La periodista de RNE Patricia Costa ha publicado en su blog, Asuntos Pendientes, una entrada con la transcripción del reportaje que elaboró para el programa del que es redactora, Tolerancia Cero, sobre el acoso laboral, con la intervención de la psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui:

“ME DESPIERTO AGARROTADO. VOY AL BAÑO. HAGO LAS HECES COMO AGUA. SOY MANUEL, VÍCTIMA DE MOBBING”

“Con él la relación al principio era buena, pero de golpe y porrazo cambió. No comprendía a que se debía, me descalificaba ante los compañeros, pero no le di mucha importancia porque lo hacía con muchos. Eso sí, no con todos. Lo que no sabía es que también lo estaba haciendo con nuestros superiores. Una vez envenenó a éstos, luego empezó a hacerme la vida imposible. Me mandaba cosas que no se correspondían con mi veteranía. En ocasiones rozaba la humillación. Aún así, aguanté, porque lo que pretendía era que me marchara. Lo último que hizo fue mandarme a escuchas telefónicas como castigo. Es lo que hacen cuando quieren amargar a alguien, aunque esto siempre lo negará. Se equivocó, porque yo consideraba ese trabajo importante, pero sií consiguió humillarme ante mis compañeros y seguía castigándome psicológicamente”.
Patricia Costa: Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga experta en temas relacionados con la violencia, en este caso dentro del sistema laboral. Hablamos de mobbing y de un caso concreto, el de Manuel, uno de sus pacientes.
Ana Isabel Gutiérrez: Este es un fragmento de una de las herramientas que se utilizan en un primer momento en consulta. La persona llega con bloqueos y es difícil que sea capaz de contarte lo que le ha ocurrido. Le planteamos entonces hacer una historia de vida, que nos lo escriba. Es una forma de sacar, por un lado, sentimientos como la rabia, la ira… y, por otro lado, es una herramienta para seguir un guión de los hechos. En cambio, cuando intentan verbalizar la experiencia, se bloquean, se echan a llorar, les cuesta mucho, no son capaces de ponerle nombre a las personas que han sido protagonistas de los hechos. Hay una barrera psicológica importante. Estas palabras se corresponden con un caso relativamente complicado. Lo llevo siguiendo desde hace un año. Se llama Manuel [nombre ficticio].
P.C.: Manuel, ¿recuerdas el momento en el que escribías en este cuaderno para sacar lo que llevabas dentro?
Manuel: Sí, totalmente, y ahora hasta puedo leerlo, porque hasta hace poco no podía tocar nada de estos temas. Aun así, todavía me sigue produciendo, no rabia, sino tristeza. Si profundizo más me afloraría el odio, la ira.
P.C.: Entonces, mejor cerramos la libreta.
M.: Sí, de hecho la he rescatado hoy del fondo de un cajón, porque sufrí mucho cuando estaba escribiendo.
P.C.: Pero te ha ayudado.
M.: Bastante. Aunque me puse demasiado tarde en manos de un psicólogo. Tenía que haberlo hecho antes.

“No sé que me pasó, exploté, me dirigí a ella como un loco diciéndole, ¿qué coño sabes tú de mi vida?, y así repetidas veces. Rompí a llorar como un niño. Me repetía que no era feliz y que no tenía ganas de vivir . Asusté mucho a mi madre, me tuvo que agarrar mi hermano. Me volví loco. Mis hermanos y me madre lloraban, no dejaban de acariciarme, besarme… me preguntaban qué me pasaba. Contesté que no era feliz y que odiaba mi trabajo”.

P.C.: ¿Cómo llega Manuel?
A.I.G.: Llega con una tremenda afectación, no sólo psicológica sino somática. No podía dormir, sufría pesadillas, se despertaba agitado, daba patadas, gritaba, tenía pensamientos obsesivos y flashbacks en los que veía la cara de la persona que había provocado esta situación… Se sentía como si no controlara su conducta, echaba a andar durante horas y luego no recordaba lo que había hecho, por dónde había caminado… A nivel somático sufría trastornos de la alimentación, había desarrollado un colon irritable, vomitaba con frecuencia, perdió peso, tenía muy cargada la espalda -con contracturas- por la tensión, dolores de cabeza, taquicardias… Tocaba casi todos los aspectos físicos. Por eso fueron muchos los profesionales implicados en este proceso, un psiquiatra, una médico de cabecera… Fue su interacción la que ha conseguido sacarle mejorando este cuadro arrasador, pero los síntomas físicos tenían su origen en el cuadro psiquiátrico.
P.C.: ¿Todos estos síntomas son realmente provocados por lo que llamamos mobbing?
A.I.G.: Sí, son somatizaciones. Cuando tienes un problema psicológico y no lo sacas con un tratamiento, y no se le busca solución cuando el estrés es continuado, el cuerpo reacciona, haciendo sus llamadas de atención, con síntomas leves como una dermatitis o una erupción por nervios, hasta el más grave, como un infarto.
P.C.: ¿Se presentan cuadros más graves?
A.I.G.: Dependerá del tiempo en el que se mantenga esa situación. Si en seis meses la persona que sufre mobbing va a consulta, nos encontraremos anhedonia, que es la incapacidad para experimentar placer, disfrutar de tu vida, al margen del trabajo; un trastorno digestivo; problemas de sueño; pensamientos obsesivos… Si tarda un poco más, el paciente presentará también crisis si padece asma, colon irritable, ansiedad… Si continúa, el deterioro puede llegar a ser brutal hasta llevar al ingreso por problemas físicos o psíquicos, por un intento de suicidio, por ejemplo. La frecuencia de ideación suicida es muy alta porque piensan que no van a salir, y que quitarse de en medio es la única solución.
P.C.: ¿Qué te ocurrió?
M.: Fueron problemas laborales, me sentí humillado, traicionado, no te sientes como una persona, sino una mierda. Llegan a conseguirlo. Lo primero que hice fue ir al médico a pedirle pastillas para dormir. Vas cayendo y no te das cuenta hasta que explotas, yo lo hice ante mi familia, mis amigos… e hice cosas de las que me arrepentiré toda mi vida. Asusté mucho a mi familia. Creí que no podía salir. Llegó un momento en el que preparé todo para irme y dejarle todo a mi hijo. Sólo pido una cosa, esas personas que sientan lo más mínimo, que no duden en ir a un especialista. Puede ser demasiado tarde.
P.C.: ¿Qué te ha aportado Ana?
M.: Todo, me ha hecho salir. Entre Ana, mi hermano… Yo quería dejarlo todo, mi trabajo, sin nada a cambio, pero ellos me han enseñado que tengo que luchar. Ahora empiezo a reír -también me enseñaron a llorar, lo recomiendo-, soy más sociable, antes tenía miedo a salir de casa, me encerraba…
P.C.: Antes de esta experiencia, ¿qué significaba el trabajo en tu vida?
M.: Era todo para mí, incluso perdí mi matrimonio porque era un trabajo sin horarios y resultaba muy difícil mantener una relación.
P.C.: Era más importante de lo normal.
M.: Sí, porque fueron 20 años de carrera, una vida. Entré muy jovencito. Había conseguido una de mis metas, llegar a desempeñar aquella función, llevaba 10 años ejerciéndola. Me quedaba un pequeño paso en mis metas. Ahora no quiero saber nada, se acabó, con todo mi dolor, y sé que podría haber aportado mucho a la empresa y a la sociedad. Lo peor es que esto le pase a más gente y nadie haga nada. Hay gente que viene de abajo, sin padrinos, pero en el momento en el que hay un problema, está solo.
P.C.: ¿Cuáles son las características comunes de una víctima de mobbing?
A.I.G.: No todo el mundo es igual de vulnerable al mobbing. Las personas sensibles son las que empiezan a ver minada su salud, su autoestima. Son personas honradas, con un elevado sentido de la justicia…
P.C.: ¿Existe un perfil?
A.I.G.: Cualquier dato es aventurado, no hay información suficiente, y se confunden aspectos, como el acoso sexual con el mobbying, cuando el acoso puede ser un componente del segundo. En determinadas ’empresas’ tampoco podemos investigar, y estoy segura que si en otras muchas pasamos un test, la gente va a mentir porque pensará que es una investigación interna.
“Hoy me despierto a las nueve. Me noto el cuerpo agarrotado, con molestias en el cuello. No me apetece levantarme. Me viene a la cabeza que el próximo viernes debería presentarme en el trabajo. Otra vez mi cabeza dando vueltas, oigo y pienso las cosas como si no fuera yo. Se me encoje el estómago, voy al baño. Hago las heces como agua, a la vez que me dan arcadas continuas. Pensé que me ahogaba, me noto alta la taquicardia. Intento dar vueltas por casa, respirando profundamente. Me tomo una pastilla para la taquicardia y decido irme al gimnasio. Me veo incapaz de salir de esta mierda, me siento encerrado. Yo sólo quiero ser como antes, volver a ser responsable, tener alguna ilusión. No comprendo que me está pasando”.
P.C.: ¿Cómo ha sido su evolución?
A.I.G.: Ha sido una evolución con altibajos. No podemos crear una burbuja, aparecen elementos externos. La salida no es absolutamente hacia arriba. Ha tenido momentos críticos, pero también golpes de mejoría. Ahora le queda un poco de sintomatología psíquica, social… después de un año de terapia constante.
P.C.: ¿Cuánto tiempo se necesita para una total recuperación?
A.I.G.: Un promedio de dos años, hasta el alta definitiva, porque llegan muy tarde, en un estado muy deteriorado. El primer año la intervención se hace con una o dos sesiones a la semana, el segundo año una cada quince días, cada tres semanas…
P.C.: ¿Conoce la gente el verdadero significado de la palabra mobbing?
A.I.G.: No y al principio se piensa que son tonterías, el grupo cercano cree que es cuento, que está fingiendo, que quiere una indemnización, una baja, vivir de la pensión… La gente no conoce el alcance del mobbying.
P.C.: Y tú, Manuel, ¿lo conocías?
M.: Sabía de que iba, pero creo que es bastante desconocido.
P.C.: ¿Pasa mucho tiempo hasta que te das cuenta?
M.: No, es que no te das cuenta hasta que lo vas viviendo. Sabes que se están portando mal contigo, pero le pones incluso excusas a esa gente. Hasta que te afecta en todos los sentidos de tu vida.
P.C.: ¿Hablas con tu familia, tus amigos?
M.: No, te encierras. Empecé a manifestarlo cuando exploté, cuando era tarde.
P.C.: ¿Qué temías en ese momento?
M.: No era temor, era como me sentía, humillado. Me menospreciaba a mí mismo, era un zombi ambulante cuando iba por las oficinas, me iba al baño a vomitar, me sentía observado y no lo aceptas, y no comprendes qué te está pasando ni el porqué de esas actitudes hacia tí. Si esas personas dieran la cara y te dijesen “no vales para nada”, pero no, actúan haciendo daño.
“Si el psiquiatra quiere que me enfrente para ir superándolo, lo hare, pero lo hare con ellos, sobre todo con él. No tengo problema alguno, esta vez no me van a pisar, ni humillar. No van a ver al obediente, gilipollas de siempre, al sumiso, al enfermito de mierda actual…Van a ver a otro, que les va a decir a la cara lo que piensa de ellos, que no hacen nada ante tanto hijo de puta como hay, tratando a las personas como mierda, a su libre antojo…”.
A.I.G.: Este párrafo es una expresión de la rabia, una de las etapas de la terapia. El mobbing genera mucha rabia y no estamos preparados para sacarla, canalizarla. Explotas con la gente que quieres, el siguiente paso es hacerlo con desconocidos, y esto repercute en el cuadro, porque se sienten muy culpables. Entran en una espiral de rabia, violencia hacia los demás, más rabia… Si no se saca la rabia es muy difícil empezar a trabajar 
P.C.: No hemos hablado de los juicios. ¿Cuándo puede enfrentarse la víctima al proceso judicial?
A.I.G.: Llegan siempre con sensación de injusticia. Pero en un momento inicial no es recomendable iniciar un proceso, porque es revivir todo y puede llevar a una recaída. Y por supuesto, hay que hacerlo con el apoyo de la familia.
P.C.: ¿Cómo has evolucionado?
M.: Ando un poco perdido todavía, pero la evolución ha sido abismal en todos los sentidos. La gente me dice que he mejorado físicamente, que me ha cambiado la voz… Antes no quería relacionarme, ahora lo intento, aunque tengo mis momentos… Me pasa lo más mínimo y me encierro…
P.C.: ¿Ni siquiera te relacionabas con las personas más cercanas?
M.: Al revés, la gente que más quería me molestaba más.
P.C.: ¿Dicen que de algo malo siempre se saca algo bueno?
M.: Sí. Puedes decir, esto no es como me lo hacía pintar esa gente, aprendes a valorarte, a decir sí cuando tienes que decir sí, no cuando tienes que decir no… Mi obsesión es que esto no le ocurra a más gente, aunque sea inevitable. Si este testimonio le vale a alguna persona, me siento satisfecho. Además, te hace ser más fuerte, ya sé como actuar en una situación similar.
P.C.: ¿Cómo vives ahora?
M.: Tengo mayoritariamente días buenos, sé que puedo hacer muchas cosas que antes no podía, mi relación con mis hijos y familia es mejor y voy poco a poco. Todavía me siento ligado a esa empresa. Me duele porque estaba muy volcado, pero no quiero saber nada. No podría volver, lo tengo claro. Ahora no soportaría a ningún jefe, y si algún día lo tuviera, tiene que ser inteligente, que no listo, y con amplio sentido de la justicia. No quiero sentirme obligado a nada, sentirme observado… son secuelas que me han quedado… no lo tengo superado.
P.C.: ¿Qué significa ahora el trabajo para ti?
M.: Una cosa muy importante que todos debemos tener y hacerlo lo mejor posible. Ahora me siento realizado si ayudo a los demás y me llena a mí.
P.C.: ¿Has pensado en dedicarte a algo totalmente diferente?
M.: Totalmente.
P.C.: Eres joven, puedes formarte.
M.: Sí, de hecho estuve dando clases a emigrantes, de castellano, como terapia, de forma desinteresada. Me encantó.
P.C.: De momento, el tratamiento continúa.
A.I.G.: La última etapa de la terapia es conseguir que desarrolle alguna otra habilidad, un interés por algún área, y acabe trabajando en ella, pero que el trabajo no sea tomado como algo ‘alimenticio’ sino que lo primordial sea que te dé satisfacciones. Falta que decida qué quiere hacer y preparanos para esa nueva etapa.Está casi en fase de salida. Queda poco en el área social y que deje de estar perdido, encaminarlo a que desarrolle esa nueva tarea.
P.C.: Manuel, mucho ánimo.
M.: Gracias. Quisiera repetir, decirle a todas las personas que estén en mi situación que no duden, que en los primeros síntomas, cuando no puedan dormir, acudan a profesionales, a la familia… que no tengan reparo, ni vergüenza. 

“Salgo de casa. Cojo un autobús para ir a la consulta. Pasa por el edificio donde trabajaba. Cuando noto que me acerco se me encoje el estómago y me aumenta la sensación de mareo y angustia. Me suben las palpitaciones, cierro los ojos, trato de no pensar, cuento hacia delante, hacia atrás, para evitar los recuerdos, y ponerme nervioso. Pero me encojo en el asiento. Cuando ya he pasado trato de tranquilizarme con respiraciones profundas, pero no puedo evitar sentirme mal y muy abatido. Llego a Madrid, me pongo a andar, voy flotando y con angustia, como perdido. Siento molestias en la cabeza, en el cuello, en la espalda, estoy tenso. Deambulando me meto en el interior de una iglesia, allí rompo a llorar”.