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‘Consume y calla’ Category

Publicado en el blog jurídico ¿Hay Derecho?, 03.05.14

El derecho a la salud es, o debería ser, la prioridad de cualquier gobierno. Y no sólo por la idealista visión de que la salud es un componente fundamental de la calidad de vida, del bienestar y de la felicidad, si no porque, egoístamente la salud de cada uno de nosotros repercute directamente en las arcas del Estado y por ende en cada uno de nosotros. 
Es eso están de acuerdo tanto la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) como el Banco Mundial, que, aún más prosaico, calcula impacto de diversas patologías y problemas de Salud Pública y los traduce en AVISA, años de vida saludable perdidos (en las traducciones oficiales de la OMS y del Banco Mundial, el término empleado es Años de vida perdidos ajustados por discapacidad AVAD). La Constitución Española de 1978, en su artículo 43, reconoce el derecho a la protección de la salud, encomendando a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. 
A priori parece una labor ardua y difícil. ¿Cómo proteger a los ciudadanos de las causas de enfermedad? Pues es muy sencillo, las enfermedades infectocontagiosas están controladas en este mundo occidental en el que vivimos, ahora, las principales causas de enfermedad y muerte están asociadas a diabetes, hipertensión, accidentes cardiovasculares y accidentes cerebrovasculares, y estos cuatro jinetes del Apocalipsis, a su vez tiene su origen en tres hábitos fundamentales: la alimentación, el sedentarismo y el consumo de tóxicos (legales e ilegales). 
Se preguntarán ustedes qué relación tiene esto con un blog jurídico. Mucha. Estos malos hábitos nutricionales se resumen en unos pequeños puntos: el fomento de estereotipos insanos, la obsesión por la delgadez alimentada por los medios de comunicación y los anuncios, y la epidemia de alimentos con “trampa” que bajo alegaciones de salud esconden bombas nutricionales, verdades a medias y mentiras completas. Y esto es competencia del Derecho del Consumo. 
En España, el control de la publicidad es competencia de Autocontrol. En el año 2009, mientras el ASA (su homologo británico) sancionaba 444 anuncios, en España se resolvían cuatro tristes y solitarias reclamaciones, a pesar de que Muela y Perelló (1) en un estudio sobre productos alimentarios y cosméticos realizado en la radio española, hallaban 1179 ilícitos en 430 anuncios. 
Según la Constitución, además de a la salud también tenemos derecho a que no se nos mienta. Artículo 20.1: “Se reconocen y protegen los derechos: (…) d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”. 
Vamos a hablar de estas leyes de las que tan poco sabe el ciudadano medio, la Ley de Competencia Desleal, que fue parcialmente modificada al incorporarse a ella las Directivas 2005/29/CE y 2006/114/CE y la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios. Estos cambios también afectaron a la Ley General de Publicidad, que fue refundida con la Ley 29/2009, de 30 de diciembre 
Ley 3/1991, de 10 de enero, de Competencia Desleal, artículo 5.1: “Se considera desleal por engañosa cualquier conducta que contenga información falsa o información que, aun siendo veraz, por su contenido o presentación induzca o pueda inducir a error a los destinatarios, siendo susceptible de alterar su comportamiento económico (…)”. 

Real Decreto 1334/1999, de 31 de julio, por el que se aprueba la Norma general de etiquetado, presentación y publicidad de los productos alimenticios, artículo 4: “El etiquetado y las modalidades de realizarlo no deberán, ser de tal naturaleza que induzcan a error al comprador (…) Estas prohibiciones se aplicarán igualmente a la presentación de los productos alimenticios y a la publicidad”. 
¿Podríamos decir que engañar, ocultar información o utilizar medias verdades con el fin de que cada consumidor gaste más dinero del que debería es perjudicar su interés económico? Yo creo que sí. 
Y si al mirar un envase en el que pone “0% de grasas y enriquecido con Vitaminas A, D y E” nos confiamos y no miramos la etiqueta nutricional, diminuta, ininteligible y escondida en el rincón más recóndito del mensaje en el que pone 30 gramos de azúcar ¿no estaría repercutiendo además en nuestra salud? (Para más INRI, no pone 36 gramos de azúcar, porque en la etiqueta señalan la cantidad de 100 mililitros, pone sólo 10 gr, pero es que el brick individual tiene 330 ml. Calculen. Además no ponen calorías si no energía. Y tampoco lo ponen en kilocalorías si no en kilojulios. Como ven estoy hablando de un ejemplo real. De un zumo para más señas). 
Posiblemente las empresas alimentarias alegarán “que ellos no son responsables de lo que la gente entiende o desconoce”.Ya. Obvio. Para eso el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas acuñó el concepto de consumidor medio definiéndolo como “la reacción típica del consumidor normalmente informado, razonablemente atento y perspicaz, teniendo en cuenta los factores sociales, culturales y lingüísticos.” 
¿Alguno de ustedes saben lo que son los FOS? ¿Y la glicobiología? ¿Para que sirven las sirtuinas? ¿Les ha contado alguien que según la E.F.S.A. (Agencia Europea de Seguridad Alimentaría) los bifidus no sirven para nada? 
Independientemente de la veracidad de las afirmaciones que realizan muchos productos, hay que ser licenciado en Bioquímica o Medicina para poder comprender el significado de los reclamos publicitarios que vemos, oímos o leemos. Y los tribunales hablan de la capacidad para poder tomar decisiones en base a la información emitida. Yo me estoy refiriendo a algo mucho más básico: entender lo que nos están diciendo. 

La Ley prohíbe expresamente la publicidad engañosa y la describe como: “Se considera desleal por engañosa cualquier conducta que contenga información falsa o información que, aun siendo veraz, por su contenido o presentación induzca o pueda inducir a error a los destinatarios, siendo susceptible de alterar su comportamiento económico” 

En muchos anuncios el ilícito es más sutil y, por lo tanto, más difícil de demostrar. El elemento decisivo para que una publicidad se considere engañosa es que induzca o pueda inducir a error a sus destinatarios. También es engañosa la publicidad que, aunque considerada en abstracto pueda ser exacta, los consumidores interpreten erróneamente. Como ven, no abarca solamente lo que literalmente diga el anuncio, si no también las interpretaciones erróneas que los consumidores puedan hacer. Y aquí se abre un mundo, ya que muchas veces el mensaje no está en la palabra dicha o escrita, sino en la imagen o en otros recursos aún más subliminales. 
La prohibición se extiende, por tanto, a toda forma de comunicación que pueda calificarse como publicidad económica o comercial, con independencia de la modalidad de difusión del mensaje publicitario y de los medios o soportes que se utilicen. Les sorprendería saber cuantas mentiras y engaños escuchan y ven a lo largo del día. Y aún más cuantos productos inútiles e incrementados de precio habitan en sus despensas y frigorificos. 
Un paso más allá de la publicidad está en el control del “gato por liebre” .Hace unos meses se hablaba de que el Gobierno pretendía prohibir los estudios independientes que analizan irregularidades en los alimentos. Generalmente estos estudios están promovidos por Asociaciones de Consumidores y no en pocas ocasiones han servido para sacar a la luz fraudes y engaños en productos alimenticios. 
En Inglaterra el primer estudio de ADN del arroz basmati, realizado por la Food Standards Agency (FSA) en 2002, llegó a una sorprendente conclusión: sólo el 54% de los envases etiquetados como arroz basmati contenía verdaderamente dicho producto. El resto había sido mezclado con algunas variedades de calidad inferior en más de un 60%. El cálculo de ganancia de este fraude en un solo año, se estimó en 5 millones de libras. 
Aquí en el año 2012, un estudio comparativo de la OCU fue acusado por las empresas del ramo de “tener muy mala leche”, acusación tremendamente certera dado que esa era precisamente la conclusión a la que llegaba el estudio. La calidad de un número importante de las marcas comercializadas era tan mala que, desaconsejaban directamente su compra. 
Entre los resultados del informe, destacaba que muchas de las 47 marcas de leches analizadas no aportaban el contenido mínimo de grasa, eran más pobres en calcio que hace 20 años, habían sufrido tratamientos térmicos muy agresivos que podían llegar a degradar las vitaminas y las proteínas, y algunas, incluso, habían usado leches demasiado viejas. 
Pero a pesar de que estemos en un mundo en el que aparece carne de caballo donde pone de vaca, de rata cuando debería ser de cordero y es evidente que nos intentan vender gato por liebre, la mayoría de los engaños no vienen por ahí, proceden más bien de que nos vendan productos a precio de oro, con el camelo de que nuestra salud se verá beneficiada sin ningún tipo de estudio científico que lo avale. O huevos ecológicos por los que yo estoy pagando mucho más cuando de ecológicos tienen más bien poco. O nada. 
Bien. Tenemos acuerdos, códigos de autorregulación, normativas españolas y europeas, recomendaciones de la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud)… ¿Y para qué sirven, visto lo visto? No quiero pensar que se crearon para quedar bien ante los consumidores y justificar unos sueldos y unos despachos para después ser convenientemente arrinconadas en un cajón cogiendo polvo. Es paradójico que, en una sociedad en la que te multan por jugar a la pelota en las plazas, llevar el perro sin correa fuera de las horas marcadas o ir en patinete por las calles, salga tan barato, en muchos casos gratis, lucrarse engañando y manipulando. 
Por otro lado, lo de los Códigos de Autoregulación parece que en este país no funciona, como han podido ver. Da la impresión de que actúan como niños que prometen portarse bien y, en cuanto se dan la vuelta los responsables, aprovechan para hacer trastadas, sólo que en este caso, no son precisamente inocentes travesuras, sino argucias para torear la ley y aumentar sus ventas. Si por mi fuera, el hecho de haber firmado un compromiso ético debería ser agravante en las condenas judiciales.
Y más allá del etiquetado, los envases y la publicidad, exigir el control, de facto, sobre la calidad de los alimentos que consumimos. Después de todo nuestra alimentación debe ser uno de los factores garantes de nuestra salud y el responsabilidad de los gobiernos supervisar, regular y castigar aquellos productos y practicas comerciales que puedan suponer un riesgo, una mentira o un timo. 
Este post está escrito con párrafos extraídos del libro Consume y calla, de la autora del post Ana Isabel Gutiérrez Salegui. 
(1) Clara Muela Molina, Salvador Perelló Oliver. La publicidad con pretendida finalidad sanitaria en la radio española. Un análisis empírico por tipo de emisora. Comunicación y Sociedad, XXIV  (2): 371-410, 2011.
 

Publicado en Deia, 04.05.14,  Noticias de Gipuzkoa y Noticias de Navarra, 05.05.14.

Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga experta en trastornos de nutrición

“LOS ALIMENTOS ENRIQUECIDOS CON BÍFIDUS O CON OMEGA 3 SON UNA TRAMPA, NOS ESTÁN VENDIENDO COMIDA FICCIÓN”

Yogures, cereales, batidos, leches, margarinas… Infinidad de productos son descritos ahora como saludables o funcionales. Pero ¿de verdad lo son?

Concha Lago.

Dicen que mejoran las defensas, disminuyen el colesterol, controlan la hipertensión arterial, aportan fibra, Omega 3, vitaminas o calcio… Se han convertido en las líneas de negocio más rentables para sus empresas y su consumo se ha disparado. La psicóloga guipuzcoana y experta en trastornos alimentarios, Ana Isabel Gutiérrez Salegui, autora del libro Consume y calla, (Editorial Foca) cree que no son necesarios y por eso destapa las medias verdades de una industria que se lucra con productos pretendidamente saludables.
¿Por qué hay que desenmascarar a la industria alimentaria?
 
– Porque los supuestos beneficios de los alimentos enriquecidos con bífidus, con Omega 3 o con isoflavonas son una trampa, nos están vendiendo comida ficción. Las empresas utilizan múltiples trucos que juegan con la sintaxis, las palabras o las imágenes para que el mensaje percibido por el consumidor sea el que les interesa. Si mientras anuncio algo me acaricio con una sonrisa la tripa y digo que me siento ligera, ¿qué entienden? Está prohibido decir que algo alivia el estreñimiento, pero no está prohibido acariciarse la barriga y así el telespectador entiende un mensaje que no es el que se emite.
 
¿Nos toman el pelo?
 
-Sí, y estamos perdiendo mucha calidad de vida porque estamos obsesionados por lo que comemos, cómo lo comemos y cuándo, y dejamos de cuidarnos correctamente. Estamos inmersos en una especie de círculo vicioso y perverso que nos presiona de forma brutal para que estemos delgados, jóvenes y sanos.
 
A ver, dispare. ¿Qué pasa, por ejemplo, con los bífidus?
 
– Pues que es mentira que beneficien al sistema inmunitario. La Agencia de Seguridad Alimentaria europea no reconoce absolutamente nada de eso. ¿Cuántos de esos productos con bífidus llevan el aval del Colegio de Médicos? Ninguno.
 
También se anuncian zumos con el 0% de grasa.
 
– Otra mentira porque para empezar los zumos no tienen por qué tener grasa. Y luego nos encontramos con que zumos pequeños, individuales, tienen 36 gramos de azúcar. 0% de grasa no significa 0% de azúcar. Y nadie se lee una etiqueta nutricional donde figura que te vas a meter dos cucharadas de azúcar.
 
Está la gran filfa del Omega 3.
 
– La fuente natural del Omega 3 es el pescado azul, las nueces… Una sola sardina en lata tiene el equivalente a cuatro litros de leche enriquecida con Omega 3. Es fácil tomar una sardina pero ¿y toda esa leche?
 
Los supermercados están llenos de los llamados productos light.
 
– Pero no son más sanos ni sirven para adelgazar. El concepto light significa exclusivamente que tiene un 30% menos calorías que el producto original, cosa que no todos cumplen. Si un bollo tiene mil calorías, el bollo light tiene 700 y es hipercalórico.
 
O sea que un batido enriquecido nunca sustituiría un gazpacho.
 
– No. Eso también lo dice el Ministerio de Sanidad pero las empresas de alimentación manejan presupuestos brutales de publicidad y nos bombardean a anuncios, mientras que los comunicados que sacan las asociaciones médicas o el Ministerio no los lee nadie.
 
¿Un marmitako es lo más sano del mundo?
 
– Sí y lleva patatas, pimiento, bonito, aceite… Tomamos hidratos de carbono, proteínas, vitaminas y antioxidantes… Es saludable, saciante, pero la carga calórica no es alta. Todo lo contrario que una ración de pizza con un montón de grasas saturadas y ninguna vitamina.
 
Hoy también está muy presente la leyenda de ‘sin gluten’.
 
– El gluten no es malo, solo perjudica a las personas que tienen intolerancia al gluten. Pero cada momento tiene que tener una moda para que las empresas que comercializan esos productos salgan ganando.
 
Vamos al mercado pendientes de las etiquetas ‘bio’ y ‘eco’.
 
– Así nos metemos en trampas que pueden perjudicar nuestra salud. Vas al súper y coges una margarina enriquecida con no sé cuántas vitaminas pero que no es buena para la salud. Entre la margarina y el aceite de oliva, elige el segundo. Además, el problema viene de la confusión con el concepto natural, que no requiere ningún tipo de cumplimiento normativo y que se puede poner en cualquier artículo. El colmo de la tomadura de pelo es que, además nos cobren un montón de dinero por eso.
Y encima nos atiborramos a suplementos nutricionales.
 
– Con una dieta normal no tienes por qué tener ninguna carencia. Los suplementos no son necesarios si la alimentación es completa y equilibrada y la persona está sana. Incluso pueden llegar a ser peligrosos. La gente no sabe que puede haber hipervitaminosis.
 
Sin embargo vivimos en una cultura del infrapeso.
 
– Sí porque encima se considera gordo a los delgados. Tengo amigos de 40 años con una talla 42 que se consideran gordos y eso es falso, pero es una creencia social. En el libro aparece el término gordofobia para referirse a la obsesión de la sociedad occidental por la delgadez y por la perfección física, que constituye el Santo Grial del siglo XXI. Un público perfecto para un mercado que genera miles de millones de euros.
 
También habla del fraude de cremas que nos hacen parecer eternamente jóvenes.
 
– Sí y eso que no hay nada que actuando desde fuera puede eliminar una arruga.
 
Usted titula ese engaño del ‘bálsamo de Fierabrás a las nanoesferas’.
 
– Es que también nos están vendiendo cosmética ficción. Esta crema se mete dentro del núcleo de tú célula…, dice el anuncio, y pagas 150 euros por un botecito. Eso es imposible porque si eso fuera así no sería una crema, sería un medicamento. Si quieres estar guapa; échate protección solar, bebe el agua que debes, aliméntate bien y descansa. No existen los milagros.
Publicada en Diario Enfermero, 29.04.14

Con nombre propio
ANA ISABEL GUTIÉRREZ SALEGUI

Es psicóloga y técnico especialista en trastornos de la conducta alimentaria, y desde el año 2004 es integrante de la Comisión de Violencia de Género del Consejo General de Enfermería. Además colabora como profesora en la Escuela de Ciencias de la Salud y acaba de publicar un libro titulado Consume y calla. Alimentos y cosméticos que enriquecen a la industria y no mejoran nuestra salud, de la editorial FOCA.
 
En él, a través de un minucioso análisis de la publicidad sobre alimentación y cosmética, Salegui intenta desvelar los trucos, verdades a medias, manipulaciones y vacíos legales que rodean a este tipo de marketing. Su objetivo es concienciar al consumidor de que las trampas de la industria tienen consecuencias nefastas para su bolsillo y, sobre todo, su salud.
 
“Las industrias son empresas y su objetivo es ganar dinero, el problema viene cuando se pisan fronteras éticas. Hay cosas con las que no se debería poder jugar, y una de ellas es la alimentación, que repercute directamente en la salud”, ha explicado Salegui en una entrevista a Diario Enfermero. Como ejemplo, menciona el caso de la publicidad de alimentos dirigida a niños: “Es muy preocupante que se enfoque la publicidad de alimentos a los niños, que no tienen conocimientos para tomar decisiones sobre qué quieren comer o merendar. Sin embargo, hay estudios que demuestran que desde los dos años los niños no sólo son capaces de distinguir marcas de productos, sino que además deciden un 30% del carro de la compra en casa. Eso se consigue con dibujos y no con calidad nutricional. Los niños no deberían ser abducidos por un mundo de dibujos animados cuando tenemos un 40% de obesidad infantil y unas tasas de diabetes tan preocupantes”, explica Salegui.
 
A su juicio, y aunque pueda parecer contradictorio, aunque nos encontramos en el momento de la Historia en que más hablamos de salud y nutrición, eso no es sinónimo de más información: “Hay un bombardeo de información sesgada, pero no se hacen modelos de prevención ni educación para la salud. Lo que tenemos es un batiburrillo de palabras que nos deslumbran, como ‘oligoelemento'”.
 
¿De quién podemos fiarnos, entonces? Salegui explica: “Te puedes fiar del frutero, del carnicero, del pescadero de tu barrio, porque sabe que si te da algo de mala calidad, vas a tardar muy poco en difundirlo por el barrio. Podemos fiarnos de los comercios de toda la vida y de los alimentos que no son procesados por la industria, las cosas que compramos en estado natural. Quien hace la ley hace la trampa. La industria alimentaria busca mensajes ambiguos desde el punto de vista del análisis legal, de manera que es posible que el texto no cometa ninguna infracción aunque el mensaje que reciba el consumidor sea completamente distinto. En nuestro país todo esto se pasa bastante por alto, hasta que vienen los problemas graves”.
 La 2 Noticias, el informativo nocturno que presenta Mara Torres en TVE, dedicó el pasado 28 de abril de 2014 un reportaje a los contenidos del libro Consume y calla sobre alimentación, con entrevista a su autora Ana Isabel Gutiérrez Salegui
La 2 Noticias se define como el “informativo de cierre de La 2 que se acerca a la actualidad desde un prisma muy particular”. “Rompe la estructura de los clásicos telediarios y se hace eco de noticias sociales, culturales y de ciencia y ofrece entrevistas”. De esta forma, cada día ofrece “con un estilo fresco y rompedor” el “análisis de la actualidad de la jornada desde una óptica diferente”. 
En esta ocasión, su forma de abordar la temática del libro fue acercarse a un mercado tradicional de Madrid y hacer visible de forma didáctica que en los alimentos naturales se encuentran los elementos necesarios para una alimentación sana, sin recurrir a los costosos -y a menudo engañosos- “alimentos funcionales” con “suplementos nutricionales”.
Publicado en Voz Pópuli, 27.04.14

¿SABES LO QUE COMES? ASÍ NOS ENGAÑA LA INDUSTRIA CON PRODUCTOS QUE NO MEJORAN NUESTRA SALUD

Miles de anuncios pasan cada día delante de nuestros ojos prometiéndonos estar más delgados, ser más guapos y combatir las arrugas con cremas milagrosas. Un libro sobre esta problemática consumista alerta de las mentiras a las que nos somete la publicidad día tras día.

Una simple sardina contiene el mismo Omega 3 que seis litros de la leche que se vende con este ácido graso. Un tetrabrick de zumo para niños contiene un extra de energía o lo que es lo mismo, un 30% más de azúcares añadidos. Pastillas para adelgazar, pastillas para tener la piel más suave, pastillas para todo. Y mentiras, muchas. Así lo recoge el libro de la psicóloga Ana Isabel Gutierrez Salegui Consume y Calla (Editorial Akal), en un intento de desenmascarar a una industria que, además de lucrarse con ello hasta extremos insospechados, tiene buena parte de responsabilidad en las “enfermedades de la sociedad occidental”. 
Y lo hacen a través de trucos que, según señala la autora a Vozpópuli, lo que provocan es que “nos sintamos a disgusto con nuestro cuerpo porque nos ofrecen una información sesgada de la realidad”. Y es que, a menudo, la publicidad a la que nos somete la industria no es del todo cierta ni del todo fiable. Gutiérrez Salegui, a través de las 358 páginas de su libro, expone una multitud de ejemplos en los que alenta al consumidor a pararse a pensar acerca de los ingredientes de los productos que consume. 
Una de las principales razones por las que, asegura, nos engañan radica en que “se aprovechan de que la gente no tiene conocimientos científicos y se inventan palabras que ni los expertos saben definir”. “Ejemplos como ‘saciactiv’, que no es nada”, dice, provocan que la gente piense que es algo novedoso que se ha descubierto. Las medias verdades hacen que desaparezca la información que ocultan. “Los anuncios cuentan una historia en muy poco tiempo pero no dan informaciones fiables”. 
“LA IMAGEN DEL ÉXITO ES LA DELGADEZ”
La perspectiva desde la que escribe no es la de una publicitaria, ni nutricionista, ni médica, sino desde el punto de vista que tiene como psicóloga de trastornos alimentarios. “Querer el mismo cuerpo a los 15 que a los 40 no puede ser”, dice. Entonces, ¿a quién le interesa que nos obsesionemos con esa problemática? Las mismas empresas que te venden snacks hipercalóricos tienen también productos light y para adelgazar. “La jugada es redonda”, dice la autora.
 “Así, ideas irracionales, verdades a medias, mentiras completas, señuelos pseudocientíficos y palabrería de bata blanca sobre dietas, alimentos, nutrientes o cosmética, son la tónica general de un mercado que mueve miles de millones de euros y en el que la mayoría de las personas desconocen que, a pesar de estar gastando muchísimo dinero en cuidarse manteniéndose ‘sanos y delgados’, en realidad están, en muchas ocasiones, asumiendo riesgos que ignoran o directamente socavando su salud y minando su economía”. 
De hecho, esta semana la OCU acusaba a dos laboratorios de influir en la compra de un producto mucho más caro. A juicio de OCU, estos dos gigantes farmacéuticos, productores de Avastin y Lucentis, dos medicamentos válidos para el tratamiento de la degeneración macular húmeda, parecen haberse puesto de acuerdo para diferenciarlos artificialmente. Así, Avastin, el fármaco más barato, es presentado como un producto más peligroso que Lucentis, con el fin de influir en las prescripciones de los médicos y servicios de salud. Lucentis es 100 veces más caro. 
Por su parte, la autora no se muerde la lengua y cita en su dedicatoria a las grandes multinacionales alimentarias y cosméticas sin las cuales “este libro no habría sido posible”. Son ellas, precisamente, las que tienen un interés máximo en lucrarse pase lo que pase. “Nos olvidamos de que las industrias no son ONGs y para ellos lo más importante son los balances de resultados”, confiesa la autora a Vozpópuli. 
LA LETRA PEQUEÑA DEL TESTADO CLÍNICAMENTE
En ocasiones, las cremas que se venden asegurando que rellenan las arrugas están solamente testadas en larvas. “No hay estudios fiables; son opiniones. No se puede basar un estudio de una crema sobre larvas o sobre 28 personas. Mi piel no es la de una larva”, dice la autora. 
Uno de los casos más graves con los que se ha topado en su investigación ha sido un dato de hace siglos. “Desde el punto de vista de la cosmética, descubrí que un maquillaje hizo desaparecer a toda a una casta, se extinguió. ¿Quién nos dice a nosotros que todas esas cosas que nos echamos en la cara no nos puede suponer algo a largo plazo?, se pregunta, no sin antes advertir de que ella no es un “talibán” y que solo quiere “que no se engañe a la gente”. 
Y es que en la industria cosmética hay muchas trampas, confirma a este diario Gutiérrez Salegui. A través de su estudio de la letra diminuta de los anuncios ha encontrado casos que rozan la ilegalidad. Por ejemplo, en un anuncio de una crema para la cara se asegura que “el 72% de las personas de tu entorno notará tu piel más joven y revitalizada”. Con esta afirmación, ¿cómo saben lo que pensará la gente? 
Aunque, en principio, pueda parecer que hay una grave desprotección ante la publicidad que nos bombardean, países como Inglaterra o Francia han sido muy tajantes a la hora de prohibir cierto tipo de argumentos utilizados en sus productos. Danone, por ejemplo, tuvo que eliminar los anuncios en los que se afirmaba que Activia y Actimel ayudan a aliviar el estreñimiento o son buenos para el sistema inmunitario. En Estados Unidos han sido multados con 21 millones de dólares por exagerar los beneficios de ambos productos. Y en Francia, una marca de cereales fue condenada por publicidad engañosa al demostrarse que era mentira que tuvieran un 0% de materia grasa. 
En definitiva, Consume y Calla consigue remover conciencias y deja clara una cosa: una simple fruta es infinitamente más sana como postre que cualquier producto procesado. 
(Fotografía: GTRES. Ilustración original del artículo en Vozpopuli.com)
Publicado en su blog El Nutricionista de la General, 21.04.14

NUEVO LIBRO: “CONSUME Y CALLA”

Si visitas de tiempo en tiempo este blog te habrás dado cuenta que los asuntos relativos a la publicidad de alimentos diversos, las alegaciones de salud que incorporan, el márquetin con el que se rodean, su etiquetado y demás “celofán” con el que se envuelven, son un tema recurrente. Como digo, a pesar de poder encontrar estos temas con cierta frecuencia, el blog no está dedicado en cuerpo y alma a estas cuestiones. Y conste que bien podría habida cuenta de lo machaconas y surrealistas que son las circunstancias que en este sentido nos han tocado vivir.
Afortunadamente y para poner un contrapunto de sensatez entre tanta vorágine consumista (aunque en ella se ponga de excusa un mal entendido concepto de salud) de vez en cuando ven la luz obras como la que hoy os traigo y que acaba de ser publicada. Se trata del libro que tiene como título “Consume y calla. Alimentos y cosméticos que enriquecen a la industria y no mejoran nuestra salud” (357 pags.) de Ana Isabel Gutiérrez Salegui (@Fasmida) y que está editado por Ediciones Akal, SA. Hacía falta.
En verdad lo que haría falta es que más personas accedieran a esta perspectiva que del mercado de salud (a través de alimentos y cosméticos) tienen en realidad muchas de las empresas que, en principio y en apariencia, se preocupan por nuestra salud. Muchos de los escándalos vinculados a la industria alimentaria y que se han dado a conocer en estos últimos años, así como la farragosa forma de “informar” a los consumidores dan muestra de esa “preocupación” que tienen muchas de esas multinacionales a las que la autora dedica su obra nada más empezar:
“A Bimbo, Nestlé, Unilever, L’Oreal, Puleva y tantos otros… sin ellos no habría sido posible este libro […]”.
Tristemente. Sin ellos, tristemente, no habría sido posible este libro; apuntaría yo con el permiso de la autora.
El libro no te va a dejar indiferente. Empezando por la perspectiva de Ana Isabel Gutiérrez que no es la de una publicitaria, ni de una nutricionista, ni una médico, se trata, muy en resumen, de una psicóloga que afronta desde su especialidad las causas y circunstancias que como consumidores nos han llevado a terminar a merced de una industria con, aparentemente, escasos escrúpulos. Con su permiso transcribiré un fragmento significativamente elocuente:
“[…] Si la generación que vivió la posguerra, levantara la cabeza y viera en que trabajamos, ahorramos y pedimos prestamos bancarios para que nos corten trozos de carne en un quirófano, nos metan bolsas de silicona en el pecho o en los glúteos, pagamos para que, a voz en grito, nos hagan sudar y sufrir, pasamos hambre voluntariamente o nos alimentamos de polvos disueltos en agua pagados a precio de oro (pudiendo hacerlo con comida de verdad) para poder entrar en fajas compresoras que reducen, elevan y oprimen, pensarían que nos hemos vuelto rematadamente locos. Y tendrían razón”.
Este libro está cuajado de ejemplos, vergonzosos (a la par que legales muchos de ellos), en los que se pone de manifiesto que tanto en buena parte de la industria de cosmética como en la de la alimentación hay una serie de señores como poco interés en cualquier cosa que no sea aquel de lucrarse hasta extremos insospechados.
Así pues si en cierta medida te gusta este blog por aquellos casos en los que se “denuncian” ciertas malas prácticas por parte de la industria te recomiendo este libro. Una obra que además está cuajada de citas y de referencias para seguir el hilo de lo que en él se cuenta. Entre esas citas, he de reconocer con agradecimiento, sale este blog citado con frecuencia… así como el de tantos otros que son una referencia para uno mismo tales como Jose Manuel López Nicolás y su Scientia; Ben Goldacre (Mala ciencia); el GREP-AEDN; Naukas; José Miguel Mulet… y tantos otros.
Publicado en La Información, 12.04.14

LOS “ALIMENTOS FUNCIONALES” QUE NO FUNCIONAN
Luz Sela
  • La psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui desmonta los productos que “enriquecen a la industria y no mejoran nuestra salud”.
  • “Nos han hecho creer que el que no se cuida a día de hoy es como un toxicómano de los años setenta”, sostiene la autora. 

Somos lo que comemos. Cuántas veces hemos escuchado esta frase. Pero si hacemos un recorrido por las estanterías de un supermercado, lo que comemos tiene más que ver con el aire que con otra cosa.
 
Con bífidus, con Omega 3, sin colesterol ni grasas saturadas, sin gluten, libre de lactosa, ayuda a reforzar nuestras defensas… Son las etiquetas con las que nos bombardean día a día. Parece que los productos normales han dejado de serlo y que para resultar atractivos tengan que presumir también de supuestas bondades que, en realidad, no tienen, pero con las que “engañan” al consumidor para incentivar su compra.
 
Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga experta en trastornos de la conducta alimentaria, se encarga ahora de desmontarlos en un libro cuyo título advierte ya de lo que vendrá después, Consume y calla (Editorial Foca), en el que desenmascara a una industria a la que responsabiliza de “las enfermedades de la sociedad occidental”. Diabetes, hipertensión, bulimia, anorexia… Lo hace a través un trabajo pormenorizado en el que nos descubre los trucos y estrategias a los que recurre la industria alimentaria para crearnos la necesidad de consumir determinado tipo de productos.
 
Gutiérrez empieza a disparar. Le toca al Omega 3, tan pregonado en leches, yogures, embutidos e incluso huevos. “La cantidad que contienen estos productos es mínima en comparación, por ejemplo, con el que tiene una sardina, y el efecto en la salud también lo es. Tendríamos que tomar seis litros de leche para notar resultados. Pero, en realidad, se acaba perjudicando la salud, porque la gente deja de tomar cosas que sí son saludables y equilibradas, por ejemplo esa sardina”.
 
En este caso, los perjuicios para la salud vienen por defecto. Pero en otros, el consumo de ciertos productos sí se ha demostrado perjudicial por sí mismo. “Un simple diurético o laxante te puede acabar matando de una parada cardiaca si pierdes demasiado potasio”. Ambos productos se anuncian con tranquilidad.
 
En el acto de consumir entra en juego todo un aparato de la persuasión, más complejo de lo que pensamos. Y dentro de él, esta experta no se corta al hablar de responsabilidades. “Aquí tenemos una especie de círculo perverso, maquiavélico. Empieza en los medios, que nos presionan de forma brutal para que estemos delgados, jóvenes y sanos. El que no se cuida a día de hoy es casi el equivalente a un toxicómano de los años setenta”, lamenta Gutiérrez,
 
“Tenemos obsesión por estar jóvenes, guapos y sanos. Ese es el pack. Y esos mismos medios, nos publicitan además unos productos que nos prometen estar así. Nosotros, que tenemos el cerebro lavado, nos lo creemos, porque confiamos en que exista una regulación para que no haya mentiras, y nos fiamos también de las empresas y los establecimientos que nos lo venden. Si nos lo venden en farmacias, dices, esto tiene que ser bueno. No es que sea malo, pero bueno tampoco”.
 
De controlarlo se encargan ciertos organismos, como la Agencia Española del Medicamento o la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Esta agencia empezó en 2007 a realizar comprobaciones de los productos, ante el auge de estos alimentos funcionales y la preocupación de los consumidores por su efectividad. Algunas marcas se someten incluso voluntariamente a ellos, aunque el veredicto no resulte a veces de su agrado. Sólo en 2010, emitió un resultado negativo sobre más de 800 supuestas propiedades saludables de estos alimentos. En algunos casos, por no estar científicamente demostradas. En otros, por no ser suficientes para publicitarlas. Ocurrió, por ejemplo, con productos que decían ayudar a regular la tensión a través de los péptidos de la leche.
 
Uno de los casos más conocidos fue el que obligó a Danone a retirar su publicidad sobre los beneficios del Actimel en las defensas, por considerar que inducía al engaño. La empresa aportó varios estudios científicos para avalar el producto, pero finalmente acabó modificando su publicidad. Si bien dejando claro que no dudaba de su eficacia.
 
MENSAJES TRAMPA
 
Para esquivar posibles sanciones, los cerebros del márketing de estas empresas han elaborado toda una serie de “mensajes trampa”, capaces de situarse en la legalidad, consiguiendo en los consumidores el efecto deseado. “En la publicidad nos dicen… Cuida tu corazón. Pero en realidad nos están diciendo que lo cuides tú, no que lo cuide el producto. De esta forma, el mensaje que emiten puede ser perfectamente legal, pero el que la gente comprende es totalmente distinto”, dice Gutiérrez, apuntando a un caso fácilmente reconocible. “Todos conocemos un anuncio de un embutido que lleva un corazón dibujado. Esto es legal, no nos está diciendo nada, pero la gente lo interpreta como que es bueno para el corazón”.
 
La picaresca reside incluso en el tamaño de las letras. Así, la parte del envoltorio o de la publicidad donde se nos dice que el producto no tiene ciertas propiedades está escrita en caracteres diminutos y en un color que no contrasta con el fondo. La ley lo permite, claro, pero se trata de algo de dudosa moralidad de cara al cliente.
 
“Hay anuncios que permite la ley, otros que cumplen la normativa pero inducen al engaño y luego hay muchos otros que directamente vulneran la normativa existente en materia de publicidad alimentaria”, sostiene la autora.
 
Así, por ejemplo, la normativa prohibe que en la publicidad de alimentos salgan médicos, “o gente que parezca médicos, aunque sean actores”… pero todos conocemos casos en los que sí aparecen. También están prohibidos aquellos que publiciten “seguridad de alivio o curación cierta”, sobre todo en temas de obesidad e insomnio. En muchos casos, esto se vulnera. “Son alimentos, no medicamentos, y por tanto no se puede decir que son terapeuticos para una enfermedad”. De hecho, ¿Cuántos llevan el aval del Colegio de Médicos? “Ninguno”, sentencia.
 
En otros casos, los productos son estafas en toda regla. “Son productos que anuncian: pierda 19 kilos en 10 días. Las fotos de antes y después y los testimonios de supuestos pacientes también están prohibidos”. Y basta abrir una revista para encontrarse con dos o más comerciales que ensalzan las virtudes de un producto para bajar de peso o mantener las arrugas a raya, amparándose en los testimonios de varios “supuestos” clientes.
 
VULNERAR LA LEY SALE MÁS BARATO QUE NO HACERLO
 
Aunque la normativa actúe, da la sensación, en cambio, de que vulnerarla sale a estas empresas más barato que no hacerlo, porque los ingresos obtenidos con estos productos superan ampliamente las cuantías de las multas. “Se suele decir que mientras la multa se abarata, a la industria le interesa arriesgarse”. Porque por el simple hecho de que un alimento ponga dos palabras, “sin gluten”, ya se da vía libre a cobrar más, aunque resulte un engaño. “Es como decir pera sin gluten y te lo cobramos más. La gente no sabe que las peras no tienen gluten, y se las coge por si acaso”.
 
Los mecanismos no resultan a veces suficientes para controlar todos los productos del mercado, y falta conciencia de consumo responsable. “El problema es que mientras en otros países, como EEUU, se denuncia de oficio y hay un seguimiento, aquí no pasa nada. Allí la gente ve algo y por sistema denuncia. Pero aquí tiene que ser algo bestial para que llame la atención”.
 
Así, recuerda, por ejemplo, el anuncio de una conocida marca de pasta donde se trasladaba que mientras las ensaladas se ponían mustias, los macarrones con verdura no. La Asociación de Usuarios de la Comunicación elevó una queja a la Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Publicitaria por entender que se transmitía a los consumidores un mensaje que menoscababa “el crédito en el mercado de dicho tipo de ensaladas”. Casos como este son excepcionales.
 
¿Cómo evitar entonces que nos engañen? “Con más información y educación, y un control más estricto por parte de las instituciones. Una cosa es que te timen a nivel económico, pero esto puede tener consecuencias para la salud”, advierte, en referencia, por ejemplo, al auge experimentado en los últimos años en trastornos de anorexia y bulimia. “Lo raro hoy en día es tener gente normal. Tenemos obsesos, gente con trastornos de imagen. Estamos en una sociedad en la que comemos con culpabilidad. Y en este marco tenemos que tener mucho cuidado con este tipo de publicidad”. Se considera que en España existen más de 300.000 pacientes con este tipo de trastornos de la alimentación, una cifra que en los últimos años se ha multiplicado por diez.
 
En esta sociedad obsesionada que dibuja la autora, amenazan cada cierto tiempo determinadas fobias. “Durante un tiempo, las proteínas estuvieron demonizadas porque se pensaba que provocaban agresividad y todo tipo de enfermedades. Después, con la Dieta Dukan, le tocó el turno a los hidratos de carbono. Y ahora estamos con el gluten o la lactosa”.
 
EL PODER DEL LOBBY ALIMENTARIO
 
El poder de la industria alimentaria va más allá de dirigir nuestro brazo hasta un lugar determinado de la estantería. También está detrás de muchas de las regulaciones del sector. Basta un recorrido por las cifras para darse cuenta de su enorme influencia. Sólo las industrias agroalimentarias -30.000 en España- facturan anualmente 84.000 millones de euros. “El lobby presiona contra las regulaciones. Pasó, por ejemplo, con la ley de alcohol de la ministra de Sanidad, Elena Salgado. La industria del vino hizo tal presión que no se llevó a efecto. Y era una campaña bastante adecuada desde el punto de vista de la salud pública, no por el vino en sí, sino, por ejemplo, por el calimocho, responsable de muchos problemas de salud que tenemos en los jóvenes por el botellón ”.
 
Salgado negó presiones, pero el proyecto quedó enterrado después de que en las sucesivas reuniones no se lograse un acuerdo con el sector vinícola, muy crítico porque no se les diferenciase del resto de bebidas alcohólicas.

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