La relación de A. con un profesor es un ejemplo “de manual” de uno de los males de nuestro tiempo: el acoso psicológico en el trabajo

«Estoy coladísimo por ti». «Espero que me perdones todos los maltratos». «No creo que mañana sea capaz de mirarte a la cara». «Tendrás ganas de darme un puñetazo por lo cabrón que he sido contigo». «Si quieres me perdonas o me das un puñetazo en la cara, cualquier cosa me parecerá bien». «Si te veo sufrir me muero». «Te doy las llaves de mi casa». «Te va a pasar algo que te va a retorcer de dolor». «Llevo 23 años esperando a la mujer de mi vida». «Estoy delante de tu portal, sólo te pido 5 minutos».

El último día que A. estuvo bajo la autoridad de su jefe en la Universidad Complutense (Madrid), el 29 de marzo de este año, la mujer, ya medicada a diario, aterrada sólo con la perspectiva de salir de casa, anulada psicológicamente y recién separada de su pareja -como suele suceder a las víctimas de estas situaciones-, escribió lo siguiente para sí misma.

«Ese día, aunque intento escaquearme, él tiene mucho interés en que hablemos porque dice que en 10 minutos me va a quitar mi estado depresivo. Me dice que el día que me trajo la caja de guantes y yo le di las gracias, le gustó mucho cómo se las di. Que cuando se fue a casa, en la cama, se dio cuenta de que estaba coladísimo por mí. Babeaba por la comisura de los labios, me daba un asco tremendo. Cuando llegué a casa no sabía cómo reaccionar, estaba muda, muerta de miedo, impotencia, temblor de saber que el lunes tenía que verle. Ya no he vuelto».

Finalizaba ahí el «tormento» de dos años sufrido por A., trabajadora de la facultad de Medicina de la Complutense y víctima de acoso, según el meticuloso informe de 67 páginas y una decena de entrevistas emitido el 29 de julio por la Unidad de Igualdad del centro, a cuyo contenido ha tenido acceso Papel.

Está obsesionado con ella porque es una chica muy mona

UN ORDENANZA A LA UNIDAD DE IGUALDAD

El órgano recomendaba sancionar al docente, Laureano Lorente, profesor de Cirugía, pero la Complutense se ha limitado a dar traslado de los hechos a la Fiscalía de Madrid y a remover a otro lugar a la trabajadora, pese a que el presunto acosador admitió el maltrato en los mensajes entre ambos y que en sus maniobras en torno a ella, aparentemente atormentado por acosarla -en la clásica estrategia de palo y zanahoria-, le llegó a enviar una Guía sobre el acoso en el trabajo para que ella se defendiera de él. Lorente sigue en su puesto de trabajo y niega la mayor: sostiene que simplemente es muy exigente con su forma de trabajar, que en realidad trataba de motivar a su subordinada.

«Está obsesionado con ella porque es una chica muy mona, muy vistosa», declaró a la Unidad de Igualdad un ordenanza. «Es un lobo con piel de cordero», dijo una ex trabajadora. «A mí me ha dado dentera con las estudiantes, está con las chicas que se le cae la baba, el tío asqueroso», manifestó una mujer de la limpieza.

Todo ello consta en el meticuloso informe, en realidad un perfecto manual de cómo acosar en el ámbito laboral. ¿Qué sucede dentro de la mente de una mujer acosada? Ésta es la historia de A. y el profesor Laureano Lorente, tal y como la recogió la Unidad de Igualdad de la Complu.

A. se incorpora a su nuevo trabajo, como interina, en febrero de 2017. De entrada, Lorente, que lleva de manera totalmente personalista su «cortijo», le dice que no hable con nadie: «Podrían pensar que entre nosotros hay un lío».

A. va a ser la única ayudante del profesor con los materiales del Aula, y esa suerte de vasallaje, en un ambiente muy cerrado pronto deviene en lo claustrofóbico: se acostumbra a desayunar en los vestuarios para no desairar al profesor.

Primer aviso: coincide apenas unas semanas con otra trabajadora que lleva haciendo años su mismo trabajo y observa cómo el profesor ni siquiera se dirige a ella.

La mujer, que vuelve de una baja por depresión y se toma «una pastilla» cada día antes de trabajar, no soporta una nueva bronca de Lorente: se coge otra baja -personal de la Complutense admitirá luego que varias trabajadoras anteriores han pedido traslados por «sentirse incómodas con él»- y termina declarando más tarde a la Unidad de Igualdad, respecto de A.: «Me hizo la vida imposible porque quería quedarse a solas con ella».

Un mes después, A. ya está en el exacto molde de su ex compañera: es a ella a quien Lorente no habla, a quien inflige el llamado maltrato de hielo, que consiste en bañarla en silencio. Es ella la que se toma «un lorazepam» antes de fichar. El trayecto hacia la anulación ha comenzado.

Pone el contexto la psicóloga forense Ana Gutiérrez Salegui, para la que el caso de la Complutense es «de libro, de manual»: «La primera reacción es siempre de desorientación, la víctima no sabe qué pasa. Luego viene la incredulidad, se niega a creerlo. Tras esto llega la evitación, tratar de rehuir el contacto, y también el cambio de imagen: la mujer intenta desprenderse de aquello que cree que genera el problema: su atractivo físico. En esta fase, también, la indefensión de la víctima queda aprendida: sabe que no hay solución. El acosador se muestra arrepentido, le hace ver que la culpa ha sido de ella, que ha hecho las cosas mal, o simplemente se victimiza él… Pero es sólo una estrategia para volver a la carga».

En diciembre, meses después, mediante un whatsapp, el profesor le pide a A. perdón por sus «malas caras», que atribuye a «la tensión», la loa con un «no hay trabajadora que haya trabajado más en el aula», y remata: «Cuando crea que no me porto de manera correcta, dígamelo o ignóreme».

Esos mismos días él vuelve a las andadas y ella, cumpliendo con lo que Lorente le ha pedido, le echa en cara esa bipolaridad. «La verdad es que no creo que sea capaz de mirarla a la cara mañana. Espero que alguna vez me perdone todos los maltratos», le escribe de nuevo Lorente, supuestamente arrepentido.

«Aquí ya empiezan los mensajes raros», le dice A. a la perito de Igualdad. Comienza la cascada de correos de su jefe, en plenas vacaciones, porque «me reconcome esperar a enero para decírtelo», escribe él. En uno de ellos, Lorente «refiere de nuevo la vergüenza por el maltrato ejercido», le adjunta una Guía del acoso en el trabajo, «por si quiere denunciarle», y le dice que, «en caso contrario, en enero empezamos desde cero». A. comienza a «preocuparse por el tono íntimo, con referencias familiares, a supuestas persecuciones institucionales o temas íntimos de terceras personas».

Lorente, en definitiva, comienza a cruzar líneas rojas hacia la persona, no ya hacia la trabajadora. La insinuación sexual también se dibuja. El profesor, pretendidamente atormentado, le cuenta de forma confusa que en el pasado ayudó a «una amiga» que «sufría malos tratos» y que ella «empezó a quitarse el traje de baño» y que él vio que «tenía hematomas en el pecho y las caderas». Le escribe a A.: «Doce años después, yo me he convertido en esa persona que odié tanto, que maltrató físicamente a mi amiga. Y aunque yo no te he pegado físicamente, muchas veces los maltratos psicológicos son mil veces peores». De nuevo, la victimización: «Ahora que sabes mejor lo que realmente ha pasado, si quieres me perdonas, me ignoras o simplemente me das un puñetazo en la cara, lo que hagas me parecerá bien, aunque sólo sea por lo que te he ofendido durante estos meses».

El día de vuelta de vacaciones, él no aparece. Dice que «va a intentar recuperarse, y que si no se da de baja y busca tratamiento». Ella le contesta que no quiere líos, sólo «trabajar siete horas y volver a casa». Él, que de pronto se empeña en que le trate de tú y no de usted, la obliga a hacer con él cada mañana unas charlas, tête à tête, que llama «sesiones de comunicación entre los dos». «A mí se me ponían los pelos como escarpias», declara luego A. a la perito. «La tensión de la mandíbula, ya no sabía cómo apretar los dientes, pero me vi obligada a hacerlo. Sentía gran autoridad sobre mí. Todos los días, a las 7, cuando llegaba, estaba esperándome para tener la sesión de comunicación».

«Él cerraba la puerta del aula y a mí me sudaban las manos, las axilas y todo» en sesiones que «a veces se alargaban más de una hora», y en las que al final «quien hablaba ese día le hacía una pregunta al otro para ver si le había escuchado». En la primera sesión él le habla de «un club nocturno al que van chicos jóvenes».

¡Sé que estás sufriendo, y si te veo sufrir, me muero!

LAUREANO LORENTE, PROFESOR DE LA COMPLUTENSE

Él cuelga de pronto en su armario, para que ella lo vea, una foto plastificada de una imagen que ella había subido previamente a las redes sociales de Laura Luelmo (la joven violada y asesinada en Huelva en diciembre pasado), sustituyendo el No es no por la frase Si me quieres, por qué me maltratas. A. escribe entonces: «Llevo unos días que apenas me arreglo, el simple hecho de que él me pueda ver atractiva me da asco. En cuanto llego por las mañanas al vestuario me quito la barra de labios». Ella sólo quiere desaparecer. Cuenta después: «Aunque trabajaba de espaldas a él, sentía sus ojos clavados en mí».

Ella le habla todo el rato de «mi pareja, mi pareja» como «estrategia de evitación», dice la perito. El 24 de enero pasado, él le dice, según ella refleja en su diario: «¡Sé que estás sufriendo, y si te veo sufrir, me muero! He pensado en un familiar médico, por si quieres coger tres meses de baja. Te doy dinero si lo necesitas, pídeme lo que sea: 300, 500, 1.200 euros… Nunca te pediré que me lo devuelvas. Si necesitas hablar con alguien puedes llamarme a cualquier hora de la noche, si son las dos como si son las tres, como si me pides que vaya a por un caramelo a Cuenca. Me moriría si te veo sufrir. Te voy a dar las llaves de mi casa, vas allí, escuchas música y te relajas…».

«Era como si él estuviera dentro de mi vida y la estuviera manejando», dice ella luego. A finales de febrero ella coge un día libre; él le escribe 10 whatsapps a las 5.30 de la madrugada diciéndole que no tiene por qué volver al día siguiente, que ya encontrará a alguien que fiche por ella. Ella desinstala Whatsapp.

El 21 de marzo, según escribe ella en su diario, él le dice «que me va a pasar algo que me va a retorcer de dolor. Luego veo que en el ordenador pone Génesis 22 y habla de que Dios ordena matar al hijo de Abraham, que él mismo lo mate porque lo ama muchísimo. Me cago y digo: ¿pero este hombre de qué va?».

Pocos días después, en una escalada insólita, Lorente le dice a A., «entre lágrimas», que «lleva esperando a la mujer de su vida 23 años». El 29 de marzo «me dijo que el día que puse una foto en mi perfil besándose con mi pareja se le revolvieron las tripas».

Es el último día de A. en su trabajo. Se coge una baja y no regresa. Dos meses y medio después, él vuelve a escribirle: «No puedes hacerte un idea hasta qué punto estoy preocupado por ti. Por favor, dime algo». Ante el silencio de ella, pocos días después, un sábado, se planta en su casa. Le escribe: «Estoy delante del portal de tu casa. Sólo quiero hablar contigo cinco minutos. No vas a estar peor por perder ese tiempo conmigo, pero quizás te sirvan para algo. Sólo te pido 5 minutos, no tienes que decir nada, ni hace falta que te cambies». Baja el hijo de A., que le pregunta a Lorente, a quien la mujer nunca comunicó dónde vive, qué demonios hace allí: «Tu madre puede perder su trabajo, a mí no me queda mucho de vida», se sale el profesor por la tangente.

El chaval sube y aún el profesor se queda merodeando por el portal «al menos una hora». A. denuncia pocos días después ante Igualdad. Aporta un dictamen médico que acredita sus padecimientos psíquicos. Tiene ganas de llorar «todo el rato». Su vida afectiva y personal ha quedado arrasada, con datos que este diario no puede revelar para preservar su intimidad. La noche del sábado en que él fue a su casa, ella, medicada y «horrorizada», tiene la tentación de «quitarse de enmedio».

La Unidad de Igualdad interroga al profesor. Lorente alega que sólo quería ayudarla porque «está muy deprimida». Que fue a su casa porque «estaba cerca» y «se me cruzaron los cables». Admite que le dijo que le parecía guapa: «Me parece una chica guapa y se lo comenté». ¿Le dio las llaves de su casa? «Sí, para ayudarla».

La psicóloga describe cómo Lorente se niega a admitir que la trabajadora no quiere más contacto con él que el estrictamente laboral. Narra incluso cómo el profesor intenta actuar con ella como con A. «En determinado momento, él se levanta y dice: ‘Voy a hacer una cosa que va a parecer un poco obscena pero no va serlo’. Se pone de pie y empieza a desabrocharse el cinturón a escasos centímetros de la cara de esta perito, mientras digo ‘no, no, no’. Él repite: ‘Sólo quiero que mires esto, mira esto’ Se mete la mano en la cinturilla y me pide que mire en su interior».

Él quiere demostrarle que ha adelgazado por la tensión de su trabajo, pero la psicóloga ilustra así cómo Lorente invade su esfera personal como, sostiene, hizo con A. Lorente admite también que tuvo un pleito anterior por una situación similar, «que no llegó a nada». Este diario ha intentado sin éxito ponerse en contacto con el profesor.

Volvemos a la psicóloga Gutiérrez Salegui: «Es un caso claro de acoso vertical, de jefe a subalterna. Me acerco, me rechazas, te destruyo, te salvo: me perteneces. Se intercalan conductas de castigo con supuestos cariños, todo ello indeseado por la víctima. El mensaje es: ‘Dependes de mí’. Eso genera primero ansiedad, luego trastornos de sueño y alimentación. Luego, depresión».

FUENTE:https://amp.elmundo.es/papel/historias/2019/10/27/5db561aefdddff631c8b45cd.html