Publicado en revista Marie Claire, marzo 2009

Ahora que se habla tanto de la libertad de la mujer, de la cárcel perpetua que supone el burka, del género maniatado por imposiciones religiosas y sociales en el Tercer Mundo, no estaría de más abrir los ojos y ver lo que nos rodea. En el primer mundo la mujer está constreñida por otra obligación mucho más esclavizante y peligrosa, la perfección física (mucho más peligrosa, ya que, si bien es verdad que en países fundamentalistas la mujer que no se cubra corre el riesgo de ser golpeada o incluso encarcelada, en este nuestro primer mundo cientos de mujeres están muriendo por abrazar ciegamente la secta de la delgadez). Nos alegramos de ser capaces de pasar hambre, entramos en quirófanos sonriendo dispuestas a dejarnos cortar en cachitos, nos inyectamos sustancias extrañas en la cara, nos arrancamos los pelos de mil maneras posibles, compramos máquinas que nos den descargas eléctricas en los músculos, renunciamos al chocolate y otros placeres… El martirologio del siglo XXI está lleno de santas mártires anónimas miembros de una secta destructiva.