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Publicado en Deia, 04.05.14,  Noticias de Gipuzkoa y Noticias de Navarra, 05.05.14.

Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga experta en trastornos de nutrición

“LOS ALIMENTOS ENRIQUECIDOS CON BÍFIDUS O CON OMEGA 3 SON UNA TRAMPA, NOS ESTÁN VENDIENDO COMIDA FICCIÓN”

Yogures, cereales, batidos, leches, margarinas… Infinidad de productos son descritos ahora como saludables o funcionales. Pero ¿de verdad lo son?

Concha Lago.

Dicen que mejoran las defensas, disminuyen el colesterol, controlan la hipertensión arterial, aportan fibra, Omega 3, vitaminas o calcio… Se han convertido en las líneas de negocio más rentables para sus empresas y su consumo se ha disparado. La psicóloga guipuzcoana y experta en trastornos alimentarios, Ana Isabel Gutiérrez Salegui, autora del libro Consume y calla, (Editorial Foca) cree que no son necesarios y por eso destapa las medias verdades de una industria que se lucra con productos pretendidamente saludables.
¿Por qué hay que desenmascarar a la industria alimentaria?
 
– Porque los supuestos beneficios de los alimentos enriquecidos con bífidus, con Omega 3 o con isoflavonas son una trampa, nos están vendiendo comida ficción. Las empresas utilizan múltiples trucos que juegan con la sintaxis, las palabras o las imágenes para que el mensaje percibido por el consumidor sea el que les interesa. Si mientras anuncio algo me acaricio con una sonrisa la tripa y digo que me siento ligera, ¿qué entienden? Está prohibido decir que algo alivia el estreñimiento, pero no está prohibido acariciarse la barriga y así el telespectador entiende un mensaje que no es el que se emite.
 
¿Nos toman el pelo?
 
-Sí, y estamos perdiendo mucha calidad de vida porque estamos obsesionados por lo que comemos, cómo lo comemos y cuándo, y dejamos de cuidarnos correctamente. Estamos inmersos en una especie de círculo vicioso y perverso que nos presiona de forma brutal para que estemos delgados, jóvenes y sanos.
 
A ver, dispare. ¿Qué pasa, por ejemplo, con los bífidus?
 
– Pues que es mentira que beneficien al sistema inmunitario. La Agencia de Seguridad Alimentaria europea no reconoce absolutamente nada de eso. ¿Cuántos de esos productos con bífidus llevan el aval del Colegio de Médicos? Ninguno.
 
También se anuncian zumos con el 0% de grasa.
 
– Otra mentira porque para empezar los zumos no tienen por qué tener grasa. Y luego nos encontramos con que zumos pequeños, individuales, tienen 36 gramos de azúcar. 0% de grasa no significa 0% de azúcar. Y nadie se lee una etiqueta nutricional donde figura que te vas a meter dos cucharadas de azúcar.
 
Está la gran filfa del Omega 3.
 
– La fuente natural del Omega 3 es el pescado azul, las nueces… Una sola sardina en lata tiene el equivalente a cuatro litros de leche enriquecida con Omega 3. Es fácil tomar una sardina pero ¿y toda esa leche?
 
Los supermercados están llenos de los llamados productos light.
 
– Pero no son más sanos ni sirven para adelgazar. El concepto light significa exclusivamente que tiene un 30% menos calorías que el producto original, cosa que no todos cumplen. Si un bollo tiene mil calorías, el bollo light tiene 700 y es hipercalórico.
 
O sea que un batido enriquecido nunca sustituiría un gazpacho.
 
– No. Eso también lo dice el Ministerio de Sanidad pero las empresas de alimentación manejan presupuestos brutales de publicidad y nos bombardean a anuncios, mientras que los comunicados que sacan las asociaciones médicas o el Ministerio no los lee nadie.
 
¿Un marmitako es lo más sano del mundo?
 
– Sí y lleva patatas, pimiento, bonito, aceite… Tomamos hidratos de carbono, proteínas, vitaminas y antioxidantes… Es saludable, saciante, pero la carga calórica no es alta. Todo lo contrario que una ración de pizza con un montón de grasas saturadas y ninguna vitamina.
 
Hoy también está muy presente la leyenda de ‘sin gluten’.
 
– El gluten no es malo, solo perjudica a las personas que tienen intolerancia al gluten. Pero cada momento tiene que tener una moda para que las empresas que comercializan esos productos salgan ganando.
 
Vamos al mercado pendientes de las etiquetas ‘bio’ y ‘eco’.
 
– Así nos metemos en trampas que pueden perjudicar nuestra salud. Vas al súper y coges una margarina enriquecida con no sé cuántas vitaminas pero que no es buena para la salud. Entre la margarina y el aceite de oliva, elige el segundo. Además, el problema viene de la confusión con el concepto natural, que no requiere ningún tipo de cumplimiento normativo y que se puede poner en cualquier artículo. El colmo de la tomadura de pelo es que, además nos cobren un montón de dinero por eso.
Y encima nos atiborramos a suplementos nutricionales.
 
– Con una dieta normal no tienes por qué tener ninguna carencia. Los suplementos no son necesarios si la alimentación es completa y equilibrada y la persona está sana. Incluso pueden llegar a ser peligrosos. La gente no sabe que puede haber hipervitaminosis.
 
Sin embargo vivimos en una cultura del infrapeso.
 
– Sí porque encima se considera gordo a los delgados. Tengo amigos de 40 años con una talla 42 que se consideran gordos y eso es falso, pero es una creencia social. En el libro aparece el término gordofobia para referirse a la obsesión de la sociedad occidental por la delgadez y por la perfección física, que constituye el Santo Grial del siglo XXI. Un público perfecto para un mercado que genera miles de millones de euros.
 
También habla del fraude de cremas que nos hacen parecer eternamente jóvenes.
 
– Sí y eso que no hay nada que actuando desde fuera puede eliminar una arruga.
 
Usted titula ese engaño del ‘bálsamo de Fierabrás a las nanoesferas’.
 
– Es que también nos están vendiendo cosmética ficción. Esta crema se mete dentro del núcleo de tú célula…, dice el anuncio, y pagas 150 euros por un botecito. Eso es imposible porque si eso fuera así no sería una crema, sería un medicamento. Si quieres estar guapa; échate protección solar, bebe el agua que debes, aliméntate bien y descansa. No existen los milagros.
Publicada en Diario Enfermero, 29.04.14

Con nombre propio
ANA ISABEL GUTIÉRREZ SALEGUI

Es psicóloga y técnico especialista en trastornos de la conducta alimentaria, y desde el año 2004 es integrante de la Comisión de Violencia de Género del Consejo General de Enfermería. Además colabora como profesora en la Escuela de Ciencias de la Salud y acaba de publicar un libro titulado Consume y calla. Alimentos y cosméticos que enriquecen a la industria y no mejoran nuestra salud, de la editorial FOCA.
 
En él, a través de un minucioso análisis de la publicidad sobre alimentación y cosmética, Salegui intenta desvelar los trucos, verdades a medias, manipulaciones y vacíos legales que rodean a este tipo de marketing. Su objetivo es concienciar al consumidor de que las trampas de la industria tienen consecuencias nefastas para su bolsillo y, sobre todo, su salud.
 
“Las industrias son empresas y su objetivo es ganar dinero, el problema viene cuando se pisan fronteras éticas. Hay cosas con las que no se debería poder jugar, y una de ellas es la alimentación, que repercute directamente en la salud”, ha explicado Salegui en una entrevista a Diario Enfermero. Como ejemplo, menciona el caso de la publicidad de alimentos dirigida a niños: “Es muy preocupante que se enfoque la publicidad de alimentos a los niños, que no tienen conocimientos para tomar decisiones sobre qué quieren comer o merendar. Sin embargo, hay estudios que demuestran que desde los dos años los niños no sólo son capaces de distinguir marcas de productos, sino que además deciden un 30% del carro de la compra en casa. Eso se consigue con dibujos y no con calidad nutricional. Los niños no deberían ser abducidos por un mundo de dibujos animados cuando tenemos un 40% de obesidad infantil y unas tasas de diabetes tan preocupantes”, explica Salegui.
 
A su juicio, y aunque pueda parecer contradictorio, aunque nos encontramos en el momento de la Historia en que más hablamos de salud y nutrición, eso no es sinónimo de más información: “Hay un bombardeo de información sesgada, pero no se hacen modelos de prevención ni educación para la salud. Lo que tenemos es un batiburrillo de palabras que nos deslumbran, como ‘oligoelemento'”.
 
¿De quién podemos fiarnos, entonces? Salegui explica: “Te puedes fiar del frutero, del carnicero, del pescadero de tu barrio, porque sabe que si te da algo de mala calidad, vas a tardar muy poco en difundirlo por el barrio. Podemos fiarnos de los comercios de toda la vida y de los alimentos que no son procesados por la industria, las cosas que compramos en estado natural. Quien hace la ley hace la trampa. La industria alimentaria busca mensajes ambiguos desde el punto de vista del análisis legal, de manera que es posible que el texto no cometa ninguna infracción aunque el mensaje que reciba el consumidor sea completamente distinto. En nuestro país todo esto se pasa bastante por alto, hasta que vienen los problemas graves”.
 La 2 Noticias, el informativo nocturno que presenta Mara Torres en TVE, dedicó el pasado 28 de abril de 2014 un reportaje a los contenidos del libro Consume y calla sobre alimentación, con entrevista a su autora Ana Isabel Gutiérrez Salegui
La 2 Noticias se define como el “informativo de cierre de La 2 que se acerca a la actualidad desde un prisma muy particular”. “Rompe la estructura de los clásicos telediarios y se hace eco de noticias sociales, culturales y de ciencia y ofrece entrevistas”. De esta forma, cada día ofrece “con un estilo fresco y rompedor” el “análisis de la actualidad de la jornada desde una óptica diferente”. 
En esta ocasión, su forma de abordar la temática del libro fue acercarse a un mercado tradicional de Madrid y hacer visible de forma didáctica que en los alimentos naturales se encuentran los elementos necesarios para una alimentación sana, sin recurrir a los costosos -y a menudo engañosos- “alimentos funcionales” con “suplementos nutricionales”.
Publicado en Voz Pópuli, 27.04.14

¿SABES LO QUE COMES? ASÍ NOS ENGAÑA LA INDUSTRIA CON PRODUCTOS QUE NO MEJORAN NUESTRA SALUD

Miles de anuncios pasan cada día delante de nuestros ojos prometiéndonos estar más delgados, ser más guapos y combatir las arrugas con cremas milagrosas. Un libro sobre esta problemática consumista alerta de las mentiras a las que nos somete la publicidad día tras día.

Una simple sardina contiene el mismo Omega 3 que seis litros de la leche que se vende con este ácido graso. Un tetrabrick de zumo para niños contiene un extra de energía o lo que es lo mismo, un 30% más de azúcares añadidos. Pastillas para adelgazar, pastillas para tener la piel más suave, pastillas para todo. Y mentiras, muchas. Así lo recoge el libro de la psicóloga Ana Isabel Gutierrez Salegui Consume y Calla (Editorial Akal), en un intento de desenmascarar a una industria que, además de lucrarse con ello hasta extremos insospechados, tiene buena parte de responsabilidad en las “enfermedades de la sociedad occidental”. 
Y lo hacen a través de trucos que, según señala la autora a Vozpópuli, lo que provocan es que “nos sintamos a disgusto con nuestro cuerpo porque nos ofrecen una información sesgada de la realidad”. Y es que, a menudo, la publicidad a la que nos somete la industria no es del todo cierta ni del todo fiable. Gutiérrez Salegui, a través de las 358 páginas de su libro, expone una multitud de ejemplos en los que alenta al consumidor a pararse a pensar acerca de los ingredientes de los productos que consume. 
Una de las principales razones por las que, asegura, nos engañan radica en que “se aprovechan de que la gente no tiene conocimientos científicos y se inventan palabras que ni los expertos saben definir”. “Ejemplos como ‘saciactiv’, que no es nada”, dice, provocan que la gente piense que es algo novedoso que se ha descubierto. Las medias verdades hacen que desaparezca la información que ocultan. “Los anuncios cuentan una historia en muy poco tiempo pero no dan informaciones fiables”. 
“LA IMAGEN DEL ÉXITO ES LA DELGADEZ”
La perspectiva desde la que escribe no es la de una publicitaria, ni nutricionista, ni médica, sino desde el punto de vista que tiene como psicóloga de trastornos alimentarios. “Querer el mismo cuerpo a los 15 que a los 40 no puede ser”, dice. Entonces, ¿a quién le interesa que nos obsesionemos con esa problemática? Las mismas empresas que te venden snacks hipercalóricos tienen también productos light y para adelgazar. “La jugada es redonda”, dice la autora.
 “Así, ideas irracionales, verdades a medias, mentiras completas, señuelos pseudocientíficos y palabrería de bata blanca sobre dietas, alimentos, nutrientes o cosmética, son la tónica general de un mercado que mueve miles de millones de euros y en el que la mayoría de las personas desconocen que, a pesar de estar gastando muchísimo dinero en cuidarse manteniéndose ‘sanos y delgados’, en realidad están, en muchas ocasiones, asumiendo riesgos que ignoran o directamente socavando su salud y minando su economía”. 
De hecho, esta semana la OCU acusaba a dos laboratorios de influir en la compra de un producto mucho más caro. A juicio de OCU, estos dos gigantes farmacéuticos, productores de Avastin y Lucentis, dos medicamentos válidos para el tratamiento de la degeneración macular húmeda, parecen haberse puesto de acuerdo para diferenciarlos artificialmente. Así, Avastin, el fármaco más barato, es presentado como un producto más peligroso que Lucentis, con el fin de influir en las prescripciones de los médicos y servicios de salud. Lucentis es 100 veces más caro. 
Por su parte, la autora no se muerde la lengua y cita en su dedicatoria a las grandes multinacionales alimentarias y cosméticas sin las cuales “este libro no habría sido posible”. Son ellas, precisamente, las que tienen un interés máximo en lucrarse pase lo que pase. “Nos olvidamos de que las industrias no son ONGs y para ellos lo más importante son los balances de resultados”, confiesa la autora a Vozpópuli. 
LA LETRA PEQUEÑA DEL TESTADO CLÍNICAMENTE
En ocasiones, las cremas que se venden asegurando que rellenan las arrugas están solamente testadas en larvas. “No hay estudios fiables; son opiniones. No se puede basar un estudio de una crema sobre larvas o sobre 28 personas. Mi piel no es la de una larva”, dice la autora. 
Uno de los casos más graves con los que se ha topado en su investigación ha sido un dato de hace siglos. “Desde el punto de vista de la cosmética, descubrí que un maquillaje hizo desaparecer a toda a una casta, se extinguió. ¿Quién nos dice a nosotros que todas esas cosas que nos echamos en la cara no nos puede suponer algo a largo plazo?, se pregunta, no sin antes advertir de que ella no es un “talibán” y que solo quiere “que no se engañe a la gente”. 
Y es que en la industria cosmética hay muchas trampas, confirma a este diario Gutiérrez Salegui. A través de su estudio de la letra diminuta de los anuncios ha encontrado casos que rozan la ilegalidad. Por ejemplo, en un anuncio de una crema para la cara se asegura que “el 72% de las personas de tu entorno notará tu piel más joven y revitalizada”. Con esta afirmación, ¿cómo saben lo que pensará la gente? 
Aunque, en principio, pueda parecer que hay una grave desprotección ante la publicidad que nos bombardean, países como Inglaterra o Francia han sido muy tajantes a la hora de prohibir cierto tipo de argumentos utilizados en sus productos. Danone, por ejemplo, tuvo que eliminar los anuncios en los que se afirmaba que Activia y Actimel ayudan a aliviar el estreñimiento o son buenos para el sistema inmunitario. En Estados Unidos han sido multados con 21 millones de dólares por exagerar los beneficios de ambos productos. Y en Francia, una marca de cereales fue condenada por publicidad engañosa al demostrarse que era mentira que tuvieran un 0% de materia grasa. 
En definitiva, Consume y Calla consigue remover conciencias y deja clara una cosa: una simple fruta es infinitamente más sana como postre que cualquier producto procesado. 
(Fotografía: GTRES. Ilustración original del artículo en Vozpopuli.com)
Publicado en La Información, 12.04.14

LOS “ALIMENTOS FUNCIONALES” QUE NO FUNCIONAN
Luz Sela
  • La psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui desmonta los productos que “enriquecen a la industria y no mejoran nuestra salud”.
  • “Nos han hecho creer que el que no se cuida a día de hoy es como un toxicómano de los años setenta”, sostiene la autora. 

Somos lo que comemos. Cuántas veces hemos escuchado esta frase. Pero si hacemos un recorrido por las estanterías de un supermercado, lo que comemos tiene más que ver con el aire que con otra cosa.
 
Con bífidus, con Omega 3, sin colesterol ni grasas saturadas, sin gluten, libre de lactosa, ayuda a reforzar nuestras defensas… Son las etiquetas con las que nos bombardean día a día. Parece que los productos normales han dejado de serlo y que para resultar atractivos tengan que presumir también de supuestas bondades que, en realidad, no tienen, pero con las que “engañan” al consumidor para incentivar su compra.
 
Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga experta en trastornos de la conducta alimentaria, se encarga ahora de desmontarlos en un libro cuyo título advierte ya de lo que vendrá después, Consume y calla (Editorial Foca), en el que desenmascara a una industria a la que responsabiliza de “las enfermedades de la sociedad occidental”. Diabetes, hipertensión, bulimia, anorexia… Lo hace a través un trabajo pormenorizado en el que nos descubre los trucos y estrategias a los que recurre la industria alimentaria para crearnos la necesidad de consumir determinado tipo de productos.
 
Gutiérrez empieza a disparar. Le toca al Omega 3, tan pregonado en leches, yogures, embutidos e incluso huevos. “La cantidad que contienen estos productos es mínima en comparación, por ejemplo, con el que tiene una sardina, y el efecto en la salud también lo es. Tendríamos que tomar seis litros de leche para notar resultados. Pero, en realidad, se acaba perjudicando la salud, porque la gente deja de tomar cosas que sí son saludables y equilibradas, por ejemplo esa sardina”.
 
En este caso, los perjuicios para la salud vienen por defecto. Pero en otros, el consumo de ciertos productos sí se ha demostrado perjudicial por sí mismo. “Un simple diurético o laxante te puede acabar matando de una parada cardiaca si pierdes demasiado potasio”. Ambos productos se anuncian con tranquilidad.
 
En el acto de consumir entra en juego todo un aparato de la persuasión, más complejo de lo que pensamos. Y dentro de él, esta experta no se corta al hablar de responsabilidades. “Aquí tenemos una especie de círculo perverso, maquiavélico. Empieza en los medios, que nos presionan de forma brutal para que estemos delgados, jóvenes y sanos. El que no se cuida a día de hoy es casi el equivalente a un toxicómano de los años setenta”, lamenta Gutiérrez,
 
“Tenemos obsesión por estar jóvenes, guapos y sanos. Ese es el pack. Y esos mismos medios, nos publicitan además unos productos que nos prometen estar así. Nosotros, que tenemos el cerebro lavado, nos lo creemos, porque confiamos en que exista una regulación para que no haya mentiras, y nos fiamos también de las empresas y los establecimientos que nos lo venden. Si nos lo venden en farmacias, dices, esto tiene que ser bueno. No es que sea malo, pero bueno tampoco”.
 
De controlarlo se encargan ciertos organismos, como la Agencia Española del Medicamento o la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Esta agencia empezó en 2007 a realizar comprobaciones de los productos, ante el auge de estos alimentos funcionales y la preocupación de los consumidores por su efectividad. Algunas marcas se someten incluso voluntariamente a ellos, aunque el veredicto no resulte a veces de su agrado. Sólo en 2010, emitió un resultado negativo sobre más de 800 supuestas propiedades saludables de estos alimentos. En algunos casos, por no estar científicamente demostradas. En otros, por no ser suficientes para publicitarlas. Ocurrió, por ejemplo, con productos que decían ayudar a regular la tensión a través de los péptidos de la leche.
 
Uno de los casos más conocidos fue el que obligó a Danone a retirar su publicidad sobre los beneficios del Actimel en las defensas, por considerar que inducía al engaño. La empresa aportó varios estudios científicos para avalar el producto, pero finalmente acabó modificando su publicidad. Si bien dejando claro que no dudaba de su eficacia.
 
MENSAJES TRAMPA
 
Para esquivar posibles sanciones, los cerebros del márketing de estas empresas han elaborado toda una serie de “mensajes trampa”, capaces de situarse en la legalidad, consiguiendo en los consumidores el efecto deseado. “En la publicidad nos dicen… Cuida tu corazón. Pero en realidad nos están diciendo que lo cuides tú, no que lo cuide el producto. De esta forma, el mensaje que emiten puede ser perfectamente legal, pero el que la gente comprende es totalmente distinto”, dice Gutiérrez, apuntando a un caso fácilmente reconocible. “Todos conocemos un anuncio de un embutido que lleva un corazón dibujado. Esto es legal, no nos está diciendo nada, pero la gente lo interpreta como que es bueno para el corazón”.
 
La picaresca reside incluso en el tamaño de las letras. Así, la parte del envoltorio o de la publicidad donde se nos dice que el producto no tiene ciertas propiedades está escrita en caracteres diminutos y en un color que no contrasta con el fondo. La ley lo permite, claro, pero se trata de algo de dudosa moralidad de cara al cliente.
 
“Hay anuncios que permite la ley, otros que cumplen la normativa pero inducen al engaño y luego hay muchos otros que directamente vulneran la normativa existente en materia de publicidad alimentaria”, sostiene la autora.
 
Así, por ejemplo, la normativa prohibe que en la publicidad de alimentos salgan médicos, “o gente que parezca médicos, aunque sean actores”… pero todos conocemos casos en los que sí aparecen. También están prohibidos aquellos que publiciten “seguridad de alivio o curación cierta”, sobre todo en temas de obesidad e insomnio. En muchos casos, esto se vulnera. “Son alimentos, no medicamentos, y por tanto no se puede decir que son terapeuticos para una enfermedad”. De hecho, ¿Cuántos llevan el aval del Colegio de Médicos? “Ninguno”, sentencia.
 
En otros casos, los productos son estafas en toda regla. “Son productos que anuncian: pierda 19 kilos en 10 días. Las fotos de antes y después y los testimonios de supuestos pacientes también están prohibidos”. Y basta abrir una revista para encontrarse con dos o más comerciales que ensalzan las virtudes de un producto para bajar de peso o mantener las arrugas a raya, amparándose en los testimonios de varios “supuestos” clientes.
 
VULNERAR LA LEY SALE MÁS BARATO QUE NO HACERLO
 
Aunque la normativa actúe, da la sensación, en cambio, de que vulnerarla sale a estas empresas más barato que no hacerlo, porque los ingresos obtenidos con estos productos superan ampliamente las cuantías de las multas. “Se suele decir que mientras la multa se abarata, a la industria le interesa arriesgarse”. Porque por el simple hecho de que un alimento ponga dos palabras, “sin gluten”, ya se da vía libre a cobrar más, aunque resulte un engaño. “Es como decir pera sin gluten y te lo cobramos más. La gente no sabe que las peras no tienen gluten, y se las coge por si acaso”.
 
Los mecanismos no resultan a veces suficientes para controlar todos los productos del mercado, y falta conciencia de consumo responsable. “El problema es que mientras en otros países, como EEUU, se denuncia de oficio y hay un seguimiento, aquí no pasa nada. Allí la gente ve algo y por sistema denuncia. Pero aquí tiene que ser algo bestial para que llame la atención”.
 
Así, recuerda, por ejemplo, el anuncio de una conocida marca de pasta donde se trasladaba que mientras las ensaladas se ponían mustias, los macarrones con verdura no. La Asociación de Usuarios de la Comunicación elevó una queja a la Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Publicitaria por entender que se transmitía a los consumidores un mensaje que menoscababa “el crédito en el mercado de dicho tipo de ensaladas”. Casos como este son excepcionales.
 
¿Cómo evitar entonces que nos engañen? “Con más información y educación, y un control más estricto por parte de las instituciones. Una cosa es que te timen a nivel económico, pero esto puede tener consecuencias para la salud”, advierte, en referencia, por ejemplo, al auge experimentado en los últimos años en trastornos de anorexia y bulimia. “Lo raro hoy en día es tener gente normal. Tenemos obsesos, gente con trastornos de imagen. Estamos en una sociedad en la que comemos con culpabilidad. Y en este marco tenemos que tener mucho cuidado con este tipo de publicidad”. Se considera que en España existen más de 300.000 pacientes con este tipo de trastornos de la alimentación, una cifra que en los últimos años se ha multiplicado por diez.
 
En esta sociedad obsesionada que dibuja la autora, amenazan cada cierto tiempo determinadas fobias. “Durante un tiempo, las proteínas estuvieron demonizadas porque se pensaba que provocaban agresividad y todo tipo de enfermedades. Después, con la Dieta Dukan, le tocó el turno a los hidratos de carbono. Y ahora estamos con el gluten o la lactosa”.
 
EL PODER DEL LOBBY ALIMENTARIO
 
El poder de la industria alimentaria va más allá de dirigir nuestro brazo hasta un lugar determinado de la estantería. También está detrás de muchas de las regulaciones del sector. Basta un recorrido por las cifras para darse cuenta de su enorme influencia. Sólo las industrias agroalimentarias -30.000 en España- facturan anualmente 84.000 millones de euros. “El lobby presiona contra las regulaciones. Pasó, por ejemplo, con la ley de alcohol de la ministra de Sanidad, Elena Salgado. La industria del vino hizo tal presión que no se llevó a efecto. Y era una campaña bastante adecuada desde el punto de vista de la salud pública, no por el vino en sí, sino, por ejemplo, por el calimocho, responsable de muchos problemas de salud que tenemos en los jóvenes por el botellón ”.
 
Salgado negó presiones, pero el proyecto quedó enterrado después de que en las sucesivas reuniones no se lograse un acuerdo con el sector vinícola, muy crítico porque no se les diferenciase del resto de bebidas alcohólicas.
Publicado en El País, 11.04.14

 

SIN GLUTEN NO QUIERE DECIR MÁS SANO
 
Cada vez son más los consumidores que deciden, sin diagnóstico médico, dejar de comer algunos nutrientes. Los alimentos para celiacos o con reclamos saludables son más caros.

Raquel Vidales.

La vida sin gluten no es barata. La Federación de Asociaciones de Celiacos de España (FACE) calcula que este año las familias con al menos un miembro que padezca intolerancia a esta proteína (presente en cereales) gastarán una media de 1.586,40 euros más que los hogares en los que no haya ninguno. Pese a este sobrecoste, cada vez son más las personas que compran productos con el sello Sin gluten por defecto, aunque no sufran intolerancia. Es una tendencia —avivada por actrices, cantantes y otras celebridades— que ha eclosionado en los últimos dos años: dieta sin gluten para adelgazar, para sentirse más ligero o más sano.

 
“Existe un número creciente de consumidores que no tienen un diagnóstico de intolerancia a los alimentos, pero consideran que su salud general mejora con la omisión de determinados ingredientes alimentarios como el gluten”, afirma un sondeo de la consultora británica Letherhead Food realizado en varios países europeos, entre ellos España. Y en EE UU, una encuesta publicada el año pasado por el grupo de estudios de mercado NPD concluía que el 30% de los adultos de ese país han dejado o intentan dejar de comer alimentos con gluten. Un porcentaje que contrasta con la tasa real de celiacos, que ronda el 1%.
 
Lo extraño es que esta creencia no tiene fundamento científico. “El gluten no engorda. Y evitarlo no solo no ayuda a adelgazar ni es más saludable si no se padece intolerancia, sino que además puede provocar carencias nutricionales en el organismo”, advierte la doctora Irene Bretón, miembro del área de nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). “No tiene ningún sentido retirarlo de la dieta por defecto. No aporta ningún beneficio y además no es fácil ni barato comer sin gluten, como bien sabe un celiaco de verdad. Y hay que compensar con otros alimentos las carencias que implica retirar ciertos productos, como la falta de fibra”, añade.
 
¿Por qué entonces el gluten se ha convertido, sin merecerlo, en el nuevo demonio de la alimentación? “Son modas. Ha pasado siempre con las dietas de adelgazamiento. Como el tratamiento del sobrepeso es muy difícil, cualquier idea nueva que prometa hacerlo más fácil se cuela rápidamente. Hay personas que llevan años a dieta y se agarran a cualquier método alternativo que aparezca”, sostiene Bretón. “Lo cierto es que quienes afirman haber perdido peso por no comer gluten o cualquier otro alimento no adelgazan en realidad por este motivo, sino porque suelen hacer una dieta diferente a la que hacen habitualmente, con menos calorías, y por eso adelgazan. La obesidad no tiene que ver con la intolerancia alimentaria”, asegura.
 

Los médicos insisten en que no se deben improvisar dietas, sino acudir a un especialista acreditado. Pero la leyenda de que el gluten puede ser malo para cualquier persona ya ha calado y basta con darse una vuelta por el supermercado para comprobar su avance: los productos libres de gluten ya no se agrupaban en zonas específicas o tiendas especializadas, sino que se mezclan en las estanterías con el resto de las ofertas. “El avance responde, por un lado, a una necesidad real de la población celiaca, que siempre ha reclamado más oferta y más información en las etiquetas. Pero también a una nueva demanda de personas que no son celiacas pero que prefieren comer sin gluten. Ahí hay un nicho que la industria está explotando”, explica José Enrique Carreres, jefe del departamento de nuevos productos del centro tecnológico Ainia.

En los últimos cinco años, según los estudios de mercado que manejamos, se ha duplicado el número de lanzamientos de productos sin gluten en todo el mundo. De los 9.000 que se registraron en 2009 hemos pasado a 18.700 en 2013. La tendencia es creciente, pues el mayor empuje se observa en el último año: de 12.000 en 2012 a los 18.700 de 2013”, apunta Carreres. La curva de crecimiento en España es aún más pronunciada. “De 280 lanzamientos que se hicieron en 2009 hemos pasado a 1.500 en 2013. Cinco veces más”, observa. El etiquetado sin gluten no es obligatorio, sino que aporta un valor añadido, por eso los alimentos que llevan ese sello suelen ser más caros. “Elaborar un pan sin gluten apetecible requiere una tecnología que no es barata. Y tampoco lo es acreditar que no ha habido contaminación con gluten en ninguna de las fases del procesado de cualquier alimento. Por eso estos productos suelen ser más caros”, aclara Carreres.


El proceso de demonización del gluten ha avanzado en paralelo a otro fenómeno muy relacionado: la fiebre de los test de intolerancia alimentaria. Son pruebas que detectan, supuestamente, qué alimentos no son bien digeridos por una persona y, también supuestamente, pueden causar síntomas como obesidad, dolores de cabeza, ansiedad, problemas respiratorios, fatiga y hasta depresión. Las hay que analizan la sangre, otras el ADN y otras funcionan por biorresonancia. Su precio va de 100 a 300 euros y se ofrecen en clínicas de estética, centros de adelgazamiento, parafarmacias y, sobre todo, en páginas web.
 
Pero esta creencia tampoco tiene ningún fundamento. “No hay evidencia científica que demuestre una relación causal entre la intolerancia a un alimento y cuadros clínicos como la obesidad o las cefaleas. Ni siquiera podemos afirmar que estas pruebas de intolerancias sean útiles. Los únicos diagnósticos científicos que podemos hacer con los conocimientos actuales son la intolerancia a la lactosa y al gluten. Los demás son hipotéticos”, afirma Belén de la Hoz, presidenta del comité de alergia a los alimentos de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC).
 
En España, según la SEAIC, la intolerancia a la lactosa afecta aproximadamente al 10% de la población, mientras que la intolerancia al gluten la sufre el 1%. Los alergólogos recuerdan que no hay que confundir alergia con intolerancia. “La alergia provoca una clara reacción inmediata del sistema inmunológico, y para este problema existen unas pruebas diagnósticas científicamente demostradas. Mientras que la intolerancia provoca síntomas tardíos relacionados exclusivamente con el proceso digestivo, sin participación del sistema inmunológico”, explica la alergóloga. “Sabemos que hay personas que no metabolizan bien determinados alimentos, pero no hay pruebas fiables para determinar el daño que este problema puede producirles. No tiene sentido, por tanto, relacionar un dolor de cabeza con una intolerancia”, añade.
 
El dictamen médico es nuevamente claro, pero en este caso tampoco ha podido impedir que cada vez haya más personas que deciden eliminar alimentos de su dieta tras someterse a un test de intolerancia alimentaria. Este tipo de pruebas ha alcanzado tal popularidad, que hasta se encuentran ofertas con grandes descuentos en portales de compras colectivas. Y se pueden hacer incluso en casa, como si fuera un test de embarazo.
 
“Nosotros nos limitamos a comercializar una prueba que permite averiguar qué alimentos pueden sentarnos mal. No diagnosticamos enfermedades ni garantizamos que un determinado síntoma vaya a desaparecer si se eliminan de la dieta esos alimentos, aunque tenemos estudios que avalan que hacerlo puede ayudar a combatir esos síntomas. Siempre recomendamos acudir a un médico para que sea él quien determine la dieta más adecuada a ese diagnóstico”, explica Francesc Cruz, director técnico comercial de Novotest, el laboratorio que comercializa en España una máquina llamada Food Detective, que permite realizar la prueba en casa en solo 40 minutos. En su web ofrecen testimonios de personas, supuestamente reales, que aseguran haber adelgazado o eliminado diversas dolencias evitando los alimentos que la máquina detectó como perniciosos.
 
Tanto esta máquina como la mayoría de los análisis que se ofrecen en el mercado (Alcat y Elma son los más conocidos) se anuncian apoyados en estudios supuestamente científicos que demuestran su fiabilidad, aunque lo cierto es que la comunidad científica, empezando por la SEAIC, afirma lo contrario. “En los individuos alérgicos a un alimento se encuentran en la sangre niveles elevados de anticuerpos de clase IgE específicos frente a ese alimento. La determinación de estos anticuerpos solo es útil en este tipo de enfermedades alérgicas, y en la actualidad no tiene ningún valor en el diagnóstico de otras enfermedades como migraña, obesidad, etcétera, que son cuadros clínicos que en ocasiones se han relacionado con los alimentos, aunque no se ha podido demostrar de forma fehaciente —mediante provocaciones orales doble-ciego controladas con placebo— una relación de causalidad”, explica la SEAIC en un informe que rechaza la validez de los test de intolerancia alimentaria.
 
“El problema es que la mayoría de los ciudadanos no están capacitados para distinguir cuándo un estudio tiene realmente una referencia científica o no. Y muchas veces la información que les llega más fácilmente no es la que se apoya en fuentes científicas, sino la que hace más ruido en los medios”, advierte Carmen Peláez, científica del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “La información relacionada con la salud y la alimentación vende mucho en los medios porque afecta directamente a la vida cotidiana. Por eso es tan fácil difundir bulos en estos ámbitos, sacar una información de contexto y sobreinterpretar los riesgos reales que sí pueden tener, por ejemplo, el gluten y la lactosa para las personas intolerantes”, sostiene Peláez, que opina que estamos en un momento propicio para la confusión. “Siempre ha habido bulos relacionados con la alimentación, muchos refranes y creencias populares basados en nada. La diferencia es que ahora cualquier mentira se difunde más deprisa y con más fuerza por medio de Internet, y se convierte en verdad enseguida”, comenta.
 
“Toda la información relacionada con la comida se propaga a gran velocidad porque es un tema muy sensible. Si envías un correo electrónico diciendo que te has encontrado una rata en tu hamburguesa, posiblemente en pocas horas lo veas publicado en alguna página web. Así se explica que leyendas sin ninguna base científica, como la de que el gluten es veneno, se extiendan tan deprisa”, coincide el bioquímico José Miguel Mulet, que ha tratado el asunto de los bulos sobre alimentación en su libro Comer sin miedo.
 
También se produce el efecto contrario. “Cada cierto tiempo aparecen bulos sobre alimentos supuestamente milagrosos que durante un tiempo arrasan en el mercado y luego desaparecen. Por ejemplo, ¿quién se acuerda ya de las bayas de Goji? Posiblemente solo el que se forró con ellas”, dice Mulet. El bioquímico ha rastreado en su libro el origen de algunas de estas leyendas, entre ellas la de las bayas de Goji, y concluye que en la mayoría de los casos hay un interés económico en su difusión. “La industria, como es natural, quiere vender y ganar dinero. Y en cuanto aparece algo nuevo que puede dar dinero, lo explota y ayuda ella misma a difundir sus beneficios, sean reales o no. Durante un tiempo todo era light, pero como ahora eso ya no vende tanto hemos pasado a la moda de lo natural, lo sano y lo sin”.
 
“LOS DIETOADICTOS”
 
La psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui lleva más de dos décadas atendiendo en su consulta a personas con trastornos de la conducta alimentaria. Y en este tiempo ha tenido que desmentir a sus pacientes cientos de ideas irracionales y leyendas sobre la comida, entre ellas la de que el gluten ayuda a adelgazar. “No solo eso. También doy clase a enfermeras en la Escuela de Ciencias de la Salud, y hasta a ellas les tengo que rebatir creencias sin ninguna base médica. Como que el agua ayuda a combatir la celulitis”, afirma. “Es una lucha constante”.
 
Fruto de esta batalla contra la irracionalidad es un libro que acaba de publicar, Consume y calla, que recoge ejemplos de cómo la propia industria, a través de un lenguaje publicitario endiablado, aviva de manera deliberada las leyendas que le convienen. “La mercadotecnia utiliza muchas veces un lenguaje pseudocientífico, que un ciudadano medio no suele comprender, para dar a entender que un producto tiene unas propiedades que en realidad no tiene. Lactobacilus, bífidus, sirtuinas, nucleóticos… El problema no es lo que se dice directamente en la etiqueta, sino lo que se insinúa”, advierte.
 
“Hay una preocupación brutal por la salud y la imagen. Y hay gente capaz de pagar cualquier cosa por ello. La industria lo sabe y vende ese mensaje: si comes esto, estarás más sano o más guapo”, comenta. “Y si la moda ahora es pensar que el gluten engorda, pues la industria venderá productos con el sello Sin gluten hasta el ridículo. He llegado a ver paquetes de arena de juegos para niños con esa advertencia”.
 
Gutiérrez Salegui subraya que esta sobreinformación, paradójicamente, genera a veces más confusión. “¿Sabe todo el mundo que la palabra vegetal no significa que sea más sano? Por ejemplo, muchos aceites vegetales son de palma o de coco, que son malos para la salud porque tienen una gran proporción de grasas saturadas. ¿Y quién sabe lo que quiere decir la expresión sin azúcares añadidos? ¿Que no tiene nada de azúcar? ¿Que engorda menos? ¿Que es más sano?”, se pregunta. Y esta confusión, advierte, puede tener consecuencias peligrosas para la salud. “Si supongo que significa que no tiene azúcar y soy diabético, puede causarme un problema”, dice. En su libro destaca un dato alarmante: la autoridad de control de alimentos y medicamentos de EE UU recibió entre 2007 y 2012 más de 6.000 notificaciones de reacciones adversas vinculadas con suplementos alimenticios, incluyendo vitaminas y hierbas.
 
Los problemas pueden agravarse cuando se trata de personas obsesionadas con la dieta. “Cada vez hay más gente con trastornos alimentarios. Nosotros ya empezamos a hablar, aunque aún no está tipificado clínicamente, de los dietoadictos: gente que ha perdido la capacidad de comer con normalidad y se agarra a cualquier dieta milagro nueva que se ponga de moda, como la de comer sin gluten. Esto, aparte de provocar graves carencias nutricionales, puede destrozar para siempre el metabolismo y provocar el efecto yoyó [recuperación del peso perdido tras una dieta]”, sostiene la psicóloga.

(Fotografía de Cordon Press publicada en El País)
Telexornal Serán, de Televisión de Galicia, 11.04.14
 

LOS ALIMENTOS ANUNCIADOS COMO ENRIQUECIDOS NO SIEMPRE SON BUENOS

Para ingerir el equivalente al aceite Omega 3 que tiene una sardina, hay que beber, por lo menos, dos o tres litros de leche de la que anuncian como enriquecida con este complemento. Los alimentos que prometen cuidad y mejorar nuestra salud, no están todos testados. Y no siempre son beneficiosos. Los nutricionistas recomiendan no abusar de estos compuestos y volver a los productos tradicionales que, en la mayoría de los casos, tienen más beneficio, incluso ingiriendo dosis menores.
 
“Es precisa más información, más formación y mayor control de las autoridades sanitarias de todos estos alimentos que apelan a la salud, porque te crees que estás ayudando y dejas de hacer lo que realmente ayuda, que es comer con normalidad los mismos productos que comíamos antes”.
 
El aceite que dice ser cien por cien vegetal, no implica que sea saludable. El exceso de implmentos en algunos productos incluso perjudican la salud. Es muy importante saber si, médicamente, precisamos estos suplementos y, sobre todo, en qué cantidad. 

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