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‘Nutrición’ Category

Publicado en su blog El Nutricionista de la General, 21.04.14

NUEVO LIBRO: “CONSUME Y CALLA”

Si visitas de tiempo en tiempo este blog te habrás dado cuenta que los asuntos relativos a la publicidad de alimentos diversos, las alegaciones de salud que incorporan, el márquetin con el que se rodean, su etiquetado y demás “celofán” con el que se envuelven, son un tema recurrente. Como digo, a pesar de poder encontrar estos temas con cierta frecuencia, el blog no está dedicado en cuerpo y alma a estas cuestiones. Y conste que bien podría habida cuenta de lo machaconas y surrealistas que son las circunstancias que en este sentido nos han tocado vivir.
Afortunadamente y para poner un contrapunto de sensatez entre tanta vorágine consumista (aunque en ella se ponga de excusa un mal entendido concepto de salud) de vez en cuando ven la luz obras como la que hoy os traigo y que acaba de ser publicada. Se trata del libro que tiene como título “Consume y calla. Alimentos y cosméticos que enriquecen a la industria y no mejoran nuestra salud” (357 pags.) de Ana Isabel Gutiérrez Salegui (@Fasmida) y que está editado por Ediciones Akal, SA. Hacía falta.
En verdad lo que haría falta es que más personas accedieran a esta perspectiva que del mercado de salud (a través de alimentos y cosméticos) tienen en realidad muchas de las empresas que, en principio y en apariencia, se preocupan por nuestra salud. Muchos de los escándalos vinculados a la industria alimentaria y que se han dado a conocer en estos últimos años, así como la farragosa forma de “informar” a los consumidores dan muestra de esa “preocupación” que tienen muchas de esas multinacionales a las que la autora dedica su obra nada más empezar:
“A Bimbo, Nestlé, Unilever, L’Oreal, Puleva y tantos otros… sin ellos no habría sido posible este libro […]”.
Tristemente. Sin ellos, tristemente, no habría sido posible este libro; apuntaría yo con el permiso de la autora.
El libro no te va a dejar indiferente. Empezando por la perspectiva de Ana Isabel Gutiérrez que no es la de una publicitaria, ni de una nutricionista, ni una médico, se trata, muy en resumen, de una psicóloga que afronta desde su especialidad las causas y circunstancias que como consumidores nos han llevado a terminar a merced de una industria con, aparentemente, escasos escrúpulos. Con su permiso transcribiré un fragmento significativamente elocuente:
“[…] Si la generación que vivió la posguerra, levantara la cabeza y viera en que trabajamos, ahorramos y pedimos prestamos bancarios para que nos corten trozos de carne en un quirófano, nos metan bolsas de silicona en el pecho o en los glúteos, pagamos para que, a voz en grito, nos hagan sudar y sufrir, pasamos hambre voluntariamente o nos alimentamos de polvos disueltos en agua pagados a precio de oro (pudiendo hacerlo con comida de verdad) para poder entrar en fajas compresoras que reducen, elevan y oprimen, pensarían que nos hemos vuelto rematadamente locos. Y tendrían razón”.
Este libro está cuajado de ejemplos, vergonzosos (a la par que legales muchos de ellos), en los que se pone de manifiesto que tanto en buena parte de la industria de cosmética como en la de la alimentación hay una serie de señores como poco interés en cualquier cosa que no sea aquel de lucrarse hasta extremos insospechados.
Así pues si en cierta medida te gusta este blog por aquellos casos en los que se “denuncian” ciertas malas prácticas por parte de la industria te recomiendo este libro. Una obra que además está cuajada de citas y de referencias para seguir el hilo de lo que en él se cuenta. Entre esas citas, he de reconocer con agradecimiento, sale este blog citado con frecuencia… así como el de tantos otros que son una referencia para uno mismo tales como Jose Manuel López Nicolás y su Scientia; Ben Goldacre (Mala ciencia); el GREP-AEDN; Naukas; José Miguel Mulet… y tantos otros.
Publicado en La Información, 12.04.14

LOS “ALIMENTOS FUNCIONALES” QUE NO FUNCIONAN
Luz Sela
  • La psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui desmonta los productos que “enriquecen a la industria y no mejoran nuestra salud”.
  • “Nos han hecho creer que el que no se cuida a día de hoy es como un toxicómano de los años setenta”, sostiene la autora. 

Somos lo que comemos. Cuántas veces hemos escuchado esta frase. Pero si hacemos un recorrido por las estanterías de un supermercado, lo que comemos tiene más que ver con el aire que con otra cosa.
 
Con bífidus, con Omega 3, sin colesterol ni grasas saturadas, sin gluten, libre de lactosa, ayuda a reforzar nuestras defensas… Son las etiquetas con las que nos bombardean día a día. Parece que los productos normales han dejado de serlo y que para resultar atractivos tengan que presumir también de supuestas bondades que, en realidad, no tienen, pero con las que “engañan” al consumidor para incentivar su compra.
 
Ana Isabel Gutiérrez Salegui, psicóloga experta en trastornos de la conducta alimentaria, se encarga ahora de desmontarlos en un libro cuyo título advierte ya de lo que vendrá después, Consume y calla (Editorial Foca), en el que desenmascara a una industria a la que responsabiliza de “las enfermedades de la sociedad occidental”. Diabetes, hipertensión, bulimia, anorexia… Lo hace a través un trabajo pormenorizado en el que nos descubre los trucos y estrategias a los que recurre la industria alimentaria para crearnos la necesidad de consumir determinado tipo de productos.
 
Gutiérrez empieza a disparar. Le toca al Omega 3, tan pregonado en leches, yogures, embutidos e incluso huevos. “La cantidad que contienen estos productos es mínima en comparación, por ejemplo, con el que tiene una sardina, y el efecto en la salud también lo es. Tendríamos que tomar seis litros de leche para notar resultados. Pero, en realidad, se acaba perjudicando la salud, porque la gente deja de tomar cosas que sí son saludables y equilibradas, por ejemplo esa sardina”.
 
En este caso, los perjuicios para la salud vienen por defecto. Pero en otros, el consumo de ciertos productos sí se ha demostrado perjudicial por sí mismo. “Un simple diurético o laxante te puede acabar matando de una parada cardiaca si pierdes demasiado potasio”. Ambos productos se anuncian con tranquilidad.
 
En el acto de consumir entra en juego todo un aparato de la persuasión, más complejo de lo que pensamos. Y dentro de él, esta experta no se corta al hablar de responsabilidades. “Aquí tenemos una especie de círculo perverso, maquiavélico. Empieza en los medios, que nos presionan de forma brutal para que estemos delgados, jóvenes y sanos. El que no se cuida a día de hoy es casi el equivalente a un toxicómano de los años setenta”, lamenta Gutiérrez,
 
“Tenemos obsesión por estar jóvenes, guapos y sanos. Ese es el pack. Y esos mismos medios, nos publicitan además unos productos que nos prometen estar así. Nosotros, que tenemos el cerebro lavado, nos lo creemos, porque confiamos en que exista una regulación para que no haya mentiras, y nos fiamos también de las empresas y los establecimientos que nos lo venden. Si nos lo venden en farmacias, dices, esto tiene que ser bueno. No es que sea malo, pero bueno tampoco”.
 
De controlarlo se encargan ciertos organismos, como la Agencia Española del Medicamento o la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Esta agencia empezó en 2007 a realizar comprobaciones de los productos, ante el auge de estos alimentos funcionales y la preocupación de los consumidores por su efectividad. Algunas marcas se someten incluso voluntariamente a ellos, aunque el veredicto no resulte a veces de su agrado. Sólo en 2010, emitió un resultado negativo sobre más de 800 supuestas propiedades saludables de estos alimentos. En algunos casos, por no estar científicamente demostradas. En otros, por no ser suficientes para publicitarlas. Ocurrió, por ejemplo, con productos que decían ayudar a regular la tensión a través de los péptidos de la leche.
 
Uno de los casos más conocidos fue el que obligó a Danone a retirar su publicidad sobre los beneficios del Actimel en las defensas, por considerar que inducía al engaño. La empresa aportó varios estudios científicos para avalar el producto, pero finalmente acabó modificando su publicidad. Si bien dejando claro que no dudaba de su eficacia.
 
MENSAJES TRAMPA
 
Para esquivar posibles sanciones, los cerebros del márketing de estas empresas han elaborado toda una serie de “mensajes trampa”, capaces de situarse en la legalidad, consiguiendo en los consumidores el efecto deseado. “En la publicidad nos dicen… Cuida tu corazón. Pero en realidad nos están diciendo que lo cuides tú, no que lo cuide el producto. De esta forma, el mensaje que emiten puede ser perfectamente legal, pero el que la gente comprende es totalmente distinto”, dice Gutiérrez, apuntando a un caso fácilmente reconocible. “Todos conocemos un anuncio de un embutido que lleva un corazón dibujado. Esto es legal, no nos está diciendo nada, pero la gente lo interpreta como que es bueno para el corazón”.
 
La picaresca reside incluso en el tamaño de las letras. Así, la parte del envoltorio o de la publicidad donde se nos dice que el producto no tiene ciertas propiedades está escrita en caracteres diminutos y en un color que no contrasta con el fondo. La ley lo permite, claro, pero se trata de algo de dudosa moralidad de cara al cliente.
 
“Hay anuncios que permite la ley, otros que cumplen la normativa pero inducen al engaño y luego hay muchos otros que directamente vulneran la normativa existente en materia de publicidad alimentaria”, sostiene la autora.
 
Así, por ejemplo, la normativa prohibe que en la publicidad de alimentos salgan médicos, “o gente que parezca médicos, aunque sean actores”… pero todos conocemos casos en los que sí aparecen. También están prohibidos aquellos que publiciten “seguridad de alivio o curación cierta”, sobre todo en temas de obesidad e insomnio. En muchos casos, esto se vulnera. “Son alimentos, no medicamentos, y por tanto no se puede decir que son terapeuticos para una enfermedad”. De hecho, ¿Cuántos llevan el aval del Colegio de Médicos? “Ninguno”, sentencia.
 
En otros casos, los productos son estafas en toda regla. “Son productos que anuncian: pierda 19 kilos en 10 días. Las fotos de antes y después y los testimonios de supuestos pacientes también están prohibidos”. Y basta abrir una revista para encontrarse con dos o más comerciales que ensalzan las virtudes de un producto para bajar de peso o mantener las arrugas a raya, amparándose en los testimonios de varios “supuestos” clientes.
 
VULNERAR LA LEY SALE MÁS BARATO QUE NO HACERLO
 
Aunque la normativa actúe, da la sensación, en cambio, de que vulnerarla sale a estas empresas más barato que no hacerlo, porque los ingresos obtenidos con estos productos superan ampliamente las cuantías de las multas. “Se suele decir que mientras la multa se abarata, a la industria le interesa arriesgarse”. Porque por el simple hecho de que un alimento ponga dos palabras, “sin gluten”, ya se da vía libre a cobrar más, aunque resulte un engaño. “Es como decir pera sin gluten y te lo cobramos más. La gente no sabe que las peras no tienen gluten, y se las coge por si acaso”.
 
Los mecanismos no resultan a veces suficientes para controlar todos los productos del mercado, y falta conciencia de consumo responsable. “El problema es que mientras en otros países, como EEUU, se denuncia de oficio y hay un seguimiento, aquí no pasa nada. Allí la gente ve algo y por sistema denuncia. Pero aquí tiene que ser algo bestial para que llame la atención”.
 
Así, recuerda, por ejemplo, el anuncio de una conocida marca de pasta donde se trasladaba que mientras las ensaladas se ponían mustias, los macarrones con verdura no. La Asociación de Usuarios de la Comunicación elevó una queja a la Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Publicitaria por entender que se transmitía a los consumidores un mensaje que menoscababa “el crédito en el mercado de dicho tipo de ensaladas”. Casos como este son excepcionales.
 
¿Cómo evitar entonces que nos engañen? “Con más información y educación, y un control más estricto por parte de las instituciones. Una cosa es que te timen a nivel económico, pero esto puede tener consecuencias para la salud”, advierte, en referencia, por ejemplo, al auge experimentado en los últimos años en trastornos de anorexia y bulimia. “Lo raro hoy en día es tener gente normal. Tenemos obsesos, gente con trastornos de imagen. Estamos en una sociedad en la que comemos con culpabilidad. Y en este marco tenemos que tener mucho cuidado con este tipo de publicidad”. Se considera que en España existen más de 300.000 pacientes con este tipo de trastornos de la alimentación, una cifra que en los últimos años se ha multiplicado por diez.
 
En esta sociedad obsesionada que dibuja la autora, amenazan cada cierto tiempo determinadas fobias. “Durante un tiempo, las proteínas estuvieron demonizadas porque se pensaba que provocaban agresividad y todo tipo de enfermedades. Después, con la Dieta Dukan, le tocó el turno a los hidratos de carbono. Y ahora estamos con el gluten o la lactosa”.
 
EL PODER DEL LOBBY ALIMENTARIO
 
El poder de la industria alimentaria va más allá de dirigir nuestro brazo hasta un lugar determinado de la estantería. También está detrás de muchas de las regulaciones del sector. Basta un recorrido por las cifras para darse cuenta de su enorme influencia. Sólo las industrias agroalimentarias -30.000 en España- facturan anualmente 84.000 millones de euros. “El lobby presiona contra las regulaciones. Pasó, por ejemplo, con la ley de alcohol de la ministra de Sanidad, Elena Salgado. La industria del vino hizo tal presión que no se llevó a efecto. Y era una campaña bastante adecuada desde el punto de vista de la salud pública, no por el vino en sí, sino, por ejemplo, por el calimocho, responsable de muchos problemas de salud que tenemos en los jóvenes por el botellón ”.
 
Salgado negó presiones, pero el proyecto quedó enterrado después de que en las sucesivas reuniones no se lograse un acuerdo con el sector vinícola, muy crítico porque no se les diferenciase del resto de bebidas alcohólicas.
Publicado en El País, 11.04.14

 

SIN GLUTEN NO QUIERE DECIR MÁS SANO
 
Cada vez son más los consumidores que deciden, sin diagnóstico médico, dejar de comer algunos nutrientes. Los alimentos para celiacos o con reclamos saludables son más caros.

Raquel Vidales.

La vida sin gluten no es barata. La Federación de Asociaciones de Celiacos de España (FACE) calcula que este año las familias con al menos un miembro que padezca intolerancia a esta proteína (presente en cereales) gastarán una media de 1.586,40 euros más que los hogares en los que no haya ninguno. Pese a este sobrecoste, cada vez son más las personas que compran productos con el sello Sin gluten por defecto, aunque no sufran intolerancia. Es una tendencia —avivada por actrices, cantantes y otras celebridades— que ha eclosionado en los últimos dos años: dieta sin gluten para adelgazar, para sentirse más ligero o más sano.

 
“Existe un número creciente de consumidores que no tienen un diagnóstico de intolerancia a los alimentos, pero consideran que su salud general mejora con la omisión de determinados ingredientes alimentarios como el gluten”, afirma un sondeo de la consultora británica Letherhead Food realizado en varios países europeos, entre ellos España. Y en EE UU, una encuesta publicada el año pasado por el grupo de estudios de mercado NPD concluía que el 30% de los adultos de ese país han dejado o intentan dejar de comer alimentos con gluten. Un porcentaje que contrasta con la tasa real de celiacos, que ronda el 1%.
 
Lo extraño es que esta creencia no tiene fundamento científico. “El gluten no engorda. Y evitarlo no solo no ayuda a adelgazar ni es más saludable si no se padece intolerancia, sino que además puede provocar carencias nutricionales en el organismo”, advierte la doctora Irene Bretón, miembro del área de nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). “No tiene ningún sentido retirarlo de la dieta por defecto. No aporta ningún beneficio y además no es fácil ni barato comer sin gluten, como bien sabe un celiaco de verdad. Y hay que compensar con otros alimentos las carencias que implica retirar ciertos productos, como la falta de fibra”, añade.
 
¿Por qué entonces el gluten se ha convertido, sin merecerlo, en el nuevo demonio de la alimentación? “Son modas. Ha pasado siempre con las dietas de adelgazamiento. Como el tratamiento del sobrepeso es muy difícil, cualquier idea nueva que prometa hacerlo más fácil se cuela rápidamente. Hay personas que llevan años a dieta y se agarran a cualquier método alternativo que aparezca”, sostiene Bretón. “Lo cierto es que quienes afirman haber perdido peso por no comer gluten o cualquier otro alimento no adelgazan en realidad por este motivo, sino porque suelen hacer una dieta diferente a la que hacen habitualmente, con menos calorías, y por eso adelgazan. La obesidad no tiene que ver con la intolerancia alimentaria”, asegura.
 

Los médicos insisten en que no se deben improvisar dietas, sino acudir a un especialista acreditado. Pero la leyenda de que el gluten puede ser malo para cualquier persona ya ha calado y basta con darse una vuelta por el supermercado para comprobar su avance: los productos libres de gluten ya no se agrupaban en zonas específicas o tiendas especializadas, sino que se mezclan en las estanterías con el resto de las ofertas. “El avance responde, por un lado, a una necesidad real de la población celiaca, que siempre ha reclamado más oferta y más información en las etiquetas. Pero también a una nueva demanda de personas que no son celiacas pero que prefieren comer sin gluten. Ahí hay un nicho que la industria está explotando”, explica José Enrique Carreres, jefe del departamento de nuevos productos del centro tecnológico Ainia.

En los últimos cinco años, según los estudios de mercado que manejamos, se ha duplicado el número de lanzamientos de productos sin gluten en todo el mundo. De los 9.000 que se registraron en 2009 hemos pasado a 18.700 en 2013. La tendencia es creciente, pues el mayor empuje se observa en el último año: de 12.000 en 2012 a los 18.700 de 2013”, apunta Carreres. La curva de crecimiento en España es aún más pronunciada. “De 280 lanzamientos que se hicieron en 2009 hemos pasado a 1.500 en 2013. Cinco veces más”, observa. El etiquetado sin gluten no es obligatorio, sino que aporta un valor añadido, por eso los alimentos que llevan ese sello suelen ser más caros. “Elaborar un pan sin gluten apetecible requiere una tecnología que no es barata. Y tampoco lo es acreditar que no ha habido contaminación con gluten en ninguna de las fases del procesado de cualquier alimento. Por eso estos productos suelen ser más caros”, aclara Carreres.


El proceso de demonización del gluten ha avanzado en paralelo a otro fenómeno muy relacionado: la fiebre de los test de intolerancia alimentaria. Son pruebas que detectan, supuestamente, qué alimentos no son bien digeridos por una persona y, también supuestamente, pueden causar síntomas como obesidad, dolores de cabeza, ansiedad, problemas respiratorios, fatiga y hasta depresión. Las hay que analizan la sangre, otras el ADN y otras funcionan por biorresonancia. Su precio va de 100 a 300 euros y se ofrecen en clínicas de estética, centros de adelgazamiento, parafarmacias y, sobre todo, en páginas web.
 
Pero esta creencia tampoco tiene ningún fundamento. “No hay evidencia científica que demuestre una relación causal entre la intolerancia a un alimento y cuadros clínicos como la obesidad o las cefaleas. Ni siquiera podemos afirmar que estas pruebas de intolerancias sean útiles. Los únicos diagnósticos científicos que podemos hacer con los conocimientos actuales son la intolerancia a la lactosa y al gluten. Los demás son hipotéticos”, afirma Belén de la Hoz, presidenta del comité de alergia a los alimentos de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC).
 
En España, según la SEAIC, la intolerancia a la lactosa afecta aproximadamente al 10% de la población, mientras que la intolerancia al gluten la sufre el 1%. Los alergólogos recuerdan que no hay que confundir alergia con intolerancia. “La alergia provoca una clara reacción inmediata del sistema inmunológico, y para este problema existen unas pruebas diagnósticas científicamente demostradas. Mientras que la intolerancia provoca síntomas tardíos relacionados exclusivamente con el proceso digestivo, sin participación del sistema inmunológico”, explica la alergóloga. “Sabemos que hay personas que no metabolizan bien determinados alimentos, pero no hay pruebas fiables para determinar el daño que este problema puede producirles. No tiene sentido, por tanto, relacionar un dolor de cabeza con una intolerancia”, añade.
 
El dictamen médico es nuevamente claro, pero en este caso tampoco ha podido impedir que cada vez haya más personas que deciden eliminar alimentos de su dieta tras someterse a un test de intolerancia alimentaria. Este tipo de pruebas ha alcanzado tal popularidad, que hasta se encuentran ofertas con grandes descuentos en portales de compras colectivas. Y se pueden hacer incluso en casa, como si fuera un test de embarazo.
 
“Nosotros nos limitamos a comercializar una prueba que permite averiguar qué alimentos pueden sentarnos mal. No diagnosticamos enfermedades ni garantizamos que un determinado síntoma vaya a desaparecer si se eliminan de la dieta esos alimentos, aunque tenemos estudios que avalan que hacerlo puede ayudar a combatir esos síntomas. Siempre recomendamos acudir a un médico para que sea él quien determine la dieta más adecuada a ese diagnóstico”, explica Francesc Cruz, director técnico comercial de Novotest, el laboratorio que comercializa en España una máquina llamada Food Detective, que permite realizar la prueba en casa en solo 40 minutos. En su web ofrecen testimonios de personas, supuestamente reales, que aseguran haber adelgazado o eliminado diversas dolencias evitando los alimentos que la máquina detectó como perniciosos.
 
Tanto esta máquina como la mayoría de los análisis que se ofrecen en el mercado (Alcat y Elma son los más conocidos) se anuncian apoyados en estudios supuestamente científicos que demuestran su fiabilidad, aunque lo cierto es que la comunidad científica, empezando por la SEAIC, afirma lo contrario. “En los individuos alérgicos a un alimento se encuentran en la sangre niveles elevados de anticuerpos de clase IgE específicos frente a ese alimento. La determinación de estos anticuerpos solo es útil en este tipo de enfermedades alérgicas, y en la actualidad no tiene ningún valor en el diagnóstico de otras enfermedades como migraña, obesidad, etcétera, que son cuadros clínicos que en ocasiones se han relacionado con los alimentos, aunque no se ha podido demostrar de forma fehaciente —mediante provocaciones orales doble-ciego controladas con placebo— una relación de causalidad”, explica la SEAIC en un informe que rechaza la validez de los test de intolerancia alimentaria.
 
“El problema es que la mayoría de los ciudadanos no están capacitados para distinguir cuándo un estudio tiene realmente una referencia científica o no. Y muchas veces la información que les llega más fácilmente no es la que se apoya en fuentes científicas, sino la que hace más ruido en los medios”, advierte Carmen Peláez, científica del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “La información relacionada con la salud y la alimentación vende mucho en los medios porque afecta directamente a la vida cotidiana. Por eso es tan fácil difundir bulos en estos ámbitos, sacar una información de contexto y sobreinterpretar los riesgos reales que sí pueden tener, por ejemplo, el gluten y la lactosa para las personas intolerantes”, sostiene Peláez, que opina que estamos en un momento propicio para la confusión. “Siempre ha habido bulos relacionados con la alimentación, muchos refranes y creencias populares basados en nada. La diferencia es que ahora cualquier mentira se difunde más deprisa y con más fuerza por medio de Internet, y se convierte en verdad enseguida”, comenta.
 
“Toda la información relacionada con la comida se propaga a gran velocidad porque es un tema muy sensible. Si envías un correo electrónico diciendo que te has encontrado una rata en tu hamburguesa, posiblemente en pocas horas lo veas publicado en alguna página web. Así se explica que leyendas sin ninguna base científica, como la de que el gluten es veneno, se extiendan tan deprisa”, coincide el bioquímico José Miguel Mulet, que ha tratado el asunto de los bulos sobre alimentación en su libro Comer sin miedo.
 
También se produce el efecto contrario. “Cada cierto tiempo aparecen bulos sobre alimentos supuestamente milagrosos que durante un tiempo arrasan en el mercado y luego desaparecen. Por ejemplo, ¿quién se acuerda ya de las bayas de Goji? Posiblemente solo el que se forró con ellas”, dice Mulet. El bioquímico ha rastreado en su libro el origen de algunas de estas leyendas, entre ellas la de las bayas de Goji, y concluye que en la mayoría de los casos hay un interés económico en su difusión. “La industria, como es natural, quiere vender y ganar dinero. Y en cuanto aparece algo nuevo que puede dar dinero, lo explota y ayuda ella misma a difundir sus beneficios, sean reales o no. Durante un tiempo todo era light, pero como ahora eso ya no vende tanto hemos pasado a la moda de lo natural, lo sano y lo sin”.
 
“LOS DIETOADICTOS”
 
La psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui lleva más de dos décadas atendiendo en su consulta a personas con trastornos de la conducta alimentaria. Y en este tiempo ha tenido que desmentir a sus pacientes cientos de ideas irracionales y leyendas sobre la comida, entre ellas la de que el gluten ayuda a adelgazar. “No solo eso. También doy clase a enfermeras en la Escuela de Ciencias de la Salud, y hasta a ellas les tengo que rebatir creencias sin ninguna base médica. Como que el agua ayuda a combatir la celulitis”, afirma. “Es una lucha constante”.
 
Fruto de esta batalla contra la irracionalidad es un libro que acaba de publicar, Consume y calla, que recoge ejemplos de cómo la propia industria, a través de un lenguaje publicitario endiablado, aviva de manera deliberada las leyendas que le convienen. “La mercadotecnia utiliza muchas veces un lenguaje pseudocientífico, que un ciudadano medio no suele comprender, para dar a entender que un producto tiene unas propiedades que en realidad no tiene. Lactobacilus, bífidus, sirtuinas, nucleóticos… El problema no es lo que se dice directamente en la etiqueta, sino lo que se insinúa”, advierte.
 
“Hay una preocupación brutal por la salud y la imagen. Y hay gente capaz de pagar cualquier cosa por ello. La industria lo sabe y vende ese mensaje: si comes esto, estarás más sano o más guapo”, comenta. “Y si la moda ahora es pensar que el gluten engorda, pues la industria venderá productos con el sello Sin gluten hasta el ridículo. He llegado a ver paquetes de arena de juegos para niños con esa advertencia”.
 
Gutiérrez Salegui subraya que esta sobreinformación, paradójicamente, genera a veces más confusión. “¿Sabe todo el mundo que la palabra vegetal no significa que sea más sano? Por ejemplo, muchos aceites vegetales son de palma o de coco, que son malos para la salud porque tienen una gran proporción de grasas saturadas. ¿Y quién sabe lo que quiere decir la expresión sin azúcares añadidos? ¿Que no tiene nada de azúcar? ¿Que engorda menos? ¿Que es más sano?”, se pregunta. Y esta confusión, advierte, puede tener consecuencias peligrosas para la salud. “Si supongo que significa que no tiene azúcar y soy diabético, puede causarme un problema”, dice. En su libro destaca un dato alarmante: la autoridad de control de alimentos y medicamentos de EE UU recibió entre 2007 y 2012 más de 6.000 notificaciones de reacciones adversas vinculadas con suplementos alimenticios, incluyendo vitaminas y hierbas.
 
Los problemas pueden agravarse cuando se trata de personas obsesionadas con la dieta. “Cada vez hay más gente con trastornos alimentarios. Nosotros ya empezamos a hablar, aunque aún no está tipificado clínicamente, de los dietoadictos: gente que ha perdido la capacidad de comer con normalidad y se agarra a cualquier dieta milagro nueva que se ponga de moda, como la de comer sin gluten. Esto, aparte de provocar graves carencias nutricionales, puede destrozar para siempre el metabolismo y provocar el efecto yoyó [recuperación del peso perdido tras una dieta]”, sostiene la psicóloga.

(Fotografía de Cordon Press publicada en El País)
Telexornal Serán, de Televisión de Galicia, 11.04.14
 

LOS ALIMENTOS ANUNCIADOS COMO ENRIQUECIDOS NO SIEMPRE SON BUENOS

Para ingerir el equivalente al aceite Omega 3 que tiene una sardina, hay que beber, por lo menos, dos o tres litros de leche de la que anuncian como enriquecida con este complemento. Los alimentos que prometen cuidad y mejorar nuestra salud, no están todos testados. Y no siempre son beneficiosos. Los nutricionistas recomiendan no abusar de estos compuestos y volver a los productos tradicionales que, en la mayoría de los casos, tienen más beneficio, incluso ingiriendo dosis menores.
 
“Es precisa más información, más formación y mayor control de las autoridades sanitarias de todos estos alimentos que apelan a la salud, porque te crees que estás ayudando y dejas de hacer lo que realmente ayuda, que es comer con normalidad los mismos productos que comíamos antes”.
 
El aceite que dice ser cien por cien vegetal, no implica que sea saludable. El exceso de implmentos en algunos productos incluso perjudican la salud. Es muy importante saber si, médicamente, precisamos estos suplementos y, sobre todo, en qué cantidad. 
Telexornal Mediodía, de Televisión de Galicia, 11.04.14

ALIMENTOS CON BÍFIDUS Y OMEGA: NI SON TODOS BUENOS NI ESTÁN TODOS TESTADOS
En un paseo rutinario por el supermercado, los mensajes de productos que prometen cuidar y mejorar nuestra salud nos asaltan de forma constante. En la sección de refrigerados resulta casi imposible encontrar un yogur no enriquecido. Pero, ojo, la mayoría de esa publicidad es sólo eso, un reclamo, sin fundamento científico. Los embutidos, vemos que los hay, por ejemplo, con aceite de pez, o letre, que parece que todo está complementado con Omega 3. No hay constancia científica de que esos suplementos sean buenos ni eficaces para el consumidor medio.
“Si yo sufro una enfermedad cardiovascular o estoy embarazada y quiero tomar Omega 3, es que, para el equivalente de una sardina -una lata de sardinas, pues coger una-, tengo que tomar entre dos y seis litros de leche, según la comparativa de distintos estudios. Hombre, pues no creo que nadie tome dos, tres, cuatro litros de leche en un día, pero si veo viable que en una semana, dos días comas pescado”.
El que se anunciae como aceite cien por cien  vegetal no implica que sea saludable. Cero por ciento de grasas en un alimento puede significadr que tiene, en cambio, un noventa por ciento de azúcares añadidos. A la hora de cuidar la salud a través del estómago, los especialistas en nutrición recuerdan que los verdaderos beneficios están en los productos originales y que, en la mayoría de los casos, una dosis menor del producto básico es mucho más eficaz que varias raciones de los nuevos elementos, llamados enriquecidos.
Publicado en National Geographic en español, 07.04.14

 

NUTRICIÓN DE MITOS PELIGROSOS

Redacción. Con información de DPA.

Hay una sociedad obsesionada con la delgadez y la juventud, advierte Ana Isabel Gutiérrez, autora del libro Consume y calla (Editorial Foca).

 
Sostiene que el panorama se debe a una “manipulación total”, basada en estereotipos físicos irreales y a una alimentación que dista mucho de ser sana.
 
El primer mito a romper: delgadez no es sinónimo de salud, ni gordura de enfermedad.
 
El equilibrio, afirma, está “en el normopeso”, “el peso individual que tiene una determinación multicausal, como la estructura o altura y los antecedentes genéticos y, sobre todo, que es variable a lo largo del tiempo. No se puede pesar siempre lo mismo”. La mala alimentación se ha visto incentivada por un cambio global de hábitos, que ha restado tiempo para una mayor elaboración de las comidas y una conducta más sana. Pero también la falta de recursos ha hecho daño.
 
“Hay estudios que constatan que comer sano es más caro y la obesidad en las sociedades desarrolladas está asociada a la pobreza”. Y la crisis ha agudizado la tendencia. “Además comemos infinitamente peor que nuestros abuelos”. Y todo pese a que ellos pasaron hambre en la posguerra española. Gutiérrez asegura que las sociedades desarrolladas han perdido el placer de comer y, cuando lo hacen, aparece muchas veces la culpabilidad.
 
MANIPULACIÓN PUBLICITARIA
 
El trasfondo es toda una forma de vida, “una sociedad enferma víctima de una manipulación de las empresas, que promueven mensajes publicitarios incorrectos y poco éticos”, asegura Gutiérrez, que desenmascara en su libro las prácticas más cuestionables de las grandes firmas.
 
La autora no se muerde la lengua y se atreve a citar desde su dedicatoria a marcas de la industria alimentaria y cosmética internacional -“sin ellos este libro no habría sido posible”, dice irónica- y a realizar una minuciosa denuncia de vulneraciones a la ley y promesas sin base científica alguna que multiplican exponencialmente el precio de los productos tanto alimenticios como cosméticos. Y es que en la industria cosmética también hay muchas trampas, asegura Gutiérrez.
 
La primera y más típica: el engaño en el mensaje. La autora estudia la letra “diminuta” de muchos mensajes para plantear la tesis de que el consumidor entiende a menudo algo muy diferente al verdadero significado, que se ofrece camuflado y confuso. Y en base a esa confusión, el consumidor está dispuesto a pagar cuatro veces más por el efecto de un producto que no está asegurado. “Hay cremas que cuestan 800 euros y que no hacen más que otras marcas más populares y asequibles”, asegura la autora. Lo segundo a tener claro: “No hay milagros en cosmética. El mejor milagro para la piel es alimentarse bien, beber suficiente agua, utilizar una crema hidratante y descansar ocho horas diarias”, asegura.
 
¿Qué hacer para cuidarse de verdad en una realidad de falta de tiempo y muchas veces recursos? “Se necesita un cambio integral del sistema de valores. Es necesario un ejercicio de reflexión y priorización y tener en cuenta que una mala alimentación resta años de vida. Quizá hay que hacer algunas renuncias para cuidarnos un poquito”. Pero sobre todo, sin sufrir. “Hay mucha gente que hace deporte con la obsesión de cambiar su cuerpo y no por mejorar su salud”.
 
También es necesario que se abaraten los alimentos sanos y una regulación más estricta de las prácticas fraudulentas, asegura la autora. ¿Y para el consumidor de a pie? No creer en los milagros, mirar con lupa la letra pequeña y sobre todo: “Alimentarse normal para estar sanos en lugar de tomar productos para estar más guapos.
Nota de la agencia Efe, difundida por Efe Salud y Efe Verde.

Publicada entre otros por:  El Confidencial, Heraldo de Aragón, La Nueva España de Oviedo, Faro de Vigo, La Opinióm-A Coruña, La Región de Ourense, La Opinión-El Correo de Zamora, LevanteInformación de Alicante, La Región de Murcia, La Opinión de Murcia, La Opinión de Málaga, Canarias 7La Provincia de Las Palmas de G.C., Diario de Mallorca, Diario de Ibiza, Última Hora de Baleares,  Gomera VerdeVanguardia de México, Oro Noticias de México, Infoalimentación de México, El Heraldo de Colombia, LiderDoctor y Radio Corazón y Vida.
LOS ALIMENTOS “FUNCIONALES” SE LLAMAN PIMIENTO, NUECES, SARDINAS O POLLO

Los alimentos “funcionales” existen y no se anuncian en la tele ni en las revistas. Se llaman pimientos, acelgas, espinacas, nueces, pollo o ternera. De hecho, una sola sardina tiene el equivalente a casi 6 litros de leche enriquecida con Omega3.

Madrid. Efe. Teresa Díaz.

Así lo ha asegurado en una entrevista con Efe, la psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui, autora del libro “Consume y calla”, con el que pretende “desenmascarar” a una industria que se lucra con productos “saludables” y “funcionales” y cremas que nos hacen parecer eternamente jóvenes y que, sin embargo, no mejoran nuestra salud.

Bífidus, omegas, filoestenoles, aminoácidos, lactobacilos, grasas hidrogenadas, antioxidantes o sirtuinas son palabras mágicas con las que nos bombardean desde los anuncios y los estantes de los supermercados.

Todos hemos oído hablar de ellos y, aunque no sepamos qué son exactamente o cómo actúan en nuestro organismo, somos capaces de dejarnos medio sueldo en adquirirlos, señala la experta. El hecho, además, de que muchos de ellos se puedan comprar en farmacias les da un plus de garantía. Sin embargo, según Gutiérrez, estos productos solo tienen que demostrar que no son perjudiciales para que las boticas los vendan. Lo que es “relativo” y depende de las dosis y de las personas que los consuman. Así, “un simple diurético o laxante te puede acabar matando de una parada cardíaca si pierdes demasiado potasio”. “Si no hay una alegación clara de salud, no tienen que demostrar que sean efectivos”, señala esta especialista en trastornos alimentarios de la conducta. De esta forma, si un anuncio dice “cuida tu corazón”, el fabricante te está diciendo literalmente que lo cuides, no que su producto te ayude a ello, aunque el destinatario del mensaje lo entienda así.

Gutiérrez revela cómo las empresas utilizan “múltiples trucos” que juegan con la sintaxis, las palabras o las imágenes para que el mensaje percibido por el consumidor sea el que les interesa. La mayoría de las trampas se esconden detrás de un asterisco o en la letra pequeña. “Los anuncios no mienten, esconden la verdad tras letras diminutas”.

LA “GORDOFOBIA” QUE NOS HACE CONSUMIR TODO TIPO DE PRODUCTOS

En su libro, Gutiérrez acuña el término “gordofobia” para referirse a la obsesión de la sociedad occidental por la delgadez y por la perfección física, que constituye el “Santo Grial del siglo XXI”. Un público perfecto para un mercado que genera al año miles de millones de euros.

La experta advierte sobre aquellos productos que llevan la etiqueta “bio” o “eco”, muchos de los cuales se autocalifican como tales y no lo son. Además, el problema viene de la confusión con el concepto “natural”, que no requiere ningún tipo de cumplimiento normativo y que se puede poner en cualquier artículo.

“El colmo de la tomadura de pelo es que, además, nos cobren por ello”.

Los supermercados están también llenos de los denominados productos “light”, que “no son más sanos ni sirven para adelgazar”.

Ese concepto “significa única y exclusivamente que tiene un 30 por ciento menos de grasa que el producto original, cosa que no todos cumplen”. Pero el tipo de grasa que te estás metiendo en el cuerpo es el mismo.

Para esta especialista, “no deberían ser las calorías lo que miremos sino los alimentos. “¿O es que nadie se da cuenta de que 200 calorías de tortilla de espinacas son más saludables que 200 calorías de gominolas?”.

Y qué decir de los suplementos nutricionales, tan de moda. “No son necesarios si la alimentación es completa y equilibrada y la persona está sana”. Y si no lo está, quien debe prescribirlo es un médico, ya que pueden ser perjudiciales.

“Es fundamental estar bien informados y que haya una regulación sensata en materia de publicidad y alimentación o, por lo menos, que se garantice el correcto cumplimiento de la normativa existente”, señala Gutiérrez, quien apela a la responsabilidad de los medios de comunicación para no dar pábulo a dietas milagro ni fomentar estereotipos insanos.

“Deberíamos centrarnos más en la salud que en la belleza. Porque, ¿de qué sirve el cascarón si se está enfermo?”, concluye.  

(Fotografía: John Riley/Agencia Efe)

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