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El usurero que da la cara

  • Aunque muchos se la quieren romper. Antonio Arroyo presta dinero al 29% y termina quedándose con las casas de decenas de familias. Varios juzgados le investigan por estafa. Uno de sus clientes se suicidó. «Yo tengo corazón», se defiende

  • DANIEL VIDAL

Tiene razón Antonio Arroyo en una cosa: «Ningún juez ha dicho que yo haya estafado». Y eso es verdad. También es cierto que la justicia pisa los talones desde hace unos años a este prestamista sexagenario, con cierta voz de pito y aspecto de funcionario fiable, que todavía seguirá visitando un buen número de tribunales por las denuncias que le ponen decenas de clientes en toda España. Familias con graves apuros económicos que en su día, maldito día, firmaron un crédito rápido con Arroyo y ahora se sienten engañados y estafados por el empresario, inmerso en el boyante negocio de la financiación entre particulares desde el año 2001. Está considerado el mayor usurero de este país.
«Yo no soy el rey del préstamo», zanja por teléfono. «¿Que si me he hecho rico? Me da vergüenza contarle mi situación económica. Sí, tengo divisas, alguna que otra vivienda y varias fincas por ahí, pero también tengo los problemas de cualquier empresario», suelta sin dar detalles. «Y mucho menos soy el rey de la estafa, eso lo tendrá que decir un juez». De momento se han archivado 40 causas contra él y están tramitándose «otras 15», según sus propios cálculos. Ni siquiera se ha sentado en el banquillo. Le han detenido tres veces, pero siempre ha salido limpio. «Mi abogado soy yo -sonríe el prestamista- y estoy al corriente de ciertos problemas con ciertos clientes». Uno de ellos, Javier Rega, acabó quitándose la vida. Se trata de un vecino de Manises (Valencia) que quiso refinanciar su retroexcavadora y dejó un hijo discapacitado y una viuda, Ramona Navarrete: «No quiero dar pena, solo quiero que se haga justicia. Este señor nos estafó».
«Desgraciadamente, este pobre hombre no pudo hacer frente a sus deudas y lo afrontó de la peor manera. Yo lo siento mucho por él y por su familia, pero no puedo hacer otra cosa», responde Arroyo. O quizá sí. «A mi marido ya no me lo van a devolver», se lamenta la viuda, «pero la denuncia que le hemos puesto ha logrado paralizar el desahucio».

‘El patadas’

Todos los afectados por la avaricia de Antonio Arroyo, «que pueden llegar hasta los 1.500», calcula el abogado de la asociación ‘Stop Estafadores’, Carlos Galán, tienen el mismo perfil. «Personas con necesidades financieras urgentes, con dificultades de acceso al crédito bancario pero con una vivienda libre de cargas», que al parecer es lo que siempre busca el empresario de Jaén, al que algunos en Madrid conocen como ‘El patadas’ por sus métodos expeditivos y que durante muchos años trabajó en el Fondo de Garantía de Depósitos del Banco de España. Todos describen el mismo ‘modus operandi’: «Una madeja de mentiras, de medias verdades, de promesas incumplidas, documentos bancarios falsificados y la presencia final de un notario presuntamente compinchado acaban envolviendo a la víctima para que firme, en realidad, un préstamo con garantía hipotecaria -es decir, con su casa como aval- por un importe muy superior al recibido y con un vencimiento a seis meses, momento en el que los intereses se disparan al 29%». Entonces, la deuda se multiplica, el pago se hace inasumible y Arroyo ejecuta la hipoteca y se queda con la vivienda. «Yo tengo corazón… No me gusta echar a nadie de una casa», se defiende locuaz el prestamista, que siempre da la cara: «Ya ve. No soy un fantasma».

Ya, pero usted ha sido el responsable directo del desahucio de medio centenar de familias.

Hay gente a la que hemos llamado 200 veces para negociar y nos ha dado largas.

También ha vendido los derechos de las hipotecas de otras 300 viviendas. Dicen que quien no coge el teléfono es usted: no quiere que sus clientes le paguen para quedarse con sus casas.

Eso es mentira. Las casas dan problemas. Por lo general, lo que quieren los prestamistas es cobrar. No queremos pisos. Yo quiero que me paguen. A mí me interesa el dinero.
Umberto Jiménez, un vecino del barrio madrileño de Tetuán, divorciado y con un hijo, ha sido el último en entregar las llaves de su vivienda a la fuerza después de ponerse en manos de Antonio Arroyo. La historia se repite en decenas de casos. Rafael, Juan, Teresa, Concepción, Jesús, Miguel Ángel… «La manera de actuar se ha elaborado durante años por parte de una trama delictiva perfectamente organizada. Las 60 denuncias que estamos tramitando son solo la punta del iceberg», alerta el abogado Carlos Galán. El letrado de Adevif (otra organización ‘antiestafadores’), Santiago Landete, también tiene un buen puñado de denuncias en el horno. «El ‘modus operandi’ es el de estas personas, que ahora se han puesto de acuerdo para denunciarme. Antes no me reclamaban nada. El problema es que muchos de ellos se han visto con dinero, y en lugar de pagar deudas, se han gastado ese dinero en otras cosas», contraataca Arroyo.
Umberto se quedó sin ingresos. «Vi un anuncio en la tele, pedí un préstamo de 4.000 euros, a pagar 100 euros al mes, y a los seis meses me llegó una carta en la que me exigían 32.000. Ahora estoy sin casa. Se ha quedado hasta con mis pantalones. ¡Pero si no le valen, que mido 1.90!». Este vigilante de seguridad en paro, aún con ánimo para bromas, ni siquiera leyó el documento. «Tenían mucha prisa, me avasallaron, me fié del notario… y yo quería cobrar, la verdad. Me dijeron que me enviarían el contrato al correo. Lo único que me llegó fue la carta con la reclamación». Sin embargo, no solo la cuidada metodología de Arroyo, la desesperación o el descuido de la víctima juegan un papel clave en esta historia. Las notarías a las que siempre acudía el prestamista para firmar los contratos, y que han sido señaladas por todos los afectados, son factores determinantes a la hora de que las víctimas pasen por el aro. También han sido investigados y también se han ido de rositas, de momento. ¿Quién va a desconfiar de todo un señor notario?

«Te sientes un idiota»
«Resulta tan difícil creer que te puedan estafar ante notario como que te puedan robar en una comisaría o que te pueda apuñalar una monja», valora la psicóloga Ana Isabel Gutiérrez, que también analiza el estado de «miedo, estrés, desesperanza y ansiedad» en el que se encuentran todos los clientes de Antonio Arroyo, así como su alto grado de vulnerabilidad y, a posteriori, de culpabilidad: «Te sientes un idiota, incluso la familia te ve como un idiota, pero nosotros somos víctimas», se sincera Umberto, cuya denuncia acaba de ser admitida a trámite. Ahora recibe cobijo gracias a la caridad: «Pasar por esto es muy duro. Te puedes hundir. No me extraña que haya suicidios. El problema es que, mientras hablamos, probablemente esté engañando a otra persona. Y donde tiene que estar es en la cárcel».

Seis juzgados de Madrid, repletos de demandas contra el prestamista, pidieron hace unos meses a la Audiencia Nacional que iniciara una investigación sobre la presunta trama: «Existen indicios de que los hechos denunciados son similares y podrían ser constitutivos de un delito de estafa continuada», argumentó la juez Isabel Durántez. Su colega Santiago Pedraz, sin embargo, rechazó la petición. Las asociaciones quieren que los casos se investiguen de forma conjunta porque «así los jueces tendrán una visión global de la estafa». Arroyo, al otro lado del ‘ring’, sigue negando la mayor: «El estafado, muchas veces, he sido yo».

¿Y clavando un 29% de interés a personas en la ruina, no siente que se aprovecha de la gente?

¿Yo? En absoluto.

Para leer el artículo completo aquí

Publicado en El Correo y otras cabeceras diarias del grupo Vocento (Qué, El Comercio de Gijón, El Diario Montañés de Cantabria, Diario VascoHoy de Extremadura, Ideal de Granada, El Norte de Castilla de Valladolid, Las Provincias de la Comunidad Valenciana, La RiojaSur de Málaga, La Verdad de Murcia y La Voz de Cádiz) 03.06.13. Reproducido también en la revista Bizi Izaten Ikasiz, septiembre 2013.

MACHISTA Y MALA, LA NUEVA PARADOJA DE LA ADOLESCENTE 

Ángel Peralbo, psicólogo y autor de “De niñas a malotas”, afirma que la solución pasa por valorar sus capacidades y potenciar su felicidad y su valía como personas.

Madrid. Alejandra Rodríguez. 

Psicólogos, fiscales, educadores y, sobre todo, padres asisten en los últimos años, entre horrorizados y atónitos, a una paradoja cuyas protagonistas no son otras que las adolescentes españolas.

Por una parte, parecen haber emprendido una carrera frenética para igualarse a los varones, pero no precisamente en los aspectos positivos tradicionalmente asociados al sexo masculino.

Por otra, hacen gala de un machismo recalcitrante teóricamente impropio de mujeres jóvenes que han crecido y han sido educadas en una sociedad más progresista e igualitaria. Y todo ello a una edad cada vez más precoz, que no va a acompañada de ninguna madurez emocional.

De esta manera, la incidencia de conductas agresivas ha aumentado en más de un 30% en los últimos cinco años entre las chicas de 13 y 14 años y, según avisan varios juzgados de menores, se trata de episodios cada vez más graves y continuados.

Asimismo, también están alcanzando, e incluso rebasando, a los chicos en lo referente al abuso de sustancias como el tabaco y el alcohol.

Concretamente, ellas ya fuman más que los varones y aunque éstos beben de forma más habitual, son las menores las que se emborrachan con mayor frecuencia. Emborracharse casi por sistema cada vez que salen de marcha suele llevar aparejada una conducta sexual irreflexiva, promiscua y “objetal”, término que los especialistas emplean para denominar el sexo “de usar y tirar”, relaciones en las que no hay sentimientos no ya de amor, sino siquiera de un mínimo aprecio.

EL DIÁLOGO, RIDICULIZADO

“Se trata de ser la más dura, la más macarra, la más malhablada, la que se enrolla con más tíos, la que impone sus gustos y normas por narices y la que dirime las diferencias a base de fuerza bruta”, resume Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga especialista en adolescentes.

“Las chicas que presentan un perfil más conciliador, dialogante y, en definitiva, poco conflictivo, pasan a ser la ñoñas a las que se ridiculiza”, prosigue la experta.

Otros profesionales del sector refrendan estas cifras. Carine Sánchez, trabajadora social en Málaga, con una amplia experiencia en proyectos con menores, confirma no solamente el incremento de la agresividad y de la violencia femenina sino también el del machismo. “Trabajamos con chicas que no salen un fin de semana porque él ha trazado planes con sus amigos y se enfada si ella hace lo propio; que tienen que revisar su atuendo antes de salir de casa, que viven controladas por llamadas constantes de sus parejas… y que tienen interiorizadas ideas caducas como que son ellas las que han de asumir las tareas domésticas o que los celos responden al amor verdadero”, explica.

Por su parte, Ángel Peralbo, psicólogo en el gabinete Álava Reyes y autor del libro “De niñas a malotas”, corrobora que “no avanzamos en una línea y retrocedemos en la otra”, lo que hace que a partir de los 13 años las chicas sean mucho más proclives a sufrir trastornos psicológicos que los varones, según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que además dichos problemas sean más severos e incapacitantes que los que afectan al género masculino.

MÁS ESTADOS DEPRESIVOS

“Hasta esa edad las cosas están bastante igualadas, pero a partir de la preadolescencia las cosas se complican. Los problemas masculinos suelen estar asociados al comportamiento; los de ellas eran fundamentalmente de tipo anímico y relacionados con su sensibilidad, como la ansiedad o los estados depresivos. Ahora lidiamos con una situación desconcertante por esa mezcla de chicas que tienen un comportamiento malote combinado con una conducta de sometimiento, sumisión e infravaloración de su papel dentro de la pareja”, explica el experto.

En cualquier caso, los especialistas consultados por “SaludRevista.es” coinciden en que, afortunadamente, nunca es tarde para enmendar la situación y que las terapias con adolescentes dan frutos, a veces dulces.

¿Cuáles son las claves para que nuestras niñas transiten por el difícil periodo de la adolescencia sin caer en esta paradoja? Peralbo lo tiene claro, al menos en lo referente a dos áreas: la autoestima y la inteligencia emocional.

“Tenemos que valorar sus capacidades y potenciar su felicidad y su valía como personas, no sólo sus logros. Hemos descuidado la inteligencia emocional en favor de la formación curricular y no hemos favorecido su responsabilidad, su independencia, su juicio crítico o su tolerancia a la frustración. Concedemos mucha importancia al resultado, pero no al método y los valores que hay que cultivar para lograrlo”.

Si a esto le sumamos una comunicación más fluida y el refuerzo positivo (no incidir constantemente en lo que hacen mal y dar relevancia a lo que sí llevan a cabo bien) estaremos en el buen camino.

SEÑALES Y CLAVES A TENER EN CUENTA

Alertas: cambios bruscos de comportamiento, lenguaje soez, faltas de respeto, violencia contra las cosas, empujones… Con respecto a las parejas tóxicas, atención a variaciones en el modo de vestir en función de los mandatos de él, control excesivo a través del teléfono y de las redes sociales, renuncia a salir si no es con él, discusiones frecuentes por teléfono en las que se repiten gritos, lloros, rotura de objetos por rabia e impotencia.

Comunicación: tendemos a las grandes charlas cuando nos enfadamos. El adolescente responde mejor a mensajes cortos y sin conflicto. Buscar los momentos y estar ahí cuando quieran hablar, procurando ser más objetivos y menos emocionales. 

Límites:desde pequeños han de aprender que no todo vale, que habrá ocasiones en que no logren lo que quieren y que no pueden obtenerlo a la fuerza. Sus actos negativos tienen consecuencias en forma de castigos proporcionados, pero firmes y que se cumplen. 

Juicio crítico: darles herramientas para pensar por sí mismos. Fomentar su reflexión facilita su capacidad de decisión. 

Responsabilidad: dársela progresivamente de acuerdo a su edad les gratificará y les harán sentirse muy valorados.

Fuera tabúes: buscar ayuda profesional no implica cuestionar la capacidad de los padres para educar. Normalmente la adolescente no querrá ir. No importa, la terapia lleva tiempo y es para todos. Se puede empezar con los padres hasta que los hijos se incorporen. 

(Fotografía: John MacDougall)

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