ENTREVISTA DE LA AGENCIA EFE SOBRE CONSUME Y CALLA
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Los alimentos “funcionales” existen y no se anuncian en la tele ni en las revistas. Se llaman pimientos, acelgas, espinacas, nueces, pollo o ternera. De hecho, una sola sardina tiene el equivalente a casi 6 litros de leche enriquecida con Omega3.
Madrid. Efe. Teresa Díaz.
Así lo ha asegurado en una entrevista con Efe, la psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui, autora del libro “Consume y calla”, con el que pretende “desenmascarar” a una industria que se lucra con productos “saludables” y “funcionales” y cremas que nos hacen parecer eternamente jóvenes y que, sin embargo, no mejoran nuestra salud.
Bífidus, omegas, filoestenoles, aminoácidos, lactobacilos, grasas hidrogenadas, antioxidantes o sirtuinas son palabras mágicas con las que nos bombardean desde los anuncios y los estantes de los supermercados.
Todos hemos oído hablar de ellos y, aunque no sepamos qué son exactamente o cómo actúan en nuestro organismo, somos capaces de dejarnos medio sueldo en adquirirlos, señala la experta. El hecho, además, de que muchos de ellos se puedan comprar en farmacias les da un plus de garantía. Sin embargo, según Gutiérrez, estos productos solo tienen que demostrar que no son perjudiciales para que las boticas los vendan. Lo que es “relativo” y depende de las dosis y de las personas que los consuman. Así, “un simple diurético o laxante te puede acabar matando de una parada cardíaca si pierdes demasiado potasio”. “Si no hay una alegación clara de salud, no tienen que demostrar que sean efectivos”, señala esta especialista en trastornos alimentarios de la conducta. De esta forma, si un anuncio dice “cuida tu corazón”, el fabricante te está diciendo literalmente que lo cuides, no que su producto te ayude a ello, aunque el destinatario del mensaje lo entienda así.
Gutiérrez revela cómo las empresas utilizan “múltiples trucos” que juegan con la sintaxis, las palabras o las imágenes para que el mensaje percibido por el consumidor sea el que les interesa. La mayoría de las trampas se esconden detrás de un asterisco o en la letra pequeña. “Los anuncios no mienten, esconden la verdad tras letras diminutas”.
LA “GORDOFOBIA” QUE NOS HACE CONSUMIR TODO TIPO DE PRODUCTOS
En su libro, Gutiérrez acuña el término “gordofobia” para referirse a la obsesión de la sociedad occidental por la delgadez y por la perfección física, que constituye el “Santo Grial del siglo XXI”. Un público perfecto para un mercado que genera al año miles de millones de euros.
La experta advierte sobre aquellos productos que llevan la etiqueta “bio” o “eco”, muchos de los cuales se autocalifican como tales y no lo son. Además, el problema viene de la confusión con el concepto “natural”, que no requiere ningún tipo de cumplimiento normativo y que se puede poner en cualquier artículo.
“El colmo de la tomadura de pelo es que, además, nos cobren por ello”.
Los supermercados están también llenos de los denominados productos “light”, que “no son más sanos ni sirven para adelgazar”.
Ese concepto “significa única y exclusivamente que tiene un 30 por ciento menos de grasa que el producto original, cosa que no todos cumplen”. Pero el tipo de grasa que te estás metiendo en el cuerpo es el mismo.
Para esta especialista, “no deberían ser las calorías lo que miremos sino los alimentos. “¿O es que nadie se da cuenta de que 200 calorías de tortilla de espinacas son más saludables que 200 calorías de gominolas?”.
Y qué decir de los suplementos nutricionales, tan de moda. “No son necesarios si la alimentación es completa y equilibrada y la persona está sana”. Y si no lo está, quien debe prescribirlo es un médico, ya que pueden ser perjudiciales.
“Es fundamental estar bien informados y que haya una regulación sensata en materia de publicidad y alimentación o, por lo menos, que se garantice el correcto cumplimiento de la normativa existente”, señala Gutiérrez, quien apela a la responsabilidad de los medios de comunicación para no dar pábulo a dietas milagro ni fomentar estereotipos insanos.
“Deberíamos centrarnos más en la salud que en la belleza. Porque, ¿de qué sirve el cascarón si se está enfermo?”, concluye.
(Fotografía: John Riley/Agencia Efe)