Por primera vez, desde hace 13 años, ha caído el consumo de algunas sustancias estupefacientes, como el cannabis, el tabaco o la ‘coca’, entre la población juvenil

Humo de porros, risas y bajones. Un 40% de los jóvenes que se adentran en el mundo de las drogas fumando cannabis, normalmente a los 13 o 14 años, terminan esnifando cocaína.

La Comisión Mixta Congreso-Senado para el Estudio del Problema de la Droga presentó ayer sus conclusiones, destiladas de dos años de comparecencias de psicólogos, médicos, educadores, terapeutas, y un manojo de recomendaciones que implican a los poderes públicos, los padres, el sistema educativo y los medios de comunicación, entre otros. Al conjunto de la sociedad el Parlamento le reclama esfuerzos redoblados, pese a que la última encuesta escolar sobre uso de drogas registra la primera bajada en todos los consumos de drogas legales (tabaco y alcohol) e ilegales, «Ello no debe incitarnos a bajar la guardia», recalcó Bernat Soria, el ministro de Sanidad.

Soria presidió la sesión de entrega de las conclusiones del informe elaborado por quince diputados y senadores como colofón del trabajo de la ponencia. El documento insiste por activa y pasiva en dos elementos clave para erradicar el uso de las drogas entre los adolescentes españoles: la prevención y la sensibilización sobre sus riesgos.

Bajada en el consumo

La última encuesta sobre drogas da pie a la esperanza. Por primera vez desde 1994 ha descendido el consumo de drogas entre los 14 y los 18 años, especialmente tabaco (6,1 puntos menos respecto de 2004) , cannabis (6,8 puntos menos) y cocaína (3,1 puntos menos). El aumento de la percepción de sus riesgos entre la población es otro de los últimos grandes logros. Los estudiantes consideran que es ahora más difícil conseguir drogas que hace dos años. «Las estrategias integrales -educación, sensibilización y represión parecen funcionar pero el problema no ha dejado de existir», apostilló el ministro.

El cannabis, la cocaína y las drogas de diseño como las tres principales amenazas para la población juvenil española es una de las principales conclusiones a la que ha llegado este estudio. La primera droga porque persiste una baja percepción del peligro, y las otras dos, por la agresiva política de precios a la baja para captar clientes. Todas ellas, asimismo, siguen siendo demasiado accesibles. Soria recordó que las tendencias han cambiado y que ya no hay consumo marginal de heroína, sino un poli consumo (tabaco y alcohol junto con otras drogas ilegales), ligado al ocio y al fin de semana. La heroína, azote de otros tiempos, se ha convertido en una sustancia marginal, reducto de drogadictos supervivientes.

En cambio, no todo cambia en el mundo de la droga y, de nuevo, el fracaso escolar viene a ser un temprano indicativo de que algo no anda bien. Una oportunidad para atajar el problema a tiempo. Las drogas más consumidas en jóvenes de 14 a 18 años son el cannabis, el alcohol y el tabaco.

Un 79,6% ha consumido alcohol alguna vez en su vida y un 74,9 en el último año.

Un 46,1% ha consumido tabaco alguna vez en su vida y un 27,8% en el último año.

Un 36,2% ha consumido cannabis alguna vez en su vida y un 29,8% en el último año.

Un 6% de los escolares murcianos consumen cannabis habitualmente y un 23% lo ha probado ya.

Sólo 1 de cada 200 escolares murcianos reconoce haber consumido cocaína.

Los jóvenes suelen empezar a consumir cannabis a los 13 o 14 años y cocaína alrededor de los 18 años.

Un 40% de los jóvenes que comienzan a fumar porros terminan esnifando cocaína. Enrique tiene 15 años y sus notas escolares han bajado drásticamente. Los informes del colegio hablan de falta de atención e interés, de que se duerme en clase y de frecuentes ausencias no justificadas. Eso fue lo primero que hizo saltar las alarmas en su casa, donde sus padres ya habían observado que se encerraba en su habitación horas y horas y se negaba a unirse a las excursiones familiares.

Era evidente que el chaval estaba raro, pero en su hogar lo achacaron a la adolescencia. Sin embargo, la realidad era muy distinta, pues en la cabeza de Enrique sólo había una cosa: videojuegos. Por eso se quedaba por las noches jugando partidas interminables -seis, siete y hasta ocho horas delante del ordenador-, y si entraba alguien en la habitación, minimizaba la pantalla y decía que estaba haciendo «un trabajo para clase».

Cuando dormía, cada vez más soñaba con el juego, y en clase sólo pensaba en salir corriendo para enfrentarse a otro reto. A veces, en lugar de comer, se llevaba un bocadillo y comía frente al ordenador. Dejó de interesarle todo. Su vida transcurría delante de una pantalla y, si algo lo impedía, se volvía irascible, agresivo… Empezó a faltar al colegio para meterse en «cibers» y jugar «on-line»… Ahora está en tratamiento. Es un tecnoadicto.

El caso de Enrique no es aislado ni excepcional, según asegura la psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui, la cual, basándose en distintos estudios psiquiátricos, sostiene que «entre el 6 y el 9 por ciento de los usuarios de internet están enganchados a la Red».

En su opinión, los afectados por el síndrome de adicción a internet «suelen tener tiempos de conexión a la Red anormalmente altos, están aislados de su entorno y desatienden sus obligaciones tanto familiares como laborales». De ahí que «las llamadas drogas sin sustancia o adicciones del comportamiento, en muchos casos asociadas a las nuevas tecnologías, comienzan a preocupar cada vez más a los expertos», matiza Salegui. Y como botón de muestra cita el Estudio epidemiológico sobre drogodependencias y otras adicciones en jóvenes vigueses de 14 a 21 años, en el que «se revela que uno de cada diez encuestados en ese tramo de edad podría sufrir en el futuro una adicción de esta índole».

Esta especialista en nuevas adicciones enumera algunas de las «señales de alarma»: sentir euforia cuando se está frente al ordenador; pensar en Internet o en consultar el correo electrónico cuando se están haciendo otras cosas; darle vueltas de forma constante a la forma de pasar una pantalla o una prueba de un videojuego; mentir sobre el tiempo real que uno pasa conectado ; descuidar la vida real, especialmente con la familia, los deberes, las horas de sueño o el resto de las actividades de ocio.

 

Fuente: https://www.laverdad.es/murcia/20071228/region/cuatro-cada-diez-jovenes-20071228_amp.html