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‘Duelo’ Category

Eugenio Delgado escondió el cadáver de su vecina durante cuatro años en Monesterio (Badajoz). Los familiares de su víctima sufren “ataques de pánico, depresión, insomnio y ansiedad”

“Las imágenes… es lo que más me maltrata psicológicamente. Cada noche, cada momento, pienso en mi hermana entrando en casa de su asesino. Ella quiere escapar de allí porque sabe que la han engañado, busca la puerta y él no la deja salir y empieza a darle golpes. Manuela empieza a pensar que de allí no va a salir viva, y está sufriendo un dolor, y otro dolor. En esos momentos sabe que le quedan pocos minutos de vida y piensa en sus hijos, en su familia…”. Emilia Chavero lleva más de seis años atrapada en el duelo por el crimen de su hermana Manuela.

Lo saben ella y su familia y lo confirman ahora dos especialistas en salud mental que han valorado sus secuelas psicológicas y físicas: Eugenio Delgado, que está en prisión acusado de matar a su vecina Manuela en su casa de Monesterio (Badajoz) el 5 de julio de 2016, no solo ocasionó “un trauma” a la familia de la víctima con su muerte, sino que además, les ha generado secuelas “crónicas y altamente incapacitantes” al mantener, durante cuatro años, oculto el cadáver de la mujer, que enterró en su finca, desnudo y envuelto en un albornoz y una sábana.

Duelo congelado

“La no aparición del cuerpo en el caso de desaparición” provoca en sus allegados un “duelo congelado, cuya sintomatología irá modificándose dependiendo del tiempo que transcurra desde la ausencia de la persona hasta la aparición de la misma o de sus restos. En el caso de Manuela estaríamos ante una desaparición de larga duración, lo que aboca a la cronicidad del mismo”, concluye la psicóloga forense Ana Isabel Gutiérrez en su informe pericial, al que ha accedido CASO ABIERTO.

“Para Emilia, el hecho de que su hermana Manuela desapareciera de forma inquietante no sólo es traumático sino constitutivo de un duelo ambiguo, siendo este uno de los tipos de duelo con mayor impacto psicológico y psicosomático por la imposibilidad de abordar siquiera la aceptación del hecho”. La familia de Manuela ha aportado en el juzgado de instrucción 1 de Zafra el diagnóstico realizado por Gutiérrez y por el doctor José Carlos Fuertes, experto en psiquiatría.

Estrés postraumático

Emilia Chavero sufre un trastorno de estrés postraumático y otro ansioso depresivo con “altos niveles de sintomatología”. Desde la muerte de su hermana, la mujer experimenta “ataques de pánico, depresión, insomnio y niveles elevados de ansiedad, caracterizados por un estado general de nerviosismo, preocupación excesiva, dudas constantes y temor a equivocarse”. También siente “una sensación permanente de amenaza, incapacidad para experimentar emociones positivas, tiene pensamientos negativos que no consigue quitarse de la cabeza (ideas e imágenes vinculadas con la muerte de su hermana, pensamientos negativos sobre sí misma, sobre los demás, el mundo o el futuro…)”.

Basándose en las conclusiones de ambos expertos, Emilia acusa al presunto asesino de su hermana de un delito de lesiones psíquicas y otro de daño moral. “La ocultación intencionada del cadáver por parte de Eugenio durante nada más y nada menos que cuatro largos años ha dado lugar, entre otras cosas, a su clara participación de los delitos de lesiones psíquicas y contra la integridad moral de mis representados”, afirma en su escrito la abogada de Emilia, Verónica Guerrero.

Los peritos que han reconocido a la hermana de Manuela destacan en su informe que, en un caso de desaparición como el de la mujer “el impacto que supone la incertidumbre continuada durante meses o años, aunque se acabe encontrando el cuerpo de la persona -como ocurrió con Manuela- puede provocar una cronicidad en la psicopatología desarrollada” por sus familiares.

Así increpó la hermana de Manuela Chavero al presunto asesino durante la reconstrucción del crimen

Así increpó la hermana de Manuela Chavero al presunto asesino durante la reconstrucción del crimen AGENCIA ATLAS

Evidencias de delito sexual

Además, Delgado escondió el cuerpo de Manuela en “un acto consciente y voluntario, pues implicó una manipulación del cadáver, su transporte, esfuerzo y tiempo, con la finalidad de esconder a la víctima para intentar eliminar la posibilidad de que se establezca una relación criminal por medio de evidencias forenses o de cualquier otra evidencia, entre ellas las de tipo sexual“, defiende la abogada de Emilia.

Según su psicóloga, la hermana de Manuela tiene “pensamientos relacionados con que cualquier persona a nuestro alrededor pueda estar relacionada con la desaparición” e ideas obsesivas sobre que el mundo puede ser un lugar peligroso e inseguro: “Yo no puedo ver que un hombre agarra a una mujer por el brazo. No puedo porque ya me imagino al otro agarrando a mi hermana. Todo lo que sea violencia contra una mujer ya me recuerda a mi hermana y no quiero verlo”.

Marta Calvo y Diana Quer

La familia de Manuela se suma a las de Marta CalvoMarta del Castillo y Diana Quera la hora de reclamar condenas más duras para los asesinos que oculten el paradero de sus víctimas tras el crimen. Marisol Burón, madre de Marta Calvo, registró en el Congreso de los Diputados una iniciativa legislativa para que se tipifique como delito autónomo la ocultación de cadáver y se castigue a quien obstruya la acción de la justicia, incrementando gratuitamente el dolor de las familias. El objetivo es que “la ley deje de amparar el silencio de un asesino”.

Los especialistas que han evaluado las secuelas de la familia de Manuela recuerdan en su informe que “el impacto de una desaparición forzosa es, desde el punto de vista de la psicopatología que puede provocar, aún mayor que la muerte de un ser querido”. Quienes conocían y querían a Manuela han tenido que afrontar ambas realidades, además del hecho de que el acusado de matar a la mujer no ha reconocido el crimen y sigue ofreciendo, según la Guardia Civil, “versiones falsas y contradictorias” sobre lo que ocurrió la noche en que su vecina murió en su casa.

“Las emociones malas muchas veces me dominan, paralizan mi vida. Eso solamente lo entiende la persona que haya pasado por lo mismo que he pasado yo”, lamenta la hermana de Manuela.

FUENTE: https://www.elperiodicoextremadura.com/sucesos/2022/09/15/manuela-chavero-secuelas-familia-75428658.html

LOS RITOS DE DUELO DURANTE LA PANDEMIA COVID-19
Los ritos han servido desde tiempo inmemorial para elaborar y dar reconocimiento y apoyo social a las emociones positivas y negativas, bodas, ritos de paso y funerales.
El duelo es el conjunto de reacciones de tipo físico, emocional y social que se producen por el fallecimiento de una persona próxima (Echeburua 2007)
Los rituales de duelo, como el velatorio, el  funeral y el entierro  ayudan a las personas a aceptar el hecho de la muerte del ser querido, les aportan el soporte emocional a través de la compañía de amigos y familiares y les facilita un escenario donde canalizar las emociones y en la que cualquier muestra de dolor es aceptable y entendible. Pero ahora son imposibles. Nos hemos quedado sin los modos conocidos de despedirnos y nadie nos ha enseñado a encontrar otros.
Los psicólogos sabemos que la ausencia de despedida es un factor de alto riesgo para el desarrollo de duelos patológicos como ocurre en las desapariciones, los naufragios y en las catástrofes ya que dificultan la aceptación de la muerte del ser querido o se puede llegar a tener la sensación de no creer que haya fallecido.
En el caso del COVID-19 Nos angustia pensar que nuestros seres queridos han muerto solos, no poder acompañarles en esas circunstancias y no poder abrazarnos entre nosotros, consolarnos y llorar juntos, y celebrar los ritos de despedida, sean estos religiosos o no. En medio de esta emergencia hay que intentar ayudar a solventar estar situaciones y aportar ideas para la realización de rituales durante el confinamiento. Cuando esto pase será el momento de celebrar conjuntamente las ceremonias aplazadas.
Lo primero darse cuenta de que no han muerto solos, en todo momento ha habido sanitarios a su alrededor, trasmitiendo cariño y dedicación y ellos han sido conscientes de que en las circunstancias excepcionales que nos rodean, el aislamiento de familia, amigos y conocidos, y la labor de estos profesionales sin recursos y sin medios, que han dejado sus propias familias en casa para intentar salvarles, son todos actos de amor.
Cuando se conoce o se trasmite la noticia de la defunción es normal que haya crisis de llanto o expresiones de dolor, si no hay posibilidad de que la persona se haga daño a sí misma, dejar que salgan las emociones, bloquearlas solo provocaría aumentar la angustia. Si no hay crisis de ansiedad no se debe embotar el dolor con ansiolíticos o hipnóticos.
Escribir una carta dirigiéndonos a la persona que hemos perdido y volcar en ella todo lo que nos habría gustado decir si no hemos tenido ocasión de hacerlo o nuestros sentimientos hacia ella y las cosas que nos ha aportado a nuestra vida.
Es bueno elegir una hora para quedar todos juntos, cada uno desde su lugar de aislamiento y con un objeto que para nosotros represente a esa persona, un regalo, una fotografía, lo que sintamos que simboliza lo que era y es para nosotros. Encender una vela y proceder a rezar en el caso de las personas religiosas o hacer una lectura elegida para ese momento o poner una canción concreta. Cada persona desde su casa tiene que ser consciente de que los demás miembros de la familia están haciendo lo mismo, y que, en la distancia, hay algo más importante que los une, los sentimientos.
El objetivo es hacer real la perdida, ya que sin despedidas, se podría entrar en un proceso de negación y compartir el dolor con los seres queridos, por eso es importante que los actos elegidos tengan significado para quienes los realizan.
Cuando la epidemia termine se podrán celebrar ceremonias y darse los abrazos aplazados, pero en estos momentos debemos adaptarnos a las circunstancias que nos ha tocado vivir. Una pérdida es una situación muy difícil para cualquiera, en estos tiempos más y es posible que a pesar de estos rituales terapéuticos pueda desarrollarse un duelo patológico, en cuyo caso, es recomendable consultar con profesionales e iniciar una terapia de apoyo y resolución del duelo.

En colaboración con la Fundación QSD Global :

Superar una pérdida es difícil, casi cualquier pérdida, pero hay factores que van a dificultar aún más la asunción de la misma. Y muchos de ellos aparecen en la elaboración del duelo de las personas desaparecidas.

La primera es el factor sorpresivo, una enfermedad te prepara para la despedida, en cambio un accidente, un infarto o una desaparición te cogen por sorpresa, dejando a abuela con la comida puesta, a los amigos preparando esa fiesta de cumpleaños, y a la hermana organizando ese viaje juntas. Con frases a medio decir y sentimientos de incredulidad. Nos cuesta creer aquello que nunca hemos pensado previamente.

El segundo factor está preñado de dudas. La familia no sabe si prefiere creer que se ha ido, aún sin comprender por qué, aún sin encontrar motivos para ello, que pensar que alguien se ha llevado a la persona que quieren.  Si se ha ido puede volver a aparecer en cualquier momento, extrañándose de la expectación que ha generado su ausencia. La esperanza y la incertidumbre protagonizan una etapa en la que muchos familiares se quedan anclados. Creer que se fue da menos miedo que pensar que lo llevaron.
En esos casos, la cama sigue hecha y la ropa recién planchada sobre ella, convirtiéndose la habitación en una extensión de la esperanza de los familiares. Cualquier día se abrirá la puerta y la vida continuará donde la dejaron ayer.
A veces hay indicios, más o menos contundentes que señalan que la persona no se ha ido, que alguien ha tenido que llevársela y entonces aparecen el recelo y las sospechas, llegando en ocasiones al paranoidismo, pensando casi cada momento, que aquel vecino que nos pregunta insistentemente, a lo mejor sabe algo que no nos quiere contar. En nuestra mente es más fácil aceptar una desaparición por una catástrofe natural que cuando interviene la mano humana, esto último nos enfrenta al hecho incuestionable de que la maldad existe. Y se nos rompe algo más dentro, algo fundamental para convivir en sociedad, la confianza en el ser humano.

Y aun así, aunque todo apunte a que alguien le hizo desaparecer necesitamos creer que nuestro ser querido está secuestrado, pero vivo, quizás en manos de una mafia, pero vivo, atrapado en una secta, pero vivo, amnésico, orate o enganchado a las drogas. Pero vivo.

Pero pasan las semanas, los meses y los años y solo quedan dos opciones, aceptar que no va a regresar o perder el contacto con la realidad y seguir creyendo absolutamente a ciegas en lo que casi nadie ya puede creer. No hay duelo si no hay pérdida pero la ausencia y las preguntas sin respuesta martillean constantemente sobre los que se quedan.

“La muerte de un ser querido es una experiencia amarga. El duelo es el conjunto de reacciones de tipo físico, emocional y social que se producen por el fallecimiento de una persona próxima y que pueden oscilar desde un sentimiento transitorio de tristeza hasta una sensación de desgarro y de desolación completa, que, en los casos más graves, puede durar años e incluso toda la vida” (Echeburúa, 2004)[i]

¿Pero qué ocurre cuando no podemos saber con certeza si esa muerte se produjo? ¿Cuándo queda un resquicio que nos hace que nos neguemos a creerla? En el duelo patológico la persona niega la pérdida pero ¿cómo no negarla en estas circunstancias?

La pérdida de un ser querido puede ser el factor más estresante en la vida de una persona, especialmente si se produce de forma imprevista y se trata de un hijo. El proceso de aceptación de su muerte es el más difícil de todos. La muerte de un hijo es un hecho antinatural, que produce una inversión del ciclo biológico normal. Ni siquiera hay un término para describir al superviviente, como lo hay en el caso de la pérdida de un padre (huérfano) o de un marido (viuda). Alrededor de un 20% de los padres que pierden a un hijo no llegan a superarlo nunca (Pérez Trenado, 1999)[ii]. (Echeburua y Herran 2007)[iii].

 Criterios diagnósticos del duelo complicado. (Lacasta y Soler 2004)[iv]

Criterio A: estrés por la separación afectiva que implica la muerte
Presentar, cada día o de forma acusada, 3 de los 4 síntomas siguientes:
1.      Pensamientos intrusivos (que entran en la mente sin control) acerca del fallecido.
2.      Añoranza del fallecido (recuerdo de su ausencia con enorme y profunda tristeza).
3.      Conductas de búsqueda del fallecido, aún sabiendo que está muerto.
4.      Sentimientos de soledad como consecuencia del fallecimiento.

Criterio B: estrés por el trauma psíquico que supone la muerte Presentar, cada día o de forma acusada, y como consecuencia del fallecimiento, 4 de los 8 síntomas siguientes:
1.      Falta de metas y/o tener la sensación de que todo es inútil respecto al futuro.
2.      Sensación subjetiva de frialdad, indiferencia y/o ausencia de respuesta emocional.
3.      Dificultad para aceptar la realidad de la muerte.
4.      Sentir que la vida está vacía y/o que no tiene sentido.
5.      Sentir que se ha muerto una parte de uno mismo.
6.      Asumir síntomas y/o conductas perjudiciales del fallecido, o relacionadas con él.
7.      Excesiva irritabilidad, amargura y/o enfado en relación con el fallecimiento.
8.      Tener alterada la manera de ver o interpretar el mundo.

Criterio C: Cronología La duración de los síntomas mencionados debe ser de al menos 6 meses.

Criterio D: Deterioro El trastorno causa un importante deterioro de la vida social, laboral o de otras actividades significativas de la vida de la persona en duelo.

Cuando pensamos en personas desaparecidas la mayoría de la gente piensa en la victima, en el desaparecido, no en las otras víctimas de esa ausencia, sus padres, esposas, maridos, hermanos o hijos. Personas encerradas en esa habitación vacía, atrapadas en ese momento del pasado en que le vieron por última vez, atadas a preguntas sin respuesta. 



[i]Echeburúa, E. (2004). Superar un trauma: el tratamiento de las víctimas de sucesos violentos. Madrid: Pirámide.
[ii] Pérez Trenado, M. (1999). El proceso de duelo y la familia. En W. Astudillo, C. Arrieta, C. Mendinueta y 1. Vega de Seoane (Eds.). La familia en la terminalidad. Bilbao. Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos.
[iii]Echeburúa, E. y Herrán, A. (2007). ¿Cuándo el duelo es patológico y cómo hay que tratarlo? Análisis y Modificación de Conducta, 33(147), 31-50.
[iv] . Lacasta Reverte MA, Soler Sáiz MA. El duelo: prevención y tratamiento del duelo patoló- gico. Cuidados después de la muerte. En: Manual SEOM de Cuidados Continuos. Camps Herrero C, Carulla Torrent J, Casas Fdez. de Tejerina A, González Barón M, Sanz Ortiz J, Valentín V (eds.). Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM). 2004.

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