Suscríbete a mí Newsletter
Aprovecha que estás aquí y suscríbete a mi Newsletter
Dirección
Calle de Diego de León, 47 - 28006 Madrid
Teléfono
Últimas publicaciones en Twitter
Twitter feed is not available at the moment.
Tiene razón Antonio Arroyo en una cosa: «Ningún juez ha dicho que yo haya estafado». Y eso es verdad. También es cierto que la justicia pisa los talones desde hace unos años a este prestamista sexagenario, con cierta voz de pito y aspecto de funcionario fiable, que todavía seguirá visitando un buen número de tribunales por las denuncias que le ponen decenas de clientes en toda España. Familias con graves apuros económicos que en su día, maldito día, firmaron un crédito rápido con Arroyo y ahora se sienten engañados y estafados por el empresario, inmerso en el boyante negocio de la financiación entre particulares desde el año 2001. Está considerado el mayor usurero de este país.
«Yo no soy el rey del préstamo», zanja por teléfono. «¿Que si me he hecho rico? Me da vergüenza contarle mi situación económica. Sí, tengo divisas, alguna que otra vivienda y varias fincas por ahí, pero también tengo los problemas de cualquier empresario», suelta sin dar detalles. «Y mucho menos soy el rey de la estafa, eso lo tendrá que decir un juez». De momento se han archivado 40 causas contra él y están tramitándose «otras 15», según sus propios cálculos. Ni siquiera se ha sentado en el banquillo. Le han detenido tres veces, pero siempre ha salido limpio. «Mi abogado soy yo -sonríe el prestamista- y estoy al corriente de ciertos problemas con ciertos clientes». Uno de ellos, Javier Rega, acabó quitándose la vida. Se trata de un vecino de Manises (Valencia) que quiso refinanciar su retroexcavadora y dejó un hijo discapacitado y una viuda, Ramona Navarrete: «No quiero dar pena, solo quiero que se haga justicia. Este señor nos estafó».
«Desgraciadamente, este pobre hombre no pudo hacer frente a sus deudas y lo afrontó de la peor manera. Yo lo siento mucho por él y por su familia, pero no puedo hacer otra cosa», responde Arroyo. O quizá sí. «A mi marido ya no me lo van a devolver», se lamenta la viuda, «pero la denuncia que le hemos puesto ha logrado paralizar el desahucio».
Todos los afectados por la avaricia de Antonio Arroyo, «que pueden llegar hasta los 1.500», calcula el abogado de la asociación ‘Stop Estafadores’, Carlos Galán, tienen el mismo perfil. «Personas con necesidades financieras urgentes, con dificultades de acceso al crédito bancario pero con una vivienda libre de cargas», que al parecer es lo que siempre busca el empresario de Jaén, al que algunos en Madrid conocen como ‘El patadas’ por sus métodos expeditivos y que durante muchos años trabajó en el Fondo de Garantía de Depósitos del Banco de España. Todos describen el mismo ‘modus operandi’: «Una madeja de mentiras, de medias verdades, de promesas incumplidas, documentos bancarios falsificados y la presencia final de un notario presuntamente compinchado acaban envolviendo a la víctima para que firme, en realidad, un préstamo con garantía hipotecaria -es decir, con su casa como aval- por un importe muy superior al recibido y con un vencimiento a seis meses, momento en el que los intereses se disparan al 29%». Entonces, la deuda se multiplica, el pago se hace inasumible y Arroyo ejecuta la hipoteca y se queda con la vivienda. «Yo tengo corazón… No me gusta echar a nadie de una casa», se defiende locuaz el prestamista, que siempre da la cara: «Ya ve. No soy un fantasma».
Hay gente a la que hemos llamado 200 veces para negociar y nos ha dado largas.
Eso es mentira. Las casas dan problemas. Por lo general, lo que quieren los prestamistas es cobrar. No queremos pisos. Yo quiero que me paguen. A mí me interesa el dinero.
Umberto Jiménez, un vecino del barrio madrileño de Tetuán, divorciado y con un hijo, ha sido el último en entregar las llaves de su vivienda a la fuerza después de ponerse en manos de Antonio Arroyo. La historia se repite en decenas de casos. Rafael, Juan, Teresa, Concepción, Jesús, Miguel Ángel… «La manera de actuar se ha elaborado durante años por parte de una trama delictiva perfectamente organizada. Las 60 denuncias que estamos tramitando son solo la punta del iceberg», alerta el abogado Carlos Galán. El letrado de Adevif (otra organización ‘antiestafadores’), Santiago Landete, también tiene un buen puñado de denuncias en el horno. «El ‘modus operandi’ es el de estas personas, que ahora se han puesto de acuerdo para denunciarme. Antes no me reclamaban nada. El problema es que muchos de ellos se han visto con dinero, y en lugar de pagar deudas, se han gastado ese dinero en otras cosas», contraataca Arroyo.
Umberto se quedó sin ingresos. «Vi un anuncio en la tele, pedí un préstamo de 4.000 euros, a pagar 100 euros al mes, y a los seis meses me llegó una carta en la que me exigían 32.000. Ahora estoy sin casa. Se ha quedado hasta con mis pantalones. ¡Pero si no le valen, que mido 1.90!». Este vigilante de seguridad en paro, aún con ánimo para bromas, ni siquiera leyó el documento. «Tenían mucha prisa, me avasallaron, me fié del notario… y yo quería cobrar, la verdad. Me dijeron que me enviarían el contrato al correo. Lo único que me llegó fue la carta con la reclamación». Sin embargo, no solo la cuidada metodología de Arroyo, la desesperación o el descuido de la víctima juegan un papel clave en esta historia. Las notarías a las que siempre acudía el prestamista para firmar los contratos, y que han sido señaladas por todos los afectados, son factores determinantes a la hora de que las víctimas pasen por el aro. También han sido investigados y también se han ido de rositas, de momento. ¿Quién va a desconfiar de todo un señor notario?
Seis juzgados de Madrid, repletos de demandas contra el prestamista, pidieron hace unos meses a la Audiencia Nacional que iniciara una investigación sobre la presunta trama: «Existen indicios de que los hechos denunciados son similares y podrían ser constitutivos de un delito de estafa continuada», argumentó la juez Isabel Durántez. Su colega Santiago Pedraz, sin embargo, rechazó la petición. Las asociaciones quieren que los casos se investiguen de forma conjunta porque «así los jueces tendrán una visión global de la estafa». Arroyo, al otro lado del ‘ring’, sigue negando la mayor: «El estafado, muchas veces, he sido yo».
¿Yo? En absoluto.
Para leer el artículo completo aquí
Alejandra Rodríguez | Madrid@saludrevista
Este concepto de TCA no especificado hace referencia a personas que no cumplen estrictamente todos los criterios clínicos para ser diagnosticados de un TCA puro, pero presentan varias conductas patológicas propias de ellos. Así, los terapeutas se encuentran cada vez más trastornos mixtos, incompletos o asociados a otros problemas mentales.
«Indudablemente, tenemos más volumen en las consultas, independientemente de las estadísticas, pero lo verdaderamente destacable es que el diagnóstico y el tratamiento es más complejo porque nos encontramos cuadros clínicos mixtos y también muchas comorbilidades; es decir, otras enfermedades o sintomatología mental asociada al TCA; fundamentalmente trastorno límite de la personalidad y problemas graves de conducta», dibuja Gustavo Faus, director asistencial del Instituto de Trastornos Alimentarios (ITA) de Barcelona; un centro especializado en el manejo de estas patologías.
De esta manera, y según explican los expertos, los tentáculos de los TCA están empezando a llegar a edades cada vez más tempranas, a mujeres que rondan la menopausia y a los varones. «En realidad, el grueso sigue estando en la adolescencia, pero es cierto que el resto de casos va siendo menos infrecuente», relata José Manuel Moreno, de la Asociación Española de Pediatría.
Este especialista llama la atención sobre un fenómeno que ha influido en este cambio de tendencia. «Se ha adelantado la edad en la que los niños, concretamente las niñas, comienzan a recibir mensajes acerca de la importancia de tener una imagen, una talla y un peso concretos. Es un momento en el que la personalidad apenas está empezando a forjarse y son muy vulnerables».
La escritora Espido Freire coincide en todas y cada una de las apreciaciones de estos expertos y movida precisamente por estos cambios decidió escribir un segundo libro al respecto. En el primero, ‘Cuando comer es un infierno’ (Ed. Aguilar) ahondaba en las causas, secuelas y testimonios de personas que, como ella, habían sucumbido a la bulimia. En el segundo, ‘Quería volar, cuando comer era un infierno’ (Ed. Ariel), Freire refleja esta ampliación de perfiles y la diversificación de diagnósticos. «Los límites y los estereotipos de los TCA se han roto por completo. Aunque no esté diagnosticado, prácticamente todos mantenemos una relación anómala con la comida. El problema es que estamos medicalizados y si no se presenta el cuadro típico completo no se hace nada, cuando en realidad, si se dan dos o más conductas juntas hay que actuar», explica la autora quien, también coincidiendo con el resto de profesionales, apunta que a pesar de todos estos cambios hay cosas que siguen igual; para mal.
Según denuncian, la conciencia de las familias, el entorno escolar y las propias pacientes ha evolucionado a mejor; por eso el diagnóstico cada vez es más precoz (lo cual es beneficioso). Sin embargo, no ha sido así en otros aspectos como la presión social sobre el físico, el desorden alimentario (oferta no saludable, horarios irregulares, normalización de dietas de riesgo…), la banalización de la cirugía y otros procedimientos estéticos que te hacen creer que puedes cambiar tu imagen ilimitadamente y, sobre todo, la percepción que tenemos de lo que realmente es un TCA.
Y es que aún persiste la idea de que se trata de un problema de adolescentes o de niñas tontas que aspiran a ser modelos, cuando en realidad son problemas mentales mucho más complejos que se manifiestan en una conducta alimentaria anómala, pero que van mucho más allá. Por este error de concepto, se está obviando a pacientes masculinos o a mujeres adultas (y mayores), a personas que no tienen problemas de peso evidentes y a las enfermas que no están curadas del todo. «Una de las características de estos pacientes es su capacidad de adaptación, así como su perfeccionismo. Así, si únicamente prestamos atención a su relación con la comida y a su peso, en cuanto hayan logrado pesar lo adecuado se les dará el alta, pero el problema seguirá larvado, con el consiguiente riesgo de cronificación y recaídas», apostilla la portavoz de ADANER.
Con respecto a los varones, «progresivamente, la presión sobre la imagen de los hombres está adquiriendo los mismos tintes negativos que sobre la mujer; aunque a ellos lo que se les exige es machacarse en el gimnasio para obtener un cuerpo cincelado, lo que a veces les lleva a obsesionarse con el ejercicio y el control de la dieta, así como al consumo de sustancias poco recomendables», abunda Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga especialista en adolescencia y TCA.
El escenario social y familiar está regido por unas reglas perversas en las que el éxito está asociado indefectiblemente a la belleza exterior y a la juventud; aspectos que hay que lograr de cualquier manera y cueste lo que cueste (económica y emocionalmente) porque de lo contrario «o eres pobre o eres un descuidado», resume Freire.
¿Y cómo se rompe ese bucle nocivo? Además de pedir más atención para la psiquiatría y psicología infantojuvenil, un acuerdo definitivo sobre el tallaje, una mayor formación en hábitos de vida saludable, una menor presión sobre la imagen y el peso corporal, una regulación efectiva sobre los mensajes publicitarios y sobre los medios de comunicación, una articulación óptima de los recursos sanitarios, los especialistas coinciden en un aspecto fundamental que no depende de las instituciones ni organismos reguladores: dar ejemplo.
«Los impactos están ahí y no podemos negarlo. Pero la familia es fundamental para acompañar y ofrecer una visión crítica que ayude a los más jóvenes a interpretar la realidad y a ver que la realidad es otra cosa», argumenta Faus.
La nutricionista María Teresa Barahona, quien está a punto de sacar un cuento solidario titulado ‘¡Qué divertido es comer fruta!’, enfatiza este punto. «No podemos pretender que nuestros hijos establezcan una relación saludable con la comida si nosotros mismos estamos haciendo dietas milagro por nuestra cuenta, si permanentemente hacemos comentarios sobre los kilos que nos sobran o sobre el trasero tan gordo que tiene tal o cual persona; es decir, si nosotros mismos no lo tenemos asimilado».
De esta manera, ha de haber coherencia entre lo que se dice y lo que se hace y desterrar la idea de que hay que lograr la perfección absoluta y sin fisuras, así como eliminar la belleza como único parámetro para medir la valía de las personas. En definitiva, inculcar otros valores que no tienen relación con lo puramente físico.
«Incluso en profesiones asociadas a la imagen y a una cierta frivolidad encontramos ejemplos que nos pueden servir como referente porque son buenas profesionales, tienen una trayectoria destacable, se identifican con causas solidarias, son inteligentes… independientemente de que su belleza se ajuste a los cánones o no; pongamos el foco en esto y no solo en las tallas o la comida», anhela Espido Freire.
Para consultar el artículo completo: Link
Por Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga forense
La Ley prohíbe expresamente la publicidad engañosa y la describe como: “Se considera desleal por engañosa cualquier conducta que contenga información falsa o información que, aun siendo veraz, por su contenido o presentación induzca o pueda inducir a error a los destinatarios, siendo susceptible de alterar su comportamiento económico”
Por Ana Isabel Gutiérrez Salegui
Publicado en el blog jurídico ¿Hay Derecho? –parte I y parte II-, 24.06.13.
El marco económico y social en el que nos encontramos, con altos niveles de inseguridad laboral, reducciones de sueldo, aumento de impuestos directos e indirectos, pérdida de poder adquisitivo en las familias, ausencia de expectativas de mejora laboral, etc., ha generado una situación de pesimismo, miedos y “estrés general”. En el momento actual y según datos oficiales, el consumo de fármacos antidepresivos y ansiolíticos se ha disparado. Eso no significa directamente que el número de personas con diagnósticos haya aumentado, sino que ha aumentado el número de personas que tienen algún síntoma psicológico y, por lo tanto, están en situación de riesgo de acabar desarrollando una enfermedad.