frente al espejo, seas como seas.
Y, adicionalmente, además de esta sociedad de infelices tenemos un elevado porcentaje de personas que se ponen enfermas y desarrollan un trastorno de la alimentación. Y son enfermedades muy graves, que pueden llevar a la muerte.

Publicado en abc

alejandra rodríguez / madrid
Día 30/07/2014 – 14.07h
La imposición de cánones de belleza irreales y un concepto de la salud y bienestar centrado únicamente en lograr una talla (pequeña) han dado lugar a los ‘falsos delgados’.
Todo el desbarajuste que rige en relación a la conducta alimentaria, la presión social para mantenerse eternamente joven y delgado, la imposición de cánones de belleza irreales y un concepto de la salud y bienestar centrado únicamente en lograr una talla (pequeña) han dado lugar a los ‘falsos delgados’ o TOFI; Thin outside fat inside, sus siglas en inglés.
«Se trata de gente que tiene un peso normal o incluso bastante delgada que sin embargo presenta analíticas y valores clínicos absolutamente desastrosos, así como un riesgo cardiovascular elevadísimo», explica Ana Isabel Gutiérrez.
Los expertos señalan la educación como la clave: replantear el concepto de qué es estar sano y rebajar la presión sobre la imagen
El problema es que estos falsos delgados son muy difíciles de identificar, ya que sus niveles altos de colesterol y triglicéridos, su hipertensión, su grasa visceral o su resistencia a la insulina no se ven; muy al contrario, lucen una imagen saludable simplemente porque no tienen kilos de más.
Los especialistas opinan que el ‘quid’ de la cuestión es el «caos alimentario» reinante, demás de la pérdida de hábitos de vida saludable. «Actualmente, lo que entendemos como cuidarse conlleva estar constantemente a dieta, mantenerse delgado a toda costa y sin esfuerzo aunque para ello haya que recurrir a métodos surrealistas y llevar una vida que es de todo menos saludable; el cóctel es explosivo», explica la psicóloga. ¿Y la solución?
Como casi siempre, la clave reside en la educación. Los expertos coinciden en que es necesario rebajar la presión sobre la imagen, regular la publicidad y llevar a cabo un replanteamiento total de lo que verdaderamente es estar sano y cómo conseguirlo
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Protagonistak / Protagonistas

Entrevista publicada en Zaindu Zaitez

Ana Isabel Gutiérrez Salegui, autora de ‘Consume y calla’

Consume y Calla (Editorial Akal) es el primer libro de Ana Isabel Gutiérrez Salegui, licenciada en Psicología en las especialidades Clínica y Social y del Trabajo por la Universidad de Salamanca, y técnico especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria por la Clínica Didos. Con este minucioso trabajo de análisis del mundo de la publicidad sobre alimentación y cosmética intenta desvelar y explicar, con cierto sentido del humor, los trucos a los que recurren las marcas comerciales para alcanzar sus objetivos. En su opinión, la información es esencial para combatir la manipulación, pero también hace un llamamiento a los consumidores para que apliquen su espíritu crítico, y dejen a un lado los complejos y las falsas creencias, para vivir más sanos y felices consigo mismos.

¿Cómo surge la idea de escribir un libro contando algunas verdades sobre alimentación y cosmética?

Efectivamente, tú lo has dicho, ‘algunas’; si quisiera contar todas, este libro se habría convertido en una enciclopedia. Llevo 20 años trabajando con personas afectadas por distintos trastornos alimentarios, también imparto clases de postgrado a Enfermería, y cuando descubres que tanto tus pacientes como muchos profesionales no sólo están desinformados, sino que están perjudicando su salud y su economía siguiendo mantras falsos inculcados por la publicidad, decides que no puedes combatir los mitos erróneos uno por uno y te pones a escribir. Y puestos a intentar enseñar es mejor hacerlo con el mayor sentido del humor posible; el libro es una sucesión de pequeñas collejas para que la gente reaccione.

¿Qué pretendías con la publicación de ‘Consume y Calla’?

La única pretensión era inducir a abrir los ojos, para que la mayoría de los consumidores se diera cuenta de hasta qué punto les “están tomando el pelo”. “Eres gordo, tienes que prevenir, compra mi producto”, nos pasamos la vida escuchando mentiras tóxicas y esto, que puede parecer una tontería, a nivel de salud no lo es, ya que muchas personas piensan que por tomar determinados alimentos funcionales o suplementos ya tienen cubiertas sus necesidades nutricionales y descuidan aquellos hábitos que sí les ayudarían a prevenir. Sin contar con que hay productos que son auténticas bombas contra la salud, como los que predican 0% de grasa y esconden cantidades ingentes de azúcares, o viceversa.
Es fundamental que la gente recupere el espíritu crítico y reflexione sobre por qué, si todos esos productos son tan saludables, tenemos unos índices que rondan el 40% de sobrepeso y obesidad, tanto infantil como adulta, y las enfermedades crónicas que afectan a la mayoría de la población, como diabetes, hipertensión o colesterol alto, están relacionadas fundamentalmente con nuestros hábitos alimenticios. A lo que hay que añadir lo enfermizo que es que la gente no se pueda comer un pincho de tortilla sin sentir culpabilidad. Estamos obsesionados, hemos convertido la comida normal en un pecado, y nos pasamos la vida cumpliendo penitencias. ¿No es un tanto demencial?

La sociedad parece estar un poco ciega, no es que no pueda ver, es que no quiere. ¿Crees que has conseguido el objetivo que te habías planteado con este libro?

Mucha gente que ha leído el libro me dice después “ya no me creo los anuncios” o “he aprendido a entender las etiquetas nutricionales”. La verdad es que teniendo en cuenta que es el primer libro que escribo me ha sorprendido gratamente el revuelo que ha causado, que revistas como National Geographic escriban un reportaje sobre él, o que haya salido en más de cien medios entre televisión, radio y prensa, y no sólo en nuestro país, me dice que hay un gran colectivo de gente a la que le interesa el tema y quiere aprender, formarse e informarse. La acogida ha sido muy buena, y ver como las personas que lo han leído lo recomiendan a su vez en foros de debate me hace pensar que una parte se ha logrado.

En Consume y Calla haces una radiografía del comportamiento del consumidor y de sus valores actuales ¿Ha habido algo que te haya sorprendido descubrir?

Después de 20 años de ejercicio hay pocas cosas que me sorprendan, pero te garantizo que al lector sí, cuando vea el descaro con el que las empresas sortean la ley, cuando se ve reflejado en conductas que vistas desde una perspectiva externa son absurdas, y cuando racionaliza verdades que no son tales pero que así se las han vendido, se queda anonadado.
Si nuestros abuelos levantaran la cabeza y nos vieran pensarían que nos hemos vuelto rematadamente locos: pasamos hambre, comemos engendros alimenticios en polvo, vamos a sitios para sudar sufriendo mientras nos gritan, y pedimos préstamos bancarios para que nos quiten cachos de culo. Y tendrían razón. Deberíamos tomar perspectiva, pensar si esta vida nos hace felices, y darnos cuenta de que la esclavitud de la imagen nos ha hecho perder montones de placeres.

No sabemos lo que comemos

En base al “somos lo que comemos”, buscamos alimentos que sean el no va más y que tengan cuantos más componentes saludables mejor pero, ¿realmente sabemos lo que comemos?

Rotundamente no. Cualquier nutricionista de verdad (no esos que se ponen el título después de un cursillo online de diez horas) te diría que cualquier fruta tiene muchísima más cantidad de vitaminas y fibra que los alimentos funcionales, también te diría que la cocina tradicional basada en la legumbre, en la verdura, en la hortaliza y en el aceite de oliva, es mil veces más saludable que tomar suplementos de cualquier tipo, y que el pescado, la carne, los huevos y la leche deben ser nuestra fuente de proteínas y no polvos de “vete a saber qué”.
Las voces discrepantes estamos hartas de decir que la inmensa mayoría de los productos que realizan alegaciones de salud no han demostrado su eficacia y, por lo tanto, no han sido aprobados por la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria). En estos momentos para la industria alimentaria somos conejillos consumidores a los que vender sus productos y, si de vez en cuando aparece un escándalo alimentario, aquí tampoco pasa nada.

Muchos profesionales coinciden con usted en que más que en la sociedad de la información, en alimentación y salud, vivimos en la sociedad de la confusión. ¿A qué se debe?

Aquí hay muchos intereses creados, y el principal interés del Gobierno debería ser la salud de sus ciudadanos. Se permiten anuncios engañosos en cosmética y alimentación, publicidad de técnicas curanderiles que repercuten en la alimentación como los test alimenticios con nula evidencia científica, etiquetas nutricionales invisibles e ininteligibles, investigaciones financiadas por las mismas empresas que casualmente arrojan siempre resultados favorables a los productos que vende esa empresa… Si empezamos así, ¿cómo quieren que la sociedad sepa lo que es información veraz y lo que es publicidad? La gente confía en que lo que sale en los medios de comunicación está regulado, y lo está, otra cosa es que se sea muy laxo, por llamarlo algo, en el cumplimiento de esa regulación. Por ejemplo, está prohibido utilizar médicos (o personajes que lo parezcan) en los anuncios de alimentación y productos saludables. ¿A que te suena haber visto más de uno? Pues a mí no me suena que hayan retirado los anuncios.

¿Cuáles son los principales mitos que deberíamos desechar?

Que la delgadez es sana per se; hay delgados con niveles de colesterol disparados y gordos bastante saludables. También hay que cambiar el criterio; yo he visto a mucha gente llegar a una consulta y decir “quiero estar delgado”, a casi nadie “quiero estar sano”. A ver si aprendemos a priorizar lo importante. Otra es que tenemos que atiborrarnos de productos milagro, las lentejas ya son suficiente producto milagro. O que las cremas mágicas nos van a cambiar la cara en un mes; la edad es la edad y hay que sentirse bella a los 20, a los 30, a los 40 y a los 80. Es enfermizo ver mujeres de sesenta operándose cada dos por tres intentando parecer quinceañeras. Como afirmo en el libro, eso es momificación en vivo y amojamamiento en directo. ¿Qué tal si nos preocupamos de estar sanos y ser felices?

Cómo detectar los engaños publicitarios

Exageración de las propiedades de los productos, verdades a medias… ¿Qué consejos darías para no caer en la trampa?

Un pequeño resumen -aunque para manejarse en la selva del supermercado yo les recomendaría que leyeran el libro, y que lo hicieran lápiz en mano- puede ser:

  1. Detectar los mensajes que contienen las palabras mágicas: natural, tradicional, libre, poderoso, joven, juventud, placer, sentidos, sensorial, vida, salud, saludable, revolucionario, milagroso, nuevo, novedoso.
  2. No fiarse de los nombres de los productos. La mayoría están buscados para que se piense que “producen determinado efecto” o “poseen alguna cualidad concreta”. Que algo se llame Viveplus o Neurocalm no significa ni que alargue la vida ni que calme las neuronas. ¿A que nadie piensa que porque alguien se apellide Bueno tiene que ser un dechado de virtudes? Pues lo mismo.
  3. Si no entiende lo que pone, no se lo crea. Una crema lo más que puede prometer es hidratar correctamente, olvídense de las nanoesferas que penetran en las células y activan genes por biomimetismo y demás palabrería pseudocientifica. ¿O no se acuerdan del estudio de la OCU y la crema de tres euros? Pues eso.
  4. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Si en algún producto especifica “0% de grasa” busque en la composición la cantidad de azúcares. Si lo que aparece es “0% de azúcares” o “Sin azúcar” busque la de grasas.
  5. Desconfíe de los que lleven “aceites vegetales”, el que echa aceite de oliva, presume de ello. Y lo cobra.
  6. Un último consejo, llévense una lupa en el bolso, la van a necesitar si quieren leer la etiqueta nutricional de muchos de los productos.
Expones y explicas diferentes anuncios publicitarios sobre alimentación y cosmética. ¿Hay alguno en especial que te resultara alarmante, indignante…?

Montones, y cada día que pasa se incorpora uno nuevo al ranking. En los anuncios de cosmética realmente te sorprende la cara dura que supone dar como resultados científicos que “a 20 mujeres les parece que funciona”, cuando lo que lees en el anuncio es “resultados probados en el 90% de las mujeres”. Claro que la primera afirmación viene en tamaño pulga, en una esquina, y con un color, llamémosle… discreto, que no llame la atención. Pero al fin y al cabo el mayor perjuicio aquí es económico, y donde realmente te llevan los demonios es con los alimentos infantiles, que muchas veces son bazofia industrial, y que ponen en grandes letras “con vitaminas D y E”. Bazofia insalubre con vitaminas. Y luego nos sorprendemos de que nos lleguen niños de 8 años con colesterol alto e hipertensión.

La alimentación infantil, ha merecido un espacio preferente en las páginas de Consume y calla. Padres deseando dar lo mejor y que acaban tomando el peor camino por estar mal informados. ¿Qué aconsejarías a estos padres? ¿Cuál es el mejor modo de que nuestros hijos estén alimentados de forma sana desde que son bebés?

El mejor consejo es intentar recordar qué les daban a ellos de pequeños. Han crecido sanos ¿verdad? Antes no teníamos la epidemia de obesidad infantil que hay ahora; también los niños se movían, jugaban en la calle, y ese es un factor a no descuidar nunca. Pero lo principal es que nosotros sólo teníamos dulces y chuches los domingos y fiestas de guardar, y que las comidas se hacían regularmente y en la mesa. Y aunque no te gustaran las espinacas te las comías, nada de cambiarlas por comida basura. Enseñar a comer a un niño tiene trabajo, pero si empiezas con el ejemplo la mitad del mismo ya lo tienes hecho. Hay que comer con los niños y hay que volver a cocinar. La comida basura es muy cómoda, pero a la larga sale muy cara desde el punto de vista de la salud. Sobre todo con los niños.

¿Crees que nuestra forma de vida y una sociedad cada vez más materialista y obsesionada con la delgadez nos hacen más susceptibles y débiles?

Nos convierte en personas obsesionadas persiguiendo convertirnos en perfecciones de Photoshop, que han perdido el placer de disfrutar de la comida, de quererse a sí mismos, y de querer a sus cuerpos. La desnudez, cuando no es perfecta, se ha convertido en un tabú. Hay que volver a quererse y a cuidarse, a darse mimos y a verse bellos frente al espejo, seas como seas.
Y, adicionalmente, además de esta sociedad de infelices tenemos un elevado porcentaje de personas que se ponen enfermas y desarrollan un trastorno de la alimentación. Y son enfermedades muy graves, que pueden llevar a la muerte.
 
La entrevista original aquí

Publicado en el periódico El Tiempo de Colombia, 25 octubre 2014. 

¿Y SI VOLVIÉRAMOS A COMER COMO ANTES?

En su libro Consume y calla, la psicóloga Ana Gutiérrez desenmascara casos de publicidad engañosa

Por Zulma Sierra.

Comer como en tiempos de la abuela. Esto es lo que, en resumen, recomienda la psicóloga y especialista en trastornos de la conducta alimentaria, Ana Isabel Gutiérrez Salegui. Su último libro, Consume y calla, va de frente contra las grandes multinacionales de la alimentación que anuncian productos milagrosos.

‘Sin conservantes’, ‘cero colesterol’, ‘sin grasas’, ‘refuerza tus defensas’… Son frases tan populares como cuestionables, pues según Gutiérrez, “muchos de los estudios que supuestamente avalan las propiedades de estos productos han sido contratados por las mismas empresas”.

“Consume y calla” se apoya en más de 200 referencias de estudios publicados en revistas científicas o avalados por la Agencia Europea de la Seguridad Alimentaria (Efsa), aunque algunas librerías han preferido no exhibirlo para evitar problemas con las grandes marcas citadas en el texto.

¿Estamos ante casos de publicidad engañosa?

Las grandes empresas juegan con sobreentendidos para quedar en el límite de la ley. Las abuelas se compran el yogur con calcio porque tienen los huesos débiles pero nadie les dice que ciertos tipos de pescado, como las sardinas, tienen cien veces más calcio. Tendríamos que elegir de acuerdo a la información y no a la publicidad, porque estamos hablando de salud.

Las madres buscan alimentos con suplementos vitamínicos, ¿también caen en un error?

Hay un montón de alimentos que en sus empaques dicen ‘con hierro y vitaminas A y D’ en letras muy grandes, pero la información nutricional, que es la más importante, viene siempre en letras pequeñas y difíciles de entender. ¿Cuánto azúcar tiene? 36 gramos en un jugo es demasiado para un niño. Tú a lo mejor dices ‘no le voy a dar una gaseosa que contiene mucha azúcar, sino este jugo con vitaminas’, pero no te das cuenta de que tiene la misma o más cantidad de azúcares y solo ocho gramos de fruta.

Pero sí hay productos bajos en azúcares, ¿o no?

Si dice ‘bajo en azúcares’, mira cuántas grasas tiene. Si dice ‘bajo en grasas’, mira cuántos azúcares tiene. Estos mensajes no significan que el producto sea hipocalórico. Siempre hay que irse a la etiqueta. En Europa fracasó una buena iniciativa que consistía en poner un semáforo nutricional en los productos en los que el rojo significaba ‘comer esporádicamente’; amarillo, ‘comer con moderación’; y verde, ‘se puede comer en cualquier momento’. Las empresas invirtieron más de mil millones de euros para que no saliera adelante.

¿Cuál fue el caso que más le impactó de su investigación?

Hay varios, pero yo hablaría de los yogures para bebés. Marcas muy reconocidas sacaron este producto anunciando que contenía leche de continuación. Un estudio independiente determinó que una de las dos marcas no tenía leche de continuación, de manera que estaba mintiendo y además, las dos marcas ponían grandes cantidades de azúcares y grasas en este producto, superando las recomendaciones de la OMS para bebés. Esto es muy grave, porque los sabores los desarrollamos desde bebés, y con tantos azúcares, están fidelizando a sus clientes desde la cuna.

Y desde niños estamos pidiendo los productos más dulces…

¡Claro! Se supone que dentro de algunos códigos de autorregulación comercial está prohibido poner muñequitos y dibujitos en los alimentos para niños, pero las grandes marcas lo siguen haciendo. Para una mamá en un supermercado es difícil decirle ‘no’ al niño o explicarle por qué no puede llevar ese alimento tan llamativo, pero no podemos dejar en un niño de 4 años la decisión de lo que va a comer. La decisión tiene que ser nutricional. Hay un estudio que descubrió que los niños a partir de los dos años son capaces de distinguir las marcas. La publicidad de alimentos para niños debería estar libre de manipulaciones.

¿Qué quiere decir que un producto sea ‘light’?

Que tiene un 30 por ciento menos de calorías que el producto original. No significa que no tenga grasas ni azúcares. Si el original tiene 1.000 calorías, el light tiene 700. Entonces, si te metes cinco refrescos light, a lo mejor te estás metiendo 3.500 calorías, 1.000 por encima de la dieta total diaria de un adulto.

¿Y la gente que dice que adelgaza sin consumir gluten?

Ahora se pusieron de moda las dietas sin gluten porque algunas famosas dicen que funcionan. No es que dejar de comer gluten adelgace, sino que a lo mejor has dejado de consumir determinados hidratos de carbono y por eso bajas de peso. Si tú no tienes ninguna alergia, no te va a hacer daño consumir pan común y corriente.

¿Quiere decir que el pan no engorda?

No. Es perfectamente saludable, lo mismo que la pasta porque no tienen mucha carga calórica. Lo realmente hipercalórico es la grasa y los azúcares refinados.

¿Cuál es el secreto para una buena salud?

Yo diría que es comer lo que cocinaba tu abuela. Normalmente el almuerzo era un plato grande de sopa con mucha legumbre y verdura, y una carne en el seco. Antes se desayunaba muy bien y se cenaba ligero. ¿Y si volviéramos a comer lo mismo que antes? Nos saldría más barato, estaríamos menos preocupados por la imagen y mucho más sanos.

LA PELIGROSA “GORDOFOBIA”

En su libro ‘Consume y calla’, Ana Isabel Gutiérrez Salegui también analiza las dietas milagro.“Es curioso”, dice, “que en las zonas rurales encuentro gente más delgada y fibrosa. Se alimentan de forma natural y hacen ejercicio sin matarse en un gimnasio”. Gutiérrez alerta de que la gente se cuida de no engordar pero nunca de adelgazar demasiado. “Que una niña de 20 años se pueda quedar en un quirófano por una liposucción de una grasa que no le sobraba, es muy grave”. También advierte sobre los falsos delgados; personas que hacen mucho ejercicio pero cuya dieta es tan cuestionable que pueden tener altos niveles de colesterol.

SOBRE LA AUTORA

Ana Isabel Gutiérrez es psicóloga con especialidad clínica, social y del trabajo, por la Universidad de Salamanca. También es autora de ‘Trastornos del comportamiento alimentario: anorexia y bulimia’ (1999).
Publicado en el blog Ciencia Crítica de ElDiario.es

– La publicidad alimentaria juega a vender productos utilizando medias verdades y mentiras completas
– Muchas veces incluso violando la legislación vigente
– Las estratagemas psicológicas para vendernos productos ineficaces son diversas
– Una alimentación adecuada es suficiente, y prácticamente ninguno de los productos con substancias añadidas son necesarios para llevar una vida sana
Imagine un mundo en el que casi a cada paso intentaran engañarle con el fin de sacarle dinero. Imagine un mundo en el que comiera, o se metiera cosas en el cuerpo sin saber lo que son, ni las consecuencias que puedan tener para su salud en el futuro aunque en realidad éstas sean perjudiciales. Imagine que además lo hace porque alguien en quien usted confía le dice que es bueno para su salud. Imagine que le dan supuestos argumentos científicos para convencerle, avales de prestigiosas asociaciones o instituciones. Imagine además que usted cree que hay una ley que le protege y que además se le dice que dicha ley se cumple aunque no sea así. 
Pues abra los ojos: ¡vive en ese mundo! 
Dedique un día a contar conmigo los anuncios que le prometen prevención, salud, belleza, aspecto de juventud o delgadez. No olvide contar a los presentadores de programas colando “consejos publicitarios” más o menos disimulados. Sí, los anuncios de toda la vida en televisión, radio, revistas, marquesinas, folletos buzoneados en su propia casa o entregados en mano por la calle, las pantallas que le saltan en cada página que visita en Internet, los enlaces que aparecen en sus redes sociales…le voy a dar el cómputo total, en el mundo occidental el ciudadano medio ve hasta 3000 anuncios publicitarios por día, aunque no sea consciente de ello. 
Pues ahora le digo que la inmensa mayoría son camelos, un extenso abanico que abarca verdades a medias y mentiras completas. Desde hace siglos charlatanes y curanderos han vendido pociones y ungüentos milagrosos para conseguir casi lo mismo, antes el anzuelo era divino ¿Cuántas de nuestras abuelas creían a pies juntillas en el agua de Lourdes o en los cordones de San Blas? Sustituyamos ahora la intervención divina por una supuesta “Ciencia que todo lo puede” y ¡ale hop!, tienen delante a los timadores del siglo XXI. La gran diferencia es que en aquella época nadie sospechaba que en aquel futuro lejano en el que nosotros vivimos ahora dichos charlatanes y curanderos iban a estar amparados por el equivalente al sheriff del condado. 
Como denuncian Ben Goldacre y Michael Pollan en sus respectivos libros Mala Ciencia y El detective en el supermercado, el “nutricionismo” nos ha llevado a una “medicalización” de los alimentos y a una especie de “neurosis alimentaria colectiva” que en lugar de hacernos comer mejor, nos provoca una confusión absoluta con respecto a alimentos y elementos, y cuando no, nos lleva directamente a sufrir consecuencias negativas para nuestra salud, física y mental. Incluso para nuestra “salud” económica, dado que la inmensa mayoría de estos productos están encarecidos con respecto a sus homólogos “normales”, no funcionales, no light o “no algo”. En algunos casos, según CEACCU este incremento puede ser hasta del 200 %. Esa descomunal diferencia de precio es una de las razones por la cual, el mercado de los alimentos funcionales, cerró el ejercicio del 2011, ya en plena crisis económica, con unas ganancias de 2900 millones de euros en el conjunto del mundo occidental y todo por hacernos creer que son “buenos para algo”. 
Pero primero hay que crear la necesidad, convertir en enfermedades lo que siempre ha sido normal, tergiversar el concepto de prevención, acomplejar a muchísimas personas escupiéndoles a la cara defectos que no tienen a base de hacerles compararse con perfecciones que no existen. Estoy hablando del photoshop y otras formas de modificar la imagen ¡por supuesto! 
¡Y ahora procedamos a analizar dicha manipulación! 
Primero, la inmensa mayoría de las alegaciones de salud han sido rechazadas por la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria) porque no han podido probar sus supuestos beneficios, como es el caso de los Bifidus o los Lactobacilus, entre otros ¿Pero quién lee la página web de la EFSA? Por eso, aunque usted no se haya dado cuenta, muchos productos, no sólo lácteos, lo que dicen ahora es que “ayudan al normal funcionamiento del organismo”. Al normal funcionamiento del organismo ayuda casi cualquier alimento, les informo, dado que “no comer” es lo que desestabiliza el organismo. De hecho, tras ese rechazo uno de los trucos que están utilizando para seguir alegando sus “supuestos beneficios”, es añadir vitaminas o similares que sí han sido aceptadas, pero que se encuentran de manera habitual en nuestra dieta. O sea, que no los necesitamos si comemos con normalidad. Como ejemplo, con un sólo plátano usted estaría ingiriendo vitamina A, B1, B12, B3, B5, B6, B7, B9, C, D, E, K. 
Claro que a lo mejor se ha dejado engañar también en alguna ocasión por esos anuncios de pastillas de vitaminas, minerales y “oligocosas”, con la idea de que “las vitaminas son buenas” y “no pueden hacerle daño”. ¡Se equivocan! Primero porque las carencias vitamínicas o avitaminosis las debe diagnosticar un médico y en base a una analítica, no por el “método del aojismo” y segundo porque sí pueden hacerle daño. Aunque nadie le haya hablado de ello, las hipervitaminosis existen y potencialmente pueden ser graves. En el registro de cuatro años de la FDA (Agencia americana de Seguridad en alimentación y medicamentos) se recibieron más de 6,300 informes con 10,300 reacciones negativas, entre ellas 115 fallecimientos y más de 2,100 hospitalizaciones, 1,000 enfermedades agravadas con complicaciones, 900 visitas a urgencias y otros 4,000 casos más leves adicionales provocados por suplementos vitamínicos y productos similares. 
Todo ello sin contar con que si usted lleva una dieta normal (rica en frutas y verduras, y acompañada con algo de carne y pescado) esos suplementos son innecesarios, como bien afirma en su página el Ministerio de Sanidad de nuestro país. ¿pero quien lee la página del Ministerio? También la Harvard School of Public Health lo deja bastante claro en su informe Supplement studies: sorting out the confusion: “En el mejor de los casos la compra de estos productos sólo dañará tu economía”. En el peor ya hemos visto como puede afectar su salud. 
Lea usted los ingredientes de cualquier producto elaborado de cualquier supermercado. ¿Tiene usted la garantía de que todos esos ingredientes son realmente necesarios para obtener el producto final? Incluso si muchas de esas substancias añadidas son inertes a su salud, ¿Sabe que va a pagar más por ese producto final sólo porque lleva más ingredientes? Pues bien, ahí está una de las fórmulas empleadas por la industria alimentaria, añadir ingredientes que permiten encarecer el producto pero ofreciendo realmente lo mismo. Si además alguno de estos ingredientes puede usarse como atrayente mediante la propaganda falaz que aquí se denuncia, pues mucho mejor (para el fabricante, ¡claro!). 
Hay muchas formas de camelarle e inducirle a engaño, como esos zumos tan sanos con vitaminas añadidas y cero por ciento de grasa que contienen 37 gramos de azúcar, bastante más de la Cantidad diaria recomendada por la O.M.S. ¡Cuidado al leer la etiqueta! ponen las cantidades en 100 ml, pero es que el tetra-brick individual que usted le está dando a su hijo tiene 330 ml. ¡Multiplique por tres y pico las cifras que lea! 
Otro ejemplo son los alimentos “sin”. Si se dan cuenta, últimamente todo es sin algo, aunque la moda más extendida es la del “sin azúcar” o “sin azúcar añadida”, como es el caso de muchos “zumos” o más bien “bebidas líquidas nutritivas” presentadas en tetra brik. Lea en ese caso las cantidades de grasa, aunque a lo mejor, usando otra de las tácticas recurrentes pone “lípidos”, con lo cual a la inmensa mayoría de la gente le pasarían desapercibidas. 
Para los alimentos muy bajos en calorías (ni azúcar, ni grasas) existe otra palabra mágica, que es “light”, y últimamente para los refrescos, la palabra “zero”. Pues bien, como ya se ha tratado en este blog, estos productos contienen edulcorantes artificiales que podrían ser bastante nocivos para su salud. Lo mejor es sin duda no consumir ni ese exceso de calorías que no necesita, ni esa bebida sustitutiva. Y por favor, compruebe los ingredientes de un refresco “light” y otro “zero”, ¿nota alguna diferencia? ¡claro que no! “zero”, es un “nuevo palabro” inventado para venderle lo mismo. 
Podría seguir hasta convertir este artículo en una enciclopedia de la manipulación, sólo les digo que casi nada que vaya envuelto se libra de algún truco y muchos de ellos pueden perjudicar tremendamente la salud. Reflexionen un momento, a pesar de tener supermercados “medicalizados”, y de que casi todo se publicite como “natural y saludable” tenemos unas elevadísimas tasas epidémicas de obesidad, diabetes, hipertensión y obsesiones relacionadas con la comida y la imagen, y no solo afectan a los adultos, si miramos las cifras del estudio Aladino del año 2011, el 44,5 % de nuestros niños tenía sobrepeso u obesidad. 
Sólo hay una manera de evitar ser víctimas de estas estratagemas y es informándose adecuadamente, leyendo y recuperando el espíritu crítico con quien sólo pretende vendernos sus productos sacando el máximo beneficio posible. 
Y sólo hay una manera de mantener la salud y prevenir las enfermedades relacionadas con la alimentación; y es seguir practicando los hábitos saludables que sí funcionan, como comer recetas tradicionales con hortalizas, legumbres, cereales, verduras y frutas, y en menor medida pescado y carne, moverse, andar, subir escaleras, practicar algún deporte más o menos habitualmente, no consumir tóxicos, alcohol, tabaco y otras drogas, y dormir adecuadamente. Lo siento ¡los milagros no existen! aunque las empresas se lo quieran hacer creer. 
Ésta es una historia que se sabe hace tiempo. Sin ir más lejos, hace casi 30 años, músicos que le podrían parecer de lo más estrambótico, como Eskorbuto, la han venido denunciando
Pero por último, si me permiten una sugerencia, y si quieren saber más sobre este tema, lean mi libro, Consume y calla, que es fruto de un tremendo esfuerzo de investigación, búsqueda de datos y lectura de esas páginas científicas e institucionales que nadie se lee y en el que intento desenmascarar los intereses de una industria que está jugando con mi salud, con la suya y con la de sus hijos.
(Ilustración: Limit Food, de Werens)  
Publicado en Vit301, Health & Bio Magazine, nº 3, mayo 2014

LIBROS
CONSUME Y CALLA
ALIMENTOS SALUDABLES Y FUNCIONALES A DEBATE

Todo el mundo quiere que nos cuidemos, todos los productos parece que nos ayudan a ello. Sin embargo, las principales causas de enfermedad y muerte en nuestra sociedad tienen que ver con lo que comemos y cómo lo hacemos: hipertensión, bulimia, diabetes, colesterol, anorexia y obesidad. 

Un libro sobre la manipulación publicitaria en alimentación y cosmética, así como las repercusiones sociológicas, legales, económicas y, lo más importante, sobre nuestros hábitos y nuestra salud. 


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